Habla “Don Peter”, “El chacal de Gí¼iria”

Kelvin Brito.-

Blanco Muñoz entrevistó a Estrada en 1983. Foto: reverso libro Pedro Estrada habló. Reproducción: Kelvin Brito
Blanco Muñoz entrevistó a Estrada en 1983. Reproducción: Kelvin Brito

Mucho hemos escuchado de este personaje, que sin duda ha sido esbozado por nuestros padres o abuelos como testigos directos de esa época. Ora apodado “Don Peter” por las familias de alcurnia ligadas al régimen, ora llamado “El chacal de Gí¼iria” por los opositores, ví­ctima de sus desmanes, o ciudadanos ajenos a la polí­tica que escuchaban leyendas o vivencias. En nuestros dí­as es lugar común escuchar la defensa del gobierno al cual sirvió, mas nadie se atreve a hacerle al personero una apologí­a elaborada.

El susodicho no es otro que Pedro Estrada, quien sostuvo varias entrevistas con el periodista Agustí­n Blanco Muñoz, compiladas en el libro Pedro Estrada Habló, que hoy vamos a analizar.

Un hombre dedicado a la historia oral.

Blanco Muñoz es historiador, doctor en Ciencias Sociales y profesor titular de la UCV. Ha sido investigador y director de diversos medios dedicados a las Ciencias Sociales. Columnista de íšltimas Noticas y El Universal. Coordinador de varias páginas web.

Su especialidad radica en el área testimonial, donde ha recabado información publicada en numerosos libros y colecciones. Américo Martí­n, Carlos Andrés Pérez, Miguel Acosta Saignes, Marcos Pérez Jiménez, Jóvito Villalba, Hugo Trejo, Martí­n Parada, Pompeyo Márquez, Domingo Alberto Rangel, Wolfgang Larrazábal, Guillermo Garcí­a Ponce, Teodoro Petkoff y Orlando Castro, son algunos de los entrevistados en su vasta obra periodí­stica.

Habla Pedro Estrada

Ya sólo con tener conocimiento de la existencia del libro la curiosidad azuza al lector, y no sólo por las suposiciones del “qué dirá”. Es porque se trata de una persona conocida no por los libros, sino por el imaginario popular: Sabemos por boca de nuestros mayores de lo que es capaz de hacer por el papel desempeñado en la exitosa telenovela Estefaní­a, personaje que caló en la idiosincrasia del venezolano.

Su aparición en la mayorí­a de las fuentes se limita a una breve descripción: ni siquiera la Biblioteca Biográfica Venezolana, compuesta de 151 biografí­as excepcionales a la fecha, cubrió esta inmensa laguna bibliográfica. ¿Acaso porque todaví­a el personaje es demasiado temido? Muy difí­cil creerlo: basta con nombrar a Juan Vicente Gómez, tal vez el venezolano más sumido en la leyenda negra –a veces por el mismo apego a los hechos- para que la avalancha documental nos abrume.

Los más se inclinarán a pensar que es, entonces, por falta de investigación. Ciertamente, las condiciones están dadas para suponer que es así­. Pero, ¿por qué? Valga esta interrogante para dar pie a las conjeturas de los lectores.

Si de libros sobre Pedro Estrada se trata, especial mención merece la publicación Marcos Pérez Jiménez, el último dictador de Carlos Alarico Gómez, acaso la única referencia que ahonda más en una semblanza del personero. Fundamentada, valga decirlo, en la entrevista que estudiaremos.

Portada del libro Pedro Estrada habló. Reproducción Kelvin Brito
Portada del libro Pedro Estrada habló. Reproducción Kelvin Brito

El comienzo de la carrera polí­tica de Estrada no es en el perezjimenismo, como muchos supondrán. Se remonta a los tiempos de Gómez, donde un joven Pedro está metido hasta el fondo en la fallida invasión del Falke, aquélla donde también aparecen vinculados nombres como José Rafael Pocaterra, Carlos Delgado Chalbaud, Román Delgado Chalbaud y Armando Zuloaga Blanco. El gí¼ireño pertenecí­a a la escuadra de hombres que esperarí­an el desembarco y los pertrechos desde tierra firme. Como sabemos, la intentona sufrió un rotundo fracaso, si bien fue el movimiento armado más poderoso al que debió hacer frente Gómez.

Luego de pasar un tiempo en la cárcel, se fue a Trinidad a fortalecer sus estudios, que no pudo concluir por dificultades económicas. En su regreso al paí­s, y tras la indulgencia del gomecismo, lo vemos ocupando un cargo civil nada desdeñable en Maracay. A la muerte del Benemérito, Estrada se encontraba allí­ y fue tan eficiente su labor que no se registraron alzamientos o saqueos en el lugar.

