María Eugenia Peña de Arias.-
Una clásica sentencia periodística afirma que los hechos son sagrados, las opiniones son libres. Con ella se quiere enfatizar que la realidad no puede alterarse, porque el ejercicio democrático depende en gran medida de poder contar con información confiable, que permita tomar decisiones racionales.
Veamos qué ocurre en una sociedad en la que, por fuerza de la (auto) censura, la función informativa no se lleva a cabo con los estándares que exigiría la ética periodística, o se deja solo en manos de los medios digitales, cuando los estimados de penetración de internet superan en poco a la mitad de la población.
Un recorrido por Caracas, una tarde de sábado en la que está convocada una manifestación antigubernamental, arroja un paisaje que al menos incluye estos elementos: personas trancando el distribuidor de Altamira; a unos cuantos metros, un mercado popular en el que algunos intentan hacer la compra de la semana; cruces clavadas en la isla de la avenida principal de El Cafetal en memoria de los fallecidos durante más de un mes de protestas, personas comiendo de la basura, niños saltando en el colchón inflable de un centro comercial. Todo en el ámbito de dos municipios vecinos.
Esta pintura puede adquirir matices y elementos nuevos, pero sirve para ilustrar la variedad y los contrastes que están presentes en la sociedad venezolana; contrastes que no siempre aparecen en los medios de comunicación. Al hablar de los criterios que deben guiar la actividad periodística Julián Marías señalaba la proporción y la magnitud: no exagerar o minimizar los acontecimientos, e intentar no perder la visión de conjunto. Y el conjunto de los hechos declara que en la actual situación del país los venezolanos están lidiando con la crisis política y económica de muchas maneras.
No toda Venezuela está en las protestas, y eso no implica que el que no salga a la calle atendiendo al llamado de la MUD apoye al gobierno. Las manifestaciones son un importante modo de mostrar el rechazo, pero no las únicas. A los venezolanos los mueven muchos intereses a la hora de protestar o no, y no siempre son cónsonos con los que mueven a sus dirigentes.
Cuando los medios, tradicionales o digitales, deciden obviar los matices y reducir la importancia de las diferencias para cuadrarse con una posición política –sea cual sea-, hacen un flaco favor a la democracia y prestan un mal servicio a los ciudadanos que pueden ser víctimas de la desinformación. Las visiones simplificadas y maniqueas de los líderes políticos son cuestionables, pero en el caso de los medios son inaceptables.
Venezuela demanda de sus medios, ahora más que en cualquier otro momento, honestidad para ver la verdad en todas sus dimensiones, serenidad para ponderar la proporción y magnitud de los acontecimientos, y valentía para informar incluso lo que no se quiere informar.
* María Eugenia Peña de Arias es decana de la facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.