Camila cuenta la experiencia de su abuela «Tata» y el milagro de su recuperación
Valeria Hurtado.-
Un miércoles gris, de tarde lluviosa caraqueña, Camila ílvarez hacía su tarea en la mesa del balcón que da vista a El ívila; tomaba un vaso de leche, unas galletas y ahí solía quedarse hasta terminar sus actividades.
Era una típica tarde de estudio después del colegio, en 2015, hasta que su mamá, Liliana, recibiera una llamada telefónica de su esposo, quien estaba muy preocupado: “Voy saliendo a la clínica, mi mamá se cayó por las escaleras de su casa y tiene una fractura en el brazo”. Nayleé, la “Tata” de sus nietos, se encontraba en la Clínica Santa Sofía, en El Cafetal.
“Tata” es muy especial en la familia, una abuela muy consentidora, amorosa, cariñosa, amable y entregada a sus nietos. Es la abuela favorita de Camila, a quien no le comentaron nada de lo sucedido.
Transcurrió un par de horas y se escuchaba el teléfono de la casa sonar cada dos minutos. Camila empezó a percibir un misterio con cada llamada, ya que su mamá se levantaba del sofá y subía al cuarto para hablar.
“¿Quién llama tanto a la casa un miércoles cualquiera?” “¿Por qué mi mamá no habla por teléfono si yo estoy cerca?” “¿Será que pasó algo?”, se preguntaba en voz alta, mientras mojaba sus galletas de chocolate en la leche y después de cada mordisco, escribía algo más de su tarea.
“Tata” es muy especial en la familia, una abuela muy consentidora, amorosa, cariñosa, amable y entregada a sus nietos.
Se hizo de noche, alrededor de las siete, y su mamá le dijo que se colocara un suéter porque iban a visitar a “Tata” que le pusieron un yeso por una fractura. Camila, furiosa, le reclamó que porque siempre que pasaba algo no le decían, que esa es su abuela y tiene el derecho de saber cada cosa que le ocurra para rezar y pedirle a la Virgen que la cuidara.
Al manifestar su molestia, subió al cuarto, se colocó un suéter color morado que le habían comprado en el último viaje a Europa y se detuvo a tomar la medalla plateada de la Virgen de la Milagrosa.
En quince minutos estaban en la clínica y subieron por el ascensor hasta el piso uno, donde estaba la emergencia, y buscaron el cubículo donde la abuela yacía en una camilla con el brazo enyesado.
Camila brincó para abrazar a su abuelita. Enseguida entró su papá, Ricardo, e informó que el doctor autorizó la salida y que ya había cancelado los gastos de la clínica. Acompañaron a “Tata” hasta el carro para que se ubicara en el asiento de copiloto.
El abuelo, Felipe, a quien le decían “Coco”, estaba en el asiento del piloto, ya que la abuela tenía una fractura y en segundo lugar, ella no manejaba desde hacía quince años atrás. “Coco”, además de ser su esposo, la llevaba a todas partes.
Un nuevo incidente
Bajaron el vidrio y se despidieron todos felices que el accidente no había pasado a mayores y que solo hizo falta un yeso. Camila le besó la frente a su abuela y le dijo en el oído: “Te quiero mucho y estoy contenta que no fue nada grave”.
Camila llegó a su casa junto a sus padres y enseguida, subió las escaleras hasta su cuarto, se puso la pijama, se lavó la cara en el baño antes de acostarse. Como todas las noches, rezó un Padre Nuestro y un Ave María. Quedó dormida en plena oración.
Se despertó de golpe, vio su reloj en la mesa de noche y marcaba las siete y media de la mañana: “¡No puede ser! ¡Voy tarde al colegio!”. Se levantó corriendo y fue hasta el cuarto de sus padres. Allí notó que ellos sabían la hora, además de ver en sus rostros otra preocupación.
“¿Qué sucede?” “¿Todo bien?”, preguntó Camila. No hubo respuesta alguna y su mamá le hizo seña de que se sentara en la cama a su lado.
Después de un largo silencio, su padre rompió el hielo y dijo: “los abuelos mientras iban a su casa tuvieron un accidente de tránsito. Iban por el elevado de Bello Monte y un carro que estaba arriba le cayó a ellos que estaban abajo. Están en grave estado en la clínica”.
«Te quiero mucho y estoy contenta que no fue nada grave»
Camila se puso pálida, comenzó a temblar y rompió en llanto. No entendía cómo podían ocurrir dos accidentes en menos de veinticuatro horas. Su madre la abrazó y la consoló. Minutos después estaban arreglándose para salir otra vez a la mencionada clínica Santa Sofía.
Al llegar al sitio, el Doctor Rengifo les indicó a los tres que Nayleé y Felipe estaban en terapia intensiva y que no podían verlos. Explicó que en horas de la tarde debían realizarles otras operaciones y que debían rezar mucho porque estaban muy mayores. No había garantía de que soportaran tanto.
Una de las causas de las graves heridas de la abuela fue que no tenía el cinturón de seguridad al momento del impacto, lo que provocó mayores fracturas y problemas neurológicos.
Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, el uso del cinturón de seguridad disminuye entre 45% y 50% el riesgo de defunción de los ocupantes delanteros de un vehículo.
Además, la diabetes de Nayleé y sus problemas para cicatrizar heridas, complicaban más el panorama para la señora.
Tras escuchar al médico, amigo de la familia, Ricardo, Liliana y Camila se quedaron fríos. No tardaron ni cinco segundos cuando ya las lágrimas corrían por las mejillas rosadas de la pequeña.
El rezo de la paz
Con la Virgen de la Milagrosa en sus manos, Camila se puso a rezar en una esquina de la sala de espera que daba a la puerta de la terapia intensiva. Entre lágrimas y preocupación le prometió a Dios dos cosas: que nunca se olvidaría de usar el cinturón de seguridad y además le agradecería todas las noches si lograba que sus abuelos sobrevivieran al accidente.
Para ella, la familia era lo más importante y desde muy niña tenía una gran conexión con “Tata”, incluso ella fue quien decidió llamarla de este modo. Su mayor sueño era que su abuela pudiera verla conseguir un título universitario, casarse por la Iglesia Católica y darle bisnietos.
Mientras oraba, por su mente se le pasaban todos los recuerdos que habían vivido e incluso observaba el brazalete de mariposas que su abuela le había regalado en su último cumpleaños. Después de culminar su conversación con Dios, Camila sintió una paz interior inexplicable, que le dio fuerzas para no llorar más.
La nieta, corrió hasta agarrarle la mano y se emocionó por ver a su abuela en buen estado
Después de tres días, los abuelos salieron de la terapia intensiva; los visitó y les llevó sus helados favoritos. Sin embargo, antes de entrar a la habitación, el médico le advirtió que su “Tata” no estaba muy animada, pero apenas entró y Nayleé la vio, todo cambió.
Los ojos de su “Tata” se alegraron y enseguida, le volvió el color al rostro: una persona a veces es una medicina. La nieta, corrió hasta agarrarle la mano y se emocionó por ver a su abuela en buen estado. Esta vez, las lágrimas eran de felicidad. Sabía que lo peor ya había pasado y que ahora era cuestión de tiempo su recuperación. Ya no había peligro alguno.
Hoy en día, Camila estudia Comunicación Audiovisual en la Universidad y le falta poco para graduarse. Agradece todas las noches por la salud de sus abuelos y nunca conduce sin el cinturón de seguridad. “Tata” está sana, volvió a caminar, sus fracturas no le dejaron daños y neurológicamente ha superado el trance.
*Valeria Hurtado es estudiante de la Universidad Monteávila