Victoria Cova.-
El sistema internacional está enfrentando ahora uno de los mayores retos que jamás pensaron las naciones en su conjunto: el terrorismo. Una amenaza silente, mutable y prácticamente indestructible que no cree en fronteras. El terrorismo se convierte cada vez más en el talón de Aquiles de la actualidad diplomática.
El sistema vigente es aquel que Henry Kissinger, en su libro La Diplomacia, denomina como “seguridad colectiva”. En él, todos los países trabajan en conjunto para alcanzar valores como la igualdad, la cooperación y, sobre todo, la seguridad. Se denomina seguridad colectiva porque los estados usarían la fuerza solo para acabar con aquellas amenazas para la paz del mundo.
Este sistema viene a remplazar al viejo “equilibrio de poder” de la Europa de los siglos XVII, XVIII y XIX, en el cual los países no intentaban evitar la guerra, sino que la permitían y hasta la promovían siempre y cuando un solo estado no fuese capaz de convertirse en hegemónico y someter a los demás. Los estados se alinearían en coaliciones de tal manera que ninguno pudiera tomar el control del poder absoluto.
Tras la Primera Guerra Mundial el costo de las guerras de coalición se demostró demasiado penoso para la humanidad en conjunto y eso encaminó los pasos hacia la seguridad colectiva que hoy conocemos. La parte esencial del sistema moderno es que las controversias entre los países, incluso las que conllevan asuntos de seguridad interna de cada uno, son discutidas en un foro multilateral que reúne a todos los estados.
Este foro es Naciones Unidas, principal responsable de mantener la paz en el mundo. ¿Pero qué pasa cuando la amenaza no viene de un estado o de un grupo armado plenamente identificado? ¿Cómo reacciona el sistema (que es la manera que tienen los estados de relacionarse) si la amenaza no es claramente definible? ¿Las respuestas que ha dado el conjunto de las naciones se han adaptado a esta nueva realidad?
Es indudable que el terrorismo trastocó el sistema. Una muestra de ello fue cuando, el pasado noviembre y, a raíz de los ataques de París, un conjunto mayor a cinco países le declararon la guerra al conocido Daesh o Estado Islámico, lo cual quedaría contemplado por Naciones Unidas como una Tercera Guerra Mundial puesto que una guerra mundial (para la ONU) es toda aquella que involucre a más de cinco países.
¿Es la lucha contra el terrorismo un enemigo sin rostro y sin forma? La respuesta de primeras luces es no, al menos no como la esperaríamos. El terror ha modificado completamente el funcionamiento de nuestras relaciones entre estados.
El internacionalista Carlos Romero indica que el motivo por el cual los países se ordenan a través de la diplomacia es para mantener esa seguridad colectiva. El experto argumenta que el terrorismo tiene repercusiones en ese ordenamiento, puesto que tiene una serie de manifestaciones a considerar.
Señala que están presentes las manifestaciones domésticas, que, a su juicio, son aquellas por las cuales se sirve del terror para alterar el orden público; las manifestaciones bilaterales, que existen cuando el terrorismo favorece a la causa de un estado determinado; y las manifestaciones libres, cuando tiene sus orígenes en la religión o en factores políticos y culturales.
El experto sostiene que esto afecta las relaciones entre los estados porque el terrorismo es un problema que trasciende a las fronteras y, más aún, cuando este pasa a ser terrorismo de Estado, el cual surge cuando este tipo de acciones no son ejercidas por “civiles o militares que están fuera de la ley, sino que el propio Estado a través de sus fuerzas armados y sus entes aliados ejerce prácticas terroristas, violando los derechos humanos”.
Dentro de este marco de amenazas inéditas Romero infiere que las relaciones entre los estados se han fortalecido en la búsqueda de nuevas maneras de seguridad colectiva, especialmente cuando existe el temor del llamado terrorismo nuclear, que es cuando un grupo terrorista o un Estado con nexos o prácticas terroristas se hace con armamento atómico.
Eso fortalece la cooperación entre estados y los mecanismos de integración en pro de esta seguridad colectiva, lo cual brinda apoyo a los organismos interestatales como las Naciones Unidas o la Unión Europea. Sin embargo, la competencia natural entre los estados en pro de sus intereses y la actuación de los estados forajidos (aquellos fuera del sistema internacional o con divergencias notables con las políticas del sistema) entorpecen esta misma colaboración.
El internacionalista califica de relativamente suficientes las acciones que las Naciones Unidas, como representación mancomunada de los estados y del sistema internacional, ha tomado en contra del terrorismo, pero añade que siempre se cuestiona si al terrorismo solo se le debería combatir a través del derecho internacional o si estos métodos quedan cortos frente al fenómeno.
El terrorismo, en síntesis, es un peligro que trasciende fronteras, intereses, credos y políticas y que se constituye con un factor prácticamente incontenible en tanto es anónimo, mutable y difícilmente localizable. Frente a esto el sistema internacional se ha tenido que adaptar a una nueva realidad con el fin de preservar su seguridad colectiva, lo cual ha fortalecido el sentido de cooperación internacional en muchos niveles, pero que complica el juego diplomático al sol de hoy.
* Victoria Cova es estudiante de Comunicación Social.