Alexandra Romero, Carlos Tasende y Diana Schmilinsky.-
José Ortega y Gasett señaló que en los libros de sociología se encontró con una cosa increíble: que los libros de sociología no dicen nada claro sobre qué es lo social o sobre qué es la sociedad.
En relación, indicó que hay que intentar traer a la luz esos fenómenos preliminares y elementales, además, esforzarse, sin excusa, en precisar qué es lo social, qué es la sociedad. Porque hay evidencia de que muchos autores no lo hicieron, solo llegan a palpar ciertas realidades. Por otro lado, aseveró que cuando los hombres no tienen nada claro que decir sobre una cosa, en vez de callarse suelen hacer lo contrario: dicen en superlativo; gritan. Y el grito es el preámbulo sonoro de la agresión, del combate, de la matanza. “Dove si grida non é vera scienza” –decía Leonardo-. Donde se grita no hay buen conocimiento.
Por esa razón, dice que la ineptitud de la sociología ha llenado las cabezas de ideas confusas, ha llegado a convertirse en una de las plagas de nuestro tiempo. La sociología, en efecto, no está a la altura de los tiempos; y por eso los tiempos, mal sostenidos en su altitud, caen y se precipitan.
Comenta, que casi todo el mundo está alterado, y en la alteración el hombre pierde su atributo más esencial: la posibilidad de meditar, de recogerse dentro de sí mismo para ponerse consigo mismo de acuerdo y precisarse qué es lo que cree; lo que de verdad estima y lo que de verdad detesta. La alteración le obnubila, le ciega, le obliga a actuar mecánicamente en un frenético sonambulismo. Incluso, afirma que el hombre tiene el poder de retirarse virtual y provisoriamente del mundo, y meterse dentro de sí, o dicho con un espléndido vocablo, que sólo existe en nuestro idioma: el hombre puede ensimismarse.
No obstante, aclara que el poder que el hombre tiene de sustraerse al mundo y el poder ensimismarse, no son dones hechos al hombre.
Por eso, si el hombre goza de ese privilegio de liberarse transitoriamente de las cosas, y poder entrar y descansar en sí mismo, es porque con su esfuerzo, su trabajo y sus ideas ha logrado reobrar sobre las cosas, transformarlas y crear en su derredor un margen de seguridad siempre limitado, pero siempre o casi siempre en aumento. Esta creación específicamente humana es la técnica. Gracias a ella, y en la medida de su progreso, el hombre puede ensimismarse.
El hombre es técnico, es capaz de modificar su contorno en el sentido de su conveniencia, porque aprovechó todo el respiro que las cosas le dejaban para ensimismarse, para entrar dentro de sí y forjarse ideas sobre este mundo, sobre esas cosas y su relación con ellas, para fraguarse un plan de ataque a las circunstancias, en suma, para construirse un mundo interior; apunta José Ortega y Gasett.
También, manifiesta que se halla el hombre, no menos que el animal, consignado al mundo, a las cosas en torno, a la circunstancia. Que, en un principio, su existencia no difiere apenas de la existencia zoológica: también él vive gobernado por el contorno inserto entre las cosas del mundo como una de ellas. Asimismo, señala que el destino del hombre es pues, primariamente acción. No vivimos para pensar, sino al revés: pensamos para lograr pervivir.
Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede “destigrarse”, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse. Esto llevó a indicar que el hombre, por tanto, más que por lo que es, por lo que tiene, escapa de la escala zoológica por lo que hace, por su conducta. De aquí que tenga que estar siempre vigilándose a sí mismo.
“El hombre siempre camina entre precipicios, y, quiera o no, su más auténtica obligación es guardar equilibrio”.