Cadenas

Alicia ílamo Bartolomé.-

¡Abajo cadenas! / gritaba el señor / y el pobre en su choza / libertad pidió… Estas cadenas de las cuales habla nuestro himno nacional, nadie las quiere, todos las rechazamos, porque significan opresión, despotismo y su atadura ha hecho sufrir a muchos pueblos y generaciones a través de la historia. Estas cadenas significan para nosotros falta de libertad. Sin embargo, hay otras cadenas.

Cadenas son las que unen mecanismos industriales para la producción de bienes y representan, con su buen funcionamiento, eficiencia y progreso. Los encargados de mantener estos aparatos se preocupan de que estas cadenas estén en buen estado, engrasadas y con todos sus eslabones sólidos, sin roturas, bien enlazados unos con otros. La falla de un eslabón hace fallar la cadena entera y, por supuesto, al mecanismo en cuestión. Esto me hace pensar en otra cadena.

La cadena de la especie humana. Ya sea creacionista o evolucionista o tal vez la combinación de ambas posturas, nadie puede negar que desde Adán o el primer mono que se puso en pie, la humanidad ha constituido una larga cadena sin interrupción y cada uno de nosotros es el eslabón presente de una estirpe familiar, enlazado, uno, al pasado y otro al futuro. Somos responsables en nuestro momento de ser sólidos, perfectamente engarzados con el de ayer y el de mañana, para construir la parte de la historia que nos toca. La falla de uno de nosotros repercute en la sociedad porque afecta la cadena. No sé si todos tenemos conciencia de esta responsabilidad.

Hay las cadenas ornamentales a través de toda la historia para adornar a hombres y mujeres, como collares, pulseras y para colgar medallas, dijes y piedras preciosas. De alguna manera siempre están de moda, pero hace algunos años fueron un verdadero furor en la moda femenina. Se multiplicaban alrededor del cuello en diversas longitudes, combinadas doradas y plateadas, también distintas en estilos y grosor. Era una moda encadenada a las cadenas. Pero eran cadenas gratas. En cambio, hay otras…

Me refiero a las detestables cadenas de los medios de comunicación a que suelen someternos los gobernantes de turno. Y esto, ¡hasta en democracia! En un mundial de fútbol, cayó en 5 de julio un juego importante de la selección de Brasil -no recuerdo frente a quién- y, como todo buen venezolano, tengo predilección por el fútbol brasilero. A la hora del partido, los medios de comunicación entraron en cadena para transmitir las tradicionales ceremonias del Dí­a de la Independencia de Venezuela. A mi vez, yo entré en cólera contra nuestro presidente por impedirnos ver el ansiado juego y éste era, nada más ni nada menos, que uno de los más apreciados por mí­: Luis Herrera Campí­ns.

¿Qué decir de las insoportables cadenas del oficialismo del siglo XXI? Desde Chávez hasta hoy, si no me voy a un canal extranjero, al menos quito el sonido, mirando por el rabillo del ojo en espera del fin de la transmisión y el regreso del programa que estaba disfrutando. No soporto estas cadenas con todas las necedades que transmiten a través de un vocero que la mayorí­a de las veces suele ser el ilegí­timo jefe del Estado. Cuando veo esa cara en primer plano, mi impulso primitivo es lanzar algo y romper la pantalla, ¿pero, qué gano? Nada, o más bien pierdo: mi televisor, mientras el individuo cargante sigue impávido en su verborrea y espurio mandato.

Pero hay cadenas que gratifican, que devuelven al venezolano de hoy, tan disminuido y alicaí­do -sea en el paí­s o sea en la diáspora- un aliento de alegrí­a, de esperanza, un sentir que esta patria no está perdida para siempre. Ha ganado el Premio Cervantes 2022, el más importante premio de la lengua castellana, un venezolano integral, nuestro eximio poeta Rafael Cadenas. ¡Arriba Cadenas…!

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