Rafael J. ívila D.-
En el artículo anterior continuamos revisando algunos efectos colaterales de la inflación que tal vez no se ven muy claramente, no son muy evidentes: las consecuencias causadas por las formas en que el gobierno trata de resolver la inflación, y que podrían resumirse en un corregir errores con errores. Y por esta razón es que creo que ha valido la pena analizarlas con detalle, y lo seguiremos haciendo en este artículo, y en los sucesivos.
Ya hemos revisado el caso de los salarios, las tasas de interés, las gavetas bancarias y el tipo de cambio, como regulaciones impuestas y precios que el gobierno comienza a controlar, en su búsqueda de detener la inflación y que no resuelven el problema de fondo, sino que originan otros.
Sigamos ahora con otros controles que los gobiernos aplican y que terminan siendo un corregir errores con errores. Recordemos que para resolver el problema inflacionario los gobiernos acuden a controles de precios, con el argumento que si la inflación es el alza de los precios, entonces la solución es sencilla: controla el precio. Otros controles aplicados y sus consecuencias, lo que se ve y lo que no se ve:
Control de alquileres: la inflación, el aumento de la cantidad de moneda en el torrente económico, va haciendo que los precios de servicios tan sensibles socialmente, como el alquiler de las viviendas, vayan incrementándose con el paso del tiempo. Si a esto le sumamos que la oferta de viviendas es menos elástica que la demanda sobre ellas, pues se adapta más lentamente a la demanda, entre otras cosas porque construir toma tiempo, la presión al alza del precio es mayor. Entonces comienza a ver un clima de opinión adversa al elevado precio de los alquileres, llamando al gobierno a intervenir. Y nuevamente este interviene y fija, controla, el precio de los alquileres de viviendas. Si el precio del alquiler, ahora controlado, es inferior al precio que el mercado tendría en la libre interacción entre oferta y demanda, habrá un exceso de demanda para la oferta que habría, que será menor (la oferta) que la que habría de poderse cobrar un precio mayor, generando escasez de viviendas, dado que no hay suficientes unidades de viviendas en alquiler en comparación con las demandadas.
Como es de esperarse en esta nueva situación los incentivos que un propietario tiene para poner en alquiler alguna vivienda son menores, y así también menores son los incentivos a mantener en buen estado la vivienda, pues mantenerla cada vez le cuesta más, gracias a la inflación (no olvidemos, generada por la política monetaria del tándem Gobierno-Banco Central), pero no puede trasladar al precio del alquiler este incremento en los costos que lo impactan. Por lo tanto, cada vez es menos rentable ver la adquisición de una vivienda para ponerla en alquiler, como inversión. Así, también deja de mantenerse el inmueble, deteriorándose con el tiempo. Por esta razón algún economista una vez dijo que la mejor forma de destruir una ciudad, sino se tiene la bomba atómica, es controlando los alquileres. Por supuesto, esta es una forma más lenta y menos escandalosa que usar la bomba: es lenta pero segura.
En la medida que esta situación va agravándose, podrían empezar a verse peticiones de desalojo de los inquilinos por parte de los propietarios. Y aquí el gobierno vuelve a intervenir, “defendiendo” a los que, al menos en apariencia, son los débiles en la relación inquilino-propietario, que es el inquilino, legislando para regular los desalojos, haciéndolos un camino tortuoso. De nuevo, tratar de corregir un error con otro, y no atendiendo a la raíz del problema. Pero como no hay almuerzos gratis en economía, esta política, lejos de resolver el problema, lo empeora, pues menos incentivos habrá ahora para alquilar, y colateralmente menos incentivos a construir viviendas, dado que si se llegase a alquilar se haría más difícil terminar la relación con el inquilino, en caso de que ésta no resulte bien. Nuevamente aquí se ilustra lo visible vs. lo invisible de las políticas: lo visible es el alquiler controlado, la “protección” que recibe el que está alquilado, frente al propietario, pero nadie ve que ahora le es más difícil conseguir vivienda al que busca, y que las que están se van deteriorando; además el problema se va empeorando con el paso del tiempo, pues las familias se van constituyendo y crecen, y tienen hijos que en algún momento se irán del hogar para formar su propia familia y necesitarán vivienda. Un reflejo de este problema es que se empiezan a ver anexos en viviendas para que los hijos de las familias puedan tener donde vivir con su propia familia.
