Gabriel Pinzón.-
La emblemática serie de HBO Succesion terminó luego de cuatro temporadas. Para quienes siguieron la lucha de la familia Roy, por obtener la herencia del patriarca dentro del negocio multimillonario desde el principio, se generó demasiadas expectativas en cuanto al desenlace de esta disfuncional familia.
El éxito que ha cosechado esta serie, con una conclusión crepuscular y madura, se debe en gran parte a la excelente manufactura implementada dentro de su lenguaje cinematográfico, en lo que se refiere al momento de presentarnos a toda la Familia Roy, y a la posibilidad de ir conociéndolos desde el primer momento, cuando surgen las primeras disputas entre ellos sin filtros al momento de cortarse en lo más mínimo.
Sin entrar en muchos detalles, cada miembro de esta disfuncional familia está cargado de mucha humanidad, con mucha profundidad psicológica que los hace cada vez más interesantes y tridimensionales, una vez que los conoces más a fondo desde que inicia hasta que acaba cada episodio.
También la serie es excelente debido al momento de abordar de forma curiosa temas que giran en torno al mundo de los asuntos empresariales que rodean a sus protagonistas, sin tener miedo en explorar aquel concepto tan impopular de los “problemas de primer mundo”.
De esta forma potencian ese aspecto de sátira dentro de su universo empresarial, donde los guionistas no temen introducir infinidades de elementos o situaciones extremas que en primera instancia sean difíciles de creer, pero que a la hora de la verdad sirven para demostrar el poder que ejercen las altas jerarquías dentro una empresa conglomerada, a veces nada ajena en el mundo real.
Y por mencionar otro de los grandes logros de su creador, Jesse Armstrong, es la capacidad de encontrar un punto de equilibrio exacto y bien calibrado para que esa sensación de extrañeza e incomodidad, que llega hasta a ser divertida dentro de su escasa naturaleza económica, sin resultar exagerada, no afecte la seriedad del relato.
Esa ambivalencia sociológica es lo que hace de esta serie tan especial, donde no se corta en ningún momento a la hora de plantear situaciones tensas.
Es, en ese aspecto, donde el espectador goza de unos personajes bien escritos y en donde también se nos permite apreciarlos desde distintas ópticas, con una balanceada combinación de cariño, odio, empatía y aborrecimiento.
Esta combinación puede resultar extraña, pero a la vez resulta efectiva ya que se nos permite a nosotros cuestionar la espiral moral y ética depositada en estos personajes y sus cuestiones filosóficas desde una primera instancia.
Esta misma razón es la que permite a todo al amplio elenco derrochar una majestuosidad actoral pocas veces vista en una historia de este alto calibre.
Por último, lo que hace a Succesion tan auténtica es su excelente tesis planteada mediante el espejo en el que podemos mirarnos: la ambición desmedida dentro de las élites corporativas, las infancias rotas, la necesidad de demostrar a los demás los superiores que aparentamos ser, los traumas transgeneracionales que surgen debido a las obsesiones o los cariños paternales que dejan heridas permanentes a las futuras generaciones.
Recomendarla no creo que sería suficiente, pero sin duda es obligatoria al visionado, demostrando que en ocasiones cuando dejamos de creerlo, la realidad supera a la ficción sin caer en pretensiones arbitrarias.
Succesion, desde un principio, nunca pensó en dar en el clavo en cuanto a cimentar su propio legado. Pero, sin duda y para sorpresa de muchos, lo hizo y con broche de oro.
*Gabriel Pinzon es estudiante de la Universidad Monteávila