Gretta M. Gil Anzola.-
Hace 14 años Roberto Albanez fue diagnosticado de cáncer. Todo comenzó por un dolor en la vesícula. Al ir al médico pensó que el diagnóstico solo hablaría sobre la presencia de cálculos. Sin embargo, al practicar un eco, el médico halló una gran mancha en el hígado.
“El doctor en un principio no me dijo que tenía cáncer, sino que me recomendó que fuese a ver con un especialista de vías digestivas. Mi primo es médico especialista en esa área y lo llamé inmediatamente. Viendo los resultados en el otro hospital me dijo: tienes cáncer”, contó.
El galeno le explicó a que la afección no estaba solo en el hígado sino que provenía de otro lado. Más exámenes indicaron que el tumor también estaba alojado en el colon.
El cáncer que padeció seguía el trayecto colon-hígado-pulmón-huesos. Los exámenes indicaron que la enfermedad se encontraba en la mitad del recorrido que describió anteriormente.
Frente a este diagnóstico decidió llamar a unos amigos médicos que trabajan en un hospital en Fort Lauderdale, Estados Unidos, quienes le recomendaron viajar hasta allá. Allí fue operado en varias oportunidades, en un proceso que tomó bastante tiempo.
Roberto asegura que nunca pensó que se iba a morir, siempre sostenía que cada cirugía y tratamiento que se le aplicaba era para seguir avanzando a su recuperación. “Nunca leí nada referente al tema, simplemente me mantenía apartado”, relata.
Actualmente le toca realizarse un chequeo anual en Nueva York en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center. Afortunadamente todos los exámenes que se ha hecho hasta ahora revelan que se encuentra en buen estado. En todo momento se puede percibir la actitud positiva que demuestra la forma como supo afrontar el reto que tuvo que sortear.
“Fui diagnosticada el 11 de noviembre del 2006”, rememora Ana Teresa Anzola, quien recuerda que fue a consulta tras presentar un sangrado genital de dos meses de evolución. Su médico le realizó una biopsia, la cual indicó que tenía un carcinoma epidermoide invasor de cuello uterino. El tumor se encontraba en grado III, y aunque estaba encapsulado no podía ser operado.
Allí comenzó la búsqueda de los médicos que pudieran tratarla. Ana Teresa señala con gran particularidad que cuando le tocó someterse a quimioterapia ella percibía que su tratamiento era leve. “Veía que el líquido que me ponían era blanco mientras que el de los demás era de otros colores como rosado, morado, azul. Yo realmente no sabía si dependía del tipo de cáncer o no”.
Recuerda que decretaba constantemente que el cáncer no le pertenecía, que no lo aceptaba, que se aferraba mucho a Dios para poder seguir adelante. Para costear su tratamiento acudió a una donación brindada por una fundación ubicada en Carabobo, a la cual llegó gracias a un contacto que tenía su hermano, Hostilio. También recibió ayuda del Estado venezolano.
Ana Teresa asegura que para marzo del 2007 ya había vencido el cáncer. Sostiene que  gracias a la fe y la unión que tiene con su familia pudo salir adelante.
Ana María de Guzmán y Ana María “Nuchy” Guzmán de Losada son madre e hija. Ambas también padecieron el cáncer, enfermedad que ya tenía antecedentes en esa familia.
Cuando Ana María fue diagnosticada de cáncer de mama, en el 2006, recordó a su madre, quien sufrió el mismo mal cuando tenía 50 años. Su padre era médico y participó en los tratamientos que debían aplicarle a su esposa. En aquel tiempo los procedimientos para tratar la enfermedad eran mucho más agresivos y dolorosos que ahora.
Gracias al amor que se tenían sus padres y la manera en cómo ellos afrontaron el cáncer de su madre, Ana María se sintió motivada para afrontar de la misma manera ese reto.
Para el 2006 tenía 72 años. Ella fue para un chequeo rutinario y contó a su médico las incomodidades que sentía en el seno. Fue remitida a un oncólogo, que al practicarle la biopsia confirmó el diagnóstico, Ana María fue sometida a quimioterapia y radioterapia, tratamiento que pudo sufragar gracias a su seguro y a la ayuda brindada por el Ministerio de la Defensa, debido a que su esposo es militar retirado.
