Más papista que el Papa

Gabriel Gutiérrez Vera.-

La expresión se ha hecho famosa para significar una actitud tan pero tan celosa de una causa, que es demasiado… y hace daño a la propia causa. Hablemos de “Los dos Papas”, que Netflix estrenó en las pasadas navidades.

Tres son los hechos que llaman la atención del director (y de todo el equipo creativo de la pelí­cula): la renuncia de un Papa —algo insólito y trascendental—; el hecho de que el siguiente Papa tuviera un estilo y personalidad muy diferentes; y la triste realidad de los escándalos en la Iglesia.

Lo primero será entender que la pelí­cula se moverá en estas tres bandas. Todo girará en torno a la renuncia; la historia buscará resaltar lo opuesto que son los personajes; y en las conversaciones saldrá el tema de los escándalos que ha habido en la Iglesia. No es una pelí­cula biográfica (lo que se conoce como un biopic). No es un documental. Es una ficción —en el sentido artí­stico del término— que combinará esos tres elementos para crear una pelí­cula. He aquí­ lo segundo: ¿en qué consiste ser pelí­cula?

La ficción es el terreno de juego de la literatura y el cine. Por tanto, la intención al construir un personaje varí­a según lo haga la historia o el arte. El historiador busca reconstruir al personaje de carne y hueso; el guionista reconstruirá un arquetipo. Lo dijo brillantemente Alfonso Reyes en su ensayo “Apolo o sobre la literatura”: «El proceso mental del historiador que evoca la figura de un héroe, el del novelista que construye un personaje, pueden llegar a ser idénticos; pero la intención es diferente en uno y en otro caso. El historia­dor dice que así­ fue; el novelista que así­ se inventó. El his­toriador intenta captar un individuo real determinado. El novelista un molde humano posible o imposible. Nunca se insistirá lo bastante en la intención».

Que el personaje que construye el guionista deba funcionar como arquetipo, no significa que tenga licencia para exagerar hasta la caricatura todos sus atributos —eso deshumanizarí­a al personaje—; sino que debe destacar los rasgos del molde humano que pretende encarnar. (Cualquier novelista, guionista o diseñador de videojuego que necesitase dos Papas de estilos muy diferente hubiera pensado en que uno fuera alemán y el otro argentino. Fernando Meirelles no tuvo más que imitar la realidad).

Lo que sí­ usará el guionista es el viejo truco de los clisés. Esas ideas que por repetidas o formularias evocan perfectamente lo que se quiere transmitir. ¿Cómo transmito que mi personaje es racional y muy poco emocional? —Hago que los chistes no le den gracia, porque le parecen absurdos. ¿Y si quiero mostrar que tienen sus pasiones y hobbies como cualquier persona? —Hago que uno siempre esté pendiente de ver el fútbol en televisión, y que el otro se emocione al hablar de la música.

El tercer paso era aproximarse sin trampas a la realidad. ¿Conocemos toda la realidad de primera mano? Evidentemente que no. Algo, muy poquito, lo conocemos por experiencia directa. El Gran Resto de nuestras percepciones nos llega por una información mediatizada —también podrí­amos decir mediada. No digo realidad mediatizada (como los pueblo Potemkim, que en realidad no existen), sino información que me llega a través de otros, hoy dí­a especialmente a través de los medios de comunicación.

La pelí­cula construye el drama en tres actos. Primer Acto: crea una situación a partir de la información mediatizada. El personaje de Benedicto tiene de Francisco la idea que se ha formado con lo que le han dicho o se dice por ahí­. El personaje de Francisco, a su vez, se deja llevar por lo que cree saber del Papa alemán, y sospecha que jamás será comprendido por Benedicto.

Segundo Acto: A partir de la imagen que cada uno tiene del otro, el director pretende que mejoren su percepción con el trato personal que, cuando se trata de personas, es lo que otorga un contacto directo con la realidad.

Tercer Acto: Benedicto y Francisco no solo se entienden mutuamente, sino que quieren las mismas cosas.

Si se me permite la comparación, el esquema de la pelí­cula sigue el modelo de una pelí­cula romántica donde al principio los protagonistas no se soportan y solo poco a poco descubren que nacieron el uno para el otro.

Algunos spoilers que apoyan este modo de entender la pelí­cula.

1) El modo como se entienden las palabras “cambio” (change) y “ceder” (compromise) será primero admitido y luego rechazado por cada uno de los personajes en distintos momentos de la pelí­cula.

2) Benedicto sostiene que no oye a Dios; Francisco explica en una homilí­a que también los sacerdotes pierden la señal con Dios y les cuesta saber lo que les pide. (No es casualidad. Piénsese que el guionista inventó qué dirí­a su personaje al pronunciar esa homilí­a).

3) Cuando Benedicto bendice el almuerzo con pizzas, hace referencia a Francisco de Así­s…, que será el santo por el que el Papa Francisco eligió su nombre. (Otra vez: las palabras de la bendición son otro “invento” del guionista)

4) Encontraremos un chiste sobre los jesuitas contado por Francisco, y luego será Benedicto quien cuenta otro chiste de jesuitas.

5) Mientras ven la final del Mundial en la que jugaron Alemania contra Argentina, uno y otro “suavizan” la aparente falta (o juego sucio) de los jugadores de sus respectivos equipos.

He usado la palabra “invento” y “ficción”, a las que le tengo un enorme respeto, y quisiera terminar explicándoles por qué. (Por qué les tengo respeto, y por qué las usé varias veces). La palabra “inventar” tiene dos significados aparentemente desconectados. Por un lado, significa «fingir hechos falsos», como cuando decimos “Déjate de inventos” o “¡Todo fue un invento de ella! Pero por otro lado también significa «Hallar o descubrir algo nuevo o no conocido»: “Edison inventó la bombilla eléctrica” o “Tenemos que inventar algo para solucionar eso”. Cuando ambos significados se unen, nace la ficción.

*Gabriel Gutiérrez Vera es profesor de la Universidad Monteávila

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