Reflexiones antropológicas para educar VII

Reflexiones Universitarias

Fernando Vizcaya Carrillo

Reflexiones Universitarias

Así­ nos metemos en la reflexión sobre la ciudad y el ciudadano. El concepto clásico de Polis no es solamente el concepto de sitio fí­sico —espacio— de convivencia y de interrrelación humana que se ha manejado desde la antigí¼edad. Implica un sistema de normas que generen la permanencia de ese enclave social, es decir, unos medios que produzcan sistemas educativos con caracterí­sticas especiales para esas comunidades. Se produce necesariamente una teorí­a pedagógica derivada de la concepción antropológica.

Este sistema de normas varí­a de esa concepción antropológica. Era definitivamente diferente para una sociedad de esclavos, como la romana o la griega, para una sociedad de siervos, como la medieval o para una sociedad de trabajadores como la marxista. Todas ellas presentaban unas caracterí­sticas que reflejaban las condiciones de pensamiento en cuanto al hombre y a su adelanto en técnicas y dominio del medio.

Las caracterí­sticas actuales, presentes en nuestra sociedad, de globalización y de interrelación informática, por ejemplo, le han dado unas facetas insospechadas a las comunidades humanas. Una ciudad en este momento es algo mucho más complejo que lo que podrí­a haber sido cualquier gran metrópoli en la antigí¼edad, e incluso de las últimas décadas en el mundo. Solo viendo los aspectos de tecnologí­a hogareña —la informática, por ejemplo—, que permite comunicarse y hacer transacciones económicas como hacer compras en el supermercado, y por lo tanto, de transformar las relaciones (las de tiempo y espacio son evidentes) entre las comunidades dentro de la misma ciudad. Nos damos cuenta de que es otro nivel de análisis, el que corresponde al del pensamiento de los antiguos y de la edad media e incluso de los últimos siglos de nuestra era.

El ciudadano, el habitante de la ciudad, debe poseer unos hábitos que  conforman la ciudadaní­a

Este marco referencial es importante, dirí­a vital, en cualquier análisis, incluso somero de lo que significa el ambiente de vida de un hombre moderno. Las relaciones de sus destrezas y habilidades para poder convivir o incluso para su movimiento fí­sico, no tiene nada que ver con lo que una persona debí­a saber hacer hace apenas 40 años, incluso en el mismo ámbito. Las relaciones de comunicación, de medios de comunicación de masas, de trabajo personal en computadora y de interacción desde la propia casa, era algo inimaginable hace pocos años.

”Las modernas tecnologí­as  de transmisión y de comunicación a distancia han producido un impacto mayor en los hogares. Han introducido el mundo en casa, posibilitando la aparición de una nueva e inimaginable forma de  cosmopolitismo: el cosmopolitismo doméstico” (Echeverrí­a, J.;1995:16)

Se generan necesariamente, unas disposiciones jurí­dicas prescriptivas en cuanto relaciones interpersonales, que no tienen mucho de relación con lo social de anteriores épocas. Se produjo un salto en lo tecnológico que generó una nueva concepción de la vida en lo fí­sico, en el movimiento y transporte  público y esto afectó al hombre y a la familia y, por lo tanto, a las comunidades  y esto sobre todo, porque en los paí­ses democráticos tuvo una buena estructura de “acogida”, es decir, de flexibilidad a los cambios.

”Particularmente es verdad que una sociedad que no solo cambia, sino que tiene también el ideal de tal cambio poseerá normas y métodos de educación diferentes de aquella otra que aspire simplemente a la perpetuación de sus propias costumbres.” (Dewey, J;1978:92)

Sin embargo, el concepto de ciudad o por lo menos su intento de especificación en la conciencia, tiene que ver claramente con el ansia de perpetuación, de inmortalidad del hombre.

Se suele decir que un hábito un hábito es la repetición de una acción escogida por el entendimiento práctico como buena, y por el entendimiento teórico como verdadera.

Se habla de “ciudades eternas”, que no es otra cosa que el sueño de permanencia del mismo hombre aún cuando sabemos que no es una realidad completa, que puede desaparecer en cualquier momento. Esto determina; sin embargo, formas de conducta, en cuanto a espacio: impacto en la naturaleza, a medidas de seguridad personal, a planificación urbaní­stica y en cuanto a tiempo: medios de comunicación vial, telefónica, fax, correo electrónico, etc.

”La tarea y potencial grandeza de los mortales radica en su habilidad de producir cosas —trabajo, actos y palabras— que merezcan ser, y al menos en cierto grado lo sean, imperecederas con el fin de que, a través de dichas cosas, los mortales encuentren su lugar” (Arendt, H.;1993:31)

Ese concepto de ciudad es generado por el hombre que se convierte en “ciudadano”. Y en este punto es pertinente aclarar más a fondo los diversos estadios o conceptos que enmarcan ese elemento. El ciudadano, el habitante de la ciudad, debe poseer unos hábitos que  conforman la ciudadaní­a; unas especiales connotaciones jurí­dicas que determinan su identidad  y que producen unos compromisos polí­ticos y por lo tanto debe reunir unos requisitos sociales. Todos estos elementos conforman, a grandes rasgos una ciudadaní­a.