Organizó el aparato policial gubernamental durante el gobierno de López Contreras, desde donde combatió la subversión comunista. Incluso llegó a apresar a Rómulo Betancourt, quien -según el propio Estrada- ni siquiera pisó La Rotunda jamás en su vida. En la administración de Medina, su carrera se ve afectada producto de la apertura democrática que experimenta el paí­s (y supuestas venganzas de altos funcionarios, como relata el entrevistado). No obstante, ocupó la dirección de la cárcel modelo.

Entre 1945 y 1948 estuvo exiliado en Centroamérica, planeando intentonas para derrocar a los gobiernos de la Junta Revolucionaria y Gallegos, hasta que retorna al paí­s tras el golpe del 24 de noviembre de 1948. A partir de allí­, su carrera burocrática entra en alza ininterrumpida, cuyo cenit alcanza al ocupar la jefatura de la Seguridad Nacional y llegar a ser uno de los cabecillas del régimen, sólo para ser detenida a principios de 1958 cuando, dí­as antes del 23 de enero, es obligado a abandonar el paí­s por presión de los militares. No regresará nunca más.

Tras algunas peripecias en Santo Domingo y Estados Unidos, se residencia en Parí­s, donde colabora en la creación de la Interpol. Es en esa ciudad donde fallece en 1989.

El encuentro estuvo fechado en 1983, en Francia. Muñoz describe en el prologo el porqué del proyecto, no sin antes dejar patente la incertidumbre de cómo serán recibidos él y su equipo. Pese a esto, las puertas del exiliado fueron abiertas de forma grata por un Estrada muy galante: como todo un señor, en el más estricto sentido de la palabra.

Algo inquietó mucho a Muñoz en su momento, cuando apenas comenzaban las conversaciones, y es importante destacarlo:

“…querí­a escuchar integralmente lo grabado, corregir si fuese necesario. Volví­amos al inicio. Tal vez más atrás. El grado de confianza y el clima de la entrevista parecí­an haberse esfumado. Aquello significaba materialmente el fracaso de nuestra misión. Las reglas de juego no podí­an violentarse. Las grabaciones no pueden pasar por la corrección de los entrevistados porque entonces el trabajo pierde su sentido testimonial directo para conformarse como simple reportaje sopesado y estudiado una y más veces. De esto hablamos: exhibimos todos los argumentos y para mi sorpresa hubo rápido acuerdo…” (pág. 15).

La entrevista es bastante fluida y hace importantes aseveraciones:

Su obsesión por el orden es recalcada en las primeras páginas del libro. Dice que de no haber sido policí­a, se especializarí­a en medicina o en la carrera militar. Destaca que fue invitado en algunas ocasiones a Estados Unidos para oficiar charlas en materia de seguridad. Defiende la posición según la cual Pérez Jiménez no mandó asesinar a Carlos Delgado Chalbaud. Asegura que en las elecciones de diciembre de 1952, donde se desconoció el triunfo de Jóvito Villalba, los militares votaron para la asunción de Pérez Jiménez a la presidencia de la República.

Con respecto a los asesinatos y desapariciones imputados a la Seguridad Nacional se defiende en la mayorí­a de los casos. Jura que en la muerte de Ruiz Pineda estuvieron implicados los mismos “adecos”, al igual que la de Alberto Carnevalli. Se remite muchas veces al expediente y a testigos para que el entrevistador ahonde en el tema. Admite, eso sí­, que el error estuvo en combatir las ideas con la fuerza, e incluso reconoce no ser un angelito.

Cuando le hacen citas de libros en los que se habla de él, se muestra incómodo, si bien responde la mayorí­a–como ocurre con las acusaciones que hace Betancourt en Venezuela, polí­tica y petróleo-. La excepción es cuando se le pregunta sobre las publicaciones de José Agustí­n Catalá: se rehúsa terminantemente opinar al respecto. Resalta, en esta situación, un gran encono por el perseguido polí­tico.

Sus andanzas por Centroamérica en los 40, su visión de la geopolí­tica americana, las anécdotas con respecto a Rafael Leonidas Trujillo y otros dictadores latinoamericanos, así­ como sus pareceres sobre la democracia venezolana que mandaba por esos años, ocupan lugares de primer orden en la entrevista.

Sin duda alguna, es la fuente más idónea para acercarnos a este personaje, que seguirá representando un paradigma en la represión perezjimenista, sí­mbolo del terror para muchos de los venezolanos, pero que, valga decirlo, reformó el sistema de inteligencia policial en nuestro paí­s.

* Kelvin Brito es estudiante de Derecho.

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