Ana María enfatiza que en aquel tiempo se encontraba en excelentes condiciones y, sobre todo, con una actitud positiva. Recordaba constantemente que si su madre pudo superar ese cáncer ella lo haría también.
Cuatro años después empezó a tener problemas estomacales, lo que la hizo bajar de peso considerablemente. Esto se debía a unos divertículos, por lo que le aplicaron una colostomía. En este procedimiento le extrajeron un fibroma en el espacio del sigmoideo que se encontraba encapsulado. Dicho fibroma había ocasionado fisuras a la vejiga.
A diferencia del 2006 Ana María no se encontraba en óptimas condiciones de salud. Confiesa que por primera vez se sentía a la deriva, no quería que su familia sufriera. Lo que realmente le molestaba era el hecho de haber postergado la cirugía de la colostomía y las consecuencias que eso le acarreó.
En ese momento se aferró mucho a su fe y a su optimismo. Asegura que el amor y el humor la ayudaron a salir adelante. Hoy Ana María tiene 80 años, el cabello gris con tonos de color lila, y el orgullo de declararse superviviente de dos cánceres.
Al igual que su madre, Nuchy fue a un chequeo ginecológico rutinario, donde su médico detectó que había líquido en la cavidad abdominal. Los primeros exámenes no arrojaban indicadores de cáncer
Nuchy acudió entonces al doctor Raúl Vera, el mismo oncólogo que trató a su madre. “Tenía un tumor en el apéndice. No se veía antes debido al líquido que lo cubría. El problema no fue encontrar el tumor, el problema fue que habían encontrado que eso había derramado mucina por todo el peritoneo”. Al culminar la cirugía el galeno le diagnosticó una enfermedad poco común llamada PMP (peudomixoma peritoneal).
El tratamiento consistía de quimioterapia y una cirugía citorreductora. La complejidad de la operación no permitía mantener buenos pronósticos: el proceso quirúrgico duraba un día completo y no estaba disponible en Venezuela. A partir de allí comenzó a hacer una dieta que no le permitía consumir carnes, lácteos, enlatados, azúcar, alimentación que debía acompañar con una rutina de ejercicios.
Tras conversar con su médico Nuchy decidió que se sometería a la cirugía pero no se aplicaría la quimioterapia, ya que consideraba que el tratamiento para esa enfermedad tan particular no sería efectivo para destruir los mixomas. Ya que de por sí, la intervención quirúrgica era de alto riesgo.
Nuchy siempre pensó que lo estaba pasando no era con ella, que le pertenecía a otra persona, porque ella se sentía súper bien. Asegura que en ningún momento llegó a sentir dolores. Pero la motivación mayor vino de su hijo, Carlos Antonio.
Cuando ya estaba todo listo para viajar a Estados Unidos visitó a su médico para practicarse nuevos exámenes. El galeno le informó que su estado era óptimo, por lo que rápidamente programó una laparoscopia para comprobar su situación.
“Me dijo que existía la posibilidad de que se estuvieran reduciendo los tumores. En el caso de que fuera así no sería necesario que me sometería a la cirugía porque iban a seguir reduciéndose”, recuerda.
Los exámenes confirmaron los buenos augurios: los tumores habían desaparecido. “Yo siempre pensé desde el fondo de mi corazón que nunca me iba a someter a esa cirugía y así fue”, exclama Nuchy con una mirada triunfante.
Cuatro relatos de vida, cuatro relatos de sobrevivientes. Cuatro testimonios que demuestran que, con optimismo, fuerza de voluntad y un diagnóstico médico a tiempo, es posible superar esta enfermedad. Enseñanza que cobra especial vigencia este 4 de febrero, Día Mundial contra el Cáncer.
* Gretta M. Gil Anzola es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.
* Rubén Sevilla Brand es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.
Gracias por contarnos estas experiencias tan alentadoras, casualmente conozco a Nuchy y a Roberto