Vale la pena detenernos un poco en estos cuatro grandes rasgos que definen claramente la ciudadaní­a, y reflexionar en cómo se forman: Hábitos del ciudadano: ¿Cuáles son y de donde proceden esas acciones, que repetidas, producen hábitos que apoyan la identificación de ciudadano?

Antes de comenzar a distinguir los hábitos que definen a un ciudadano, deberí­amos definir qué es un hábito. Se suele decir que es la repetición de una acción escogida por el entendimiento práctico como buena, y por el entendimiento teórico como verdadera. Se genera una disposición en el hombre para la acción, la cual requiere para su acto un componente volitivo, además del señalado como deliberativo o racional. Esto quiere decir que el hábito se diferencia de la costumbre, en que ésta última no tiene necesariamente un componente racional y el hábito sí­ lo posee. Dice Maritain sobre esto: Los antiguos llamaban habitus (hexis) a cualidades de un género aparte, que son esencialmente disposiciones estables que perfeccionan en la lí­nea de su naturaleza al sujeto en el cual residen” (Maritain,J. 1981:15)

Si además, el hábito es algo que asienta y perfecciona  la naturaleza, estamos hablando de la totalidad de la persona y no solo de una parte como la intelectual o la volitiva.

La referencia  que hace Maritain a disposiciones estables, son claramente determinaciones de la conciencia del individuo, por lo menos a una conciencia lógica de acción. Esto nos lleva a considerar la posibilidad de transmitirlos de alguna forma, por lo menos en la génesis para formar la disposición. Es decir, el conocimiento, pero no basta solo esa información, debe estar acompañada de un movimiento, intelectual o corporal, que produzca ese hábito.

Si además, el hábito es algo que asienta y perfecciona  la naturaleza, estamos hablando de la totalidad de la persona y no solo de una parte como la intelectual o la volitiva. Esto nos genera una pregunta concreta, ¿donde se forma ese hábito? No parece que sea en una institución como la escuela la formadora de esas acciones, pues allí­ ya llegan los alumnos con una “cultura familiar”  hecha, ya establecida, con hábitos y costumbres arraigadas en la naturaleza y a veces determinada genéticamente, la cual chocará o se confirmará con las acciones  que se establezcan en la institución  escolar. Parece pues, que es básicamente en el entorno de la familia donde se generan mayormente esas disposiciones.

Una vez acotado este principio, nos preguntamos ¿cuáles son esos hábitos? Parecerí­a, que para la ciudadaní­a, los hábitos vitales son el estar capacitados para el trato con los demás, para el diálogo y el obedecer unas normas de comportamiento cí­vico. Aristóteles decí­a en su Ética (Nicom, V,1) que la justicia es el principio supremo y  directivo de la vida social. Parecerí­a que éste es uno de los hábitos básicos para el hombre comunitario. A este respecto, Don Mario Briceño Iragorri nos ilustra: “Hay crisis de virtudes. Y las virtudes polí­ticas son prolongación de esas modestí­simas virtudes que crecen al amor del hogar, sobre el limpio mantel, en torno al cual se congrega la familia. El muchacho a quien se enseña a tomar bien el cuchillo y el tenedor para despresar aves, sabrá mañana ceñir la espada para defender la República y tener en equilibrio la balanza que mide la justicia” (Briceño Iragorri, M.;1944:72)

La identidad se mueve más en el plano de lo afectivo y es lo que da sustento a la historia en su acepción  de comunidad o más ampliamente de estirpe.

Identidad ciudadana: Ante este rasgo nos preguntamos ¿qué hace que una persona pueda formar la identidad? La primera pregunta, derivada que nos hacemos es: ¿Qué es la identidad?. No parece que se pueda definir con parámetros matemáticos. La identidad en ésta área es lo “que hace igual” una magnitud de otra. En el caso de las personas, no puede ser de esta manera, no es una “igualdad numérica” sino una unidad en la identificación con un espacio (el sitio donde se nace) y unos tiempos en las costumbres (tradiciones). La identidad se mueve más en el plano de lo afectivo y es lo que da sustento a la historia en su acepción  de comunidad o más ampliamente de estirpe.

Hablamos con frecuencia de identidad nacional, y es ya un lugar común, por el proceso de descentralización, hablar de identidad regional. Lo que quizá hace más caracterí­stico este rasgo es el común compartir un lenguaje, con un deje especial, unos espacios que hacen referencias a épocas vividas y a unos lazos de amistad que conforman la región.

*Fernando Vizcaya es profesor de la Universidad Monteávila

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