Carlos Balladares Castillo.-
El viernes 19 de mayo en la puerta Tamanaco de la UCV un grupo de profesores de esta casa de estudios le dictó clases a los miembros de la GNB (que les impedían el paso) y a un conjunto de alumnos. La imagen tiene cierta belleza: un profesor solitario en medio de la calle entre los soldados (con sus armaduras, cascos y escudos en perfecta alineación) de un lado, y del otro los estudiantes sentados en el piso. La palabra como protagonista frente a la violencia potencial, pero también el acto de las mentes posiblemente abiertas o por abrir debido al diálogo de las ideas.
No quiero perder la esperanza del milagro de la conversión. No quiero pensar que los que empuñan las armas en contra del pueblo, se han convertido en una especie de máquinas que no logran empatía alguna con el que sufre sus agresiones. Ante esta terrible posibilidad algunos repiten el mito: “no son venezolanos”, como si nuestro gentilicio nos hiciera inmunes a la maldad, al daño del semejante y del compatriota.
Lo primero que les diría a los policías y soldados es que los considero seres humanos y venezolanos. Y esta doble condición les permite como personas saber distinguir entre el bien y el mal, y después como venezolanos el reconocer que padecemos el deterioro de las condiciones de vida y la pérdida de las libertades. Sin duda nuestras policías se han corrompido y mucho, pero debemos recordarles que en su familia siempre hubo una figura (tiendo a pensar en las mujeres: madres, abuelas, etc.) que les enseñó que ser gente decente era algo bueno. Y sé muy bien que el venezolano tiene muy arraigado en su cultura política la valoración del sufragio universal, por lo cual la denuncia de la pérdida de este derecho no creo que los deje indiferentes.
En estos tiempos se ha escuchado hasta la saciedad que las personas que trabajan para el Estado deben obedecer a la dictadura porque tienen que llevar comida a su casa. Por ello lo segundo que les diría es el reconocer su amor y sacrificio por sus familias, pero que deben pensar en las familias de los que reprimen. Y algo más importante: si aman realmente a sus hijos, esposas (la mayoría son hombres) y padres, piensen que defender el deterioro del país irremediablemente dañará a sus seres queridos. De nada valdrá obtener un poco más de ingresos hoy en un país con tan alta inflación y destrucción de su economía, por solo resaltar el nivel de vida y no las libertades políticas. ¿Qué país le están dejando a sus hijos?
Lo último, y no por ello menos importante, es que el odio no prescribe. ¡No hagan algo que después tengan que arrepentirse! ¡No actúen de una forma en que sus familias se sientan avergonzados de ustedes! No piensen solo en el presente, imaginen cómo serán juzgados en el futuro, porque incluso podrán ser juzgados no solo por sus familiares, sino también por una sociedad que ya cambió. Son muchos los que fueron abandonados por los que hoy les dan órdenes y después dirán que ustedes actuaron por propia iniciativa. La Constitución es clara: las responsabilidades son individuales, el argumento que afirma: “yo seguía órdenes superiores” no los ayudará. Piensen cuando todo esto termine, trasládense a ese futuro y pregunten a su yo del mañana: “¿Valió la pena hacer el mal, violar las leyes, los derechos humanos y negar lo bueno que me enseñaron los seres queridos que me formaron?”
Muchos dicen que necesitamos el milagro final para que finalice nuestro padecer como nación. Pues no es uno solo sino varios milagros, uno por cada persona que se dedica a negar que ya terminó una época de nuestro país. San Pablo fue el mejor ejemplo de cómo un gran enemigo se convirtió en el mayor divulgador de un bien, pues a él le rezo para que interceda ante los que se niegan a escuchar el clamor de un pueblo que quiere libertad con prosperidad. Venezuela tiene derecho a vivir en la modernidad, no podemos ser la excepción.
* Carlos Balladares Castillo es profesor de la Universidad Monteávila.
* Rubén Sevilla Brad es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.