A corto plazo hay “ganadores” y perdedores de esta política de control: “ganan” quienes ya están alquilados y el gobierno (en popularidad), y pierden los que están buscando viviendas y los propietarios. A largo plazo perdemos todos, pues nos quedaremos con insuficientes viviendas, envejecidas las que existan, y con la inflación (que se pretendió controlar) igualmente.
Es curioso que como sociedad, acudamos a que nos “proteja” el mismo que nos ha generado el problema: el gobierno. De nuevo: lo visible vs. lo invisible, y corregir errores con otros errores.
Aranceles y cuotas de importación: si comienza a darse la situación de escasez y encarecimiento de bienes en el país, y si además se controla el tipo de cambio, se incentiva la importación de estos bienes para poder satisfacer las necesidades de las personas. Ante esta situación se incrementa la competencia para las empresas nacionales, productores domésticos, los que por ser un grupo de interés relevante en el país comienzan a presionar al gobierno directamente, y a través de medios de comunicación, para que intervenga y coloque barreras al comercio internacional que los protejan y defiendan de esos productos más baratos y posiblemente de mejor calidad, más eficientes, que la gente quiere comprar en el exterior. La justificación para solicitar esta protección comúnmente es la defensa del empleo nacional, porque de seguir en desventaja la empresa nacional tendría que despedir personas o incluso cerrar, dejando personas y familias enteras afectadas. El clima de opinión se condimenta con el comentario que comprando productos extranjeros generamos empleos en otras latitudes. Lo que siempre se dice es que se requiere que el gobierno proteja a la empresa por el trabajador que allí labora y sus familias; nunca se dice que también se estaría protegiendo a los dueños de la empresa, por supuesto, porque esta razón tiene menos punch mediático, sobre todo en un país en el que ser empresario no sea muy bien visto, o se valore poco.
De nuevo lo visible vs. lo invisible: empleo nacional vs. el resto de los ciudadanos. Unos pocos se benefician a costa de muchos. Para que esos puestos de trabajo sigan abiertos el resto de la sociedad debe pagar productos más caros y frecuentemente de menor calidad. Lo que poco se ve es que la competencia estimula al productor a siempre estar revisándose y mejorar. Esto redunda en más bienestar para todos en la sociedad.
A corto plazo, hay “ganadores” y perdedores de estas políticas proteccionistas: “ganan” los productores nacionales, los empleados en estas empresas protegidas y el gobierno (en popularidad, en aranceles cobrados y poder), y pierden los importadores y el resto de los ciudadanos. A largo plazo, perdemos todos, porque, como sociedad, las ganancias de los grupos beneficiados nunca compensan las pérdidas de los no favorecidos.
Entonces, si el gobierno decide dar el paso y proteger a la industria nacional, comienza una serie de medidas: aranceles, cuotas de importación, la llamada sustitución de importaciones, todas orientadas a la anti-natural autarquía de “consumir lo nacional”, cuando lo natural es que todos los países seamos interdependientes, por la sencilla y natural razón de que nadie puede proveerse por sí mismo de todo lo que necesita, nadie puede ser el mejor haciendo todo. Lo natural es que uno se especialice en aquello en lo que se tiene talento o ventaja comparativa, y luego lo intercambie por lo que se necesita. Por lo tanto, es importante favorecer los intercambios libres y voluntarios.
Estas medidas de control, en lugar de mejorar el problema, lo empeoran, pues todas ellas afectan negativamente el bienestar de toda la sociedad, nos obligan a comprar productos más caros y posiblemente de inferior calidad, empobreciéndonos y coartando nuestra libertad de elegir.
Entender la economía política de los controles, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué es difícil cambiar el statu quo.
Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. Continuaremos revisando las consecuencias causadas por las formas en que el gobierno trata de resolver la inflación, y que podrían resumirse en un corregir errores con errores, en el próximo artículo: viendo lo que se ve y lo que no se ve, sus ganadores y sus perdedores.
* Rafael J. ívila D. es decano de la Facultad de Ciencias Administrativas y Económicas y director del Centro de Estudios para la Innovación y el Emprendimiento de la UMA.