Reflexiones antropológicas para educar VI

Reflexiones Universitarias

Fernando Vizcaya Carrillo.-

Reflexiones Universitarias

En el artí­culo anterior, se dejaba una interrogante importante que era la evidencia de que el ser humano era de naturaleza social. Esto genera consecuencias reales para poder convivir y esa vida no se concibe sin “el otro”. Que existen ciudades y no solo desde el punto de vista de conglomerados o de simples proximidades de personas, sino de relaciones intervinculantes de seres humanos, con similitud de intereses, de lenguaje y de costumbres, es evidente. Pero cuando nos referimos a una ciudad no hablamos solamente de espacio fí­sico, ni una comunidad de intereses en el lenguaje, sino de algo mucho más profundo. Significa compartir unos sí­mbolos comunes de pensamiento y de deseos y querencias como la patria, por ejemplo.

Compartir bienes comunes y seguir algunas convenciones ya pautadas y acordadas para llegar a esos bienes, refleja un gobierno, y la formación de un Estado. “El hombre, cuya imagen se revela en las obras de los grandes griegos, es el hombre polí­tico. La educación no era una suma de artes y organizaciones privadas orientadas a la formación de una individualidad perfecta e independiente. Era tan imposible un espí­ritu ajeno al Estado como un Estado ajeno al espí­ritu” (Naval, C.;1995:33).

Formación del Estado

 En relación con las observaciones del vivir en comunidades, dando cauce a un espí­ritu o tendencia gregaria, percibimos que son consideraciones preliminares o simplemente empí­ricas. Vale la pena que se profundice un poco más en esos aspectos de la vida del hombre. Además nos conseguimos con la individualidad del hombre y los problemas que esta genera en su relación ordinaria, social y las diversas posturas y los acuerdos que se producen a partir de esa interacción.

La organización social es más compleja aún y, de hecho, puede comportar anarquí­a y desorden. Todaví­a no se podrí­a extraer ningún modelo, ninguna finalidad de la organización biológica: a nivel antroposocial aparecen caracteres desconocidos en la esfera biológica como el lenguaje, la conciencia, la cultura que debe constituir modelos y finalidades propias” (Morí­n, E.;1998:354)

Resulta indudable que se dan al menos dos grandes tradiciones o escuelas de pensamiento polí­tico: la legitimista y la tradición realista

Parecerí­a esto la génesis de una institución como el Estado. El pareciera que homogeniza, que iguala a los hombres convirtiéndolos en una especie de masa que despersonaliza. Conviene, por ví­a consecuencial, que aclaremos los significados —someramente— de la individualidad, de la persona —como concepción jurí­dico-formal de ese individuo— y por lo tanto, de los bienes comunes y de los bienes individuales. Una investigación histórica nos podrí­a dar mayores luces sobre la gran cantidad de problemas que sufren los sistemas de gobierno.

“En efecto, resulta indudable que se dan —y se han dado históricamente— al menos dos grandes tradiciones o escuelas de pensamiento polí­tico: la legitimista, según la cual el poder se justifica únicamente por el objetivo último ético-educativo de la sociedad civil (en su versión más radical del estado justo) o al menos, por su respeto de las condiciones y lí­mites de la obligación polí­tica (versión moderada o propiamente legitimista); y la tradición realista, según la cual el poder se autolegitima como tal y posee su lógica enteramente autónoma y especí­fica…”(Rubio Carracedo, J.;1990:31)

El Estado tiene un bien que corporativamente debe ser la suma o el corolario de los  bienes individuales y que aparentemente debe ser más elevado que el simple bien de un hombre, de un individuo, esto explicarí­a, en las primeras de cambio, la inclinación a reunirse, a satisfacer esa necesidad gregaria, la cual se “cobijará” luego en disposiciones jurí­dicas que van dando cuerpo a esa institución primaria. Pero este es un aspecto que debemos llevar con cierto cuidado, pues esa institución, no es una consecuencia matemática, en el sentido de ser la simple secuencia racional y de costumbres de un grupo de hombres, es más complejo, pues responde con mucha frecuencia de sistemas ideológicos o doctrinarios,  y por esto, merece una mayor atención.

 “El fin de la sociedad es el bien de la comunidad, el bien del cuerpo social. Pero si no se comprende bien que este bien del cuerpo social es un bien de personas humanas, como el mismo cuerpo social es un todo de personas humanas, ésta fórmula llevarí­a por su lado, a otros errores, los del tipo totalitario” (Maritain J.;1968:57.)

*Fernando Vizcaya es profesor de la Universidad Monteávila

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