Rafael Rodríguez Vargas.-
¿Habría de encontrarlo? Aún funciona el futuro, y es precisamente cuando el balón lo pongo a rodar. Camino, cabizbajo, y volteo hacia atrás, sin amor: el camino desmoronándose entre el recuerdo vago de un partido también vago. Pienso: ahora sí se acabó. El balón se fue rodando, y mi suerte tal vez con él.
Ella, en cambio, sí lo encontró. Después de horas invertidas tratando de analizar el juego de su hermano mayor, en una cancha despedazada envuelta en tierra más que grama. Estudió cada pase, cada mirada y cada grito de juego. Preguntó a cada rato, cada minuto y cada segundo. Teniendo solo nueve años quién iba a pensar que Deyna Cristina vendría de patear balones a jugar en el San Ignacio (su colegio), después de que Jorge (su entrenador para el momento) le dijera a su madre que ella debía jugar fútbol.
Al principio sus padres estaban renuentes con la idea de que ella jugara fútbol, al igual que ílvaro (su hermano), pero conforme pasó el tiempo no les quedó remedio que aceptar la indecible vocación temprana de Deyna y dejar atrás un tabú social ya desgastado. Así que la apoyaron, a pesar de que varios familiares cercanos no estaban muy de acuerdo con la idea.
Empezó a entrenar, y cada ejercicio se le hacía más llevadero que el otro. Disfrutaba de dominar el balón entre cada receso que había durante las prácticas. Se inició en la temporada después de tres meses entrenando en la categoría pre-B, y desde el primer momento descubrió esa sensación de hormigueo al marcar su primer gol. Con el número 9 en la camiseta, mientras la miraba los domingos tendida a esperar que se secara luego de un fin de semana en cancha, entendería al fútbol, más que un deporte, era una pasión genéticamente adherida a ella, a flor de vena cardíaca. Jugó de delantera toda esa temporada, lo que no sabía era que había encontrado su posición nata por el resto de su vida.
Consiguió alcanzar el título, en tres años consecutivos, de champion goleadora, haciéndose más rápida con cada pique al área chica que disputaba frente al último defensor contrario que quedaba, dominando al balón para después dominar al contrario, ésa era la estrategia.
En el camino se enfrentó a varios obstáculos que parecían nublar el horizonte. Nunca perdió su lado esencial, la feminidad, el ingrediente perfecto de su juego que lo hace diferente del resto de su competencia. No aceptaba jugar con los shorts del uniforme original en cada equipo por el que pasó desde sus inicios: se sentía un niño más, y era algo inaceptable para ella a pesar de su rudeza en el campo.
Comenzó a acumular trofeos a medida que avanzaba en sus primeros equipos, apenas dando sus primeros pasos. Desde el reconocimiento por su récord de máxima goleadora (17 goles) en la Liga Gran Maracay – Torneo Sonrisitas, pasando por la selección de Aragua sub-9 en la que se le reconoció como jugadora más valiosa y quedando campeones nacionales, hasta un cuadrangular de La Trinidad en el cual su equipo quedó de tercer lugar y se le reconoció como champion goleadora.
De niña siempre fue muy apegada a sus raíces, y sobre todo a las de su fútbol. Sabía que era lo que quería y hasta dónde podía llegar. Muchos de sus compañeros de juego en su colegio, y otros equipos en los que se desempeñó a temprana edad, admiraban el fútbol europeo y no paraban de hablar de los grandes jugadores del mundo. Pero ella hablaba del Aragua FC y de Juan Arango, por sobre todas las cosas. Nadie iba a imaginar que esa niña de nueve años, que una vez dijo “cuando yo crezca quiero llegar a ser profesional y tener mucho talento. Me gustaría ir a Alemania a jugar… o a Estados Unidos”, llegaría a cumplir el primer paso de su más grande sueño apenas con dieciocho años recién cumplidos, y con un camino por delante aún que recorrer.
Ahora, ella, la crack de Venezuela, juega en el Santa Clarita Blue Heat FC de la United Women’s Soccer, de préstamo temporal durante vacaciones de verano, siendo la número 10 y apenas comenzando a vislumbrar el suelo americano con su juego criollo. Su equipo original en el cual debuta es el Florida State Seminoles de la Universidad Estatal de Florida, en la cual estudia gracias a una beca conseguida por su esfuerzo constante de una carrera apenas en despegue en materia futbolística. Allí viste de blanco y vinotinto, color que le recuerda todos los días a la camiseta de su selección con la cual ha conseguido llegar a ser la máxima goleadora en la historia de la Copa Mundial Femenina de Fútbol Sub-17, con un récord de 11 goles, el cual terminó de concretar en el 2016 en Jordania, llevándose el Balón de Bronce y la Bota de Bronce. En el 2014 se llevaría la Bota de Oro en Costa Rica. Es también la Máxima goleadora del Torneo Olímpico Juvenil de Fútbol Femenino Nankín, en el mismo año. Dos años más tarde, volvería a repetirse (antes de ir a Jordania) el mismo récord en el Campeona Sudamericano Femenino Sub-17 en su tierra, Venezuela.
Muchos son los logros y aún se pierden los incontables goles que ha marcado en distintos campeonatos tanto nacionales como internacionales la crack que lo empezó todo una tarde en la que había decido acompañar a su hermano a entrenar.
El camino de hoy es solo el comienzo de otro sin retorno, uno que traerá consigo el código más perfecto para encontrar, la verdad en un balón.
* Rafael Rodríguez Vargas es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.