Ya es diciembre

Alicia ílamo Bartolomé.-

Sí­, ya es diciembre y ya empieza la tergiversación de las fiestas, las mentiras. Se supone que celebramos el Nacimiento de Jesús, del Hijo de Dios hecho hombre y, desde noviembre, aun antes, las tiendas empiezan a mostrar su mercancí­a navideña; vidrieras y calles se iluminan de fantasí­as de estrellas, Santa Claus, renos, trineos, arbolitos y, en memos escala, pesebres. Y el afán de comprar, como un imperativo categórico. ¿Es que no debemos celebrar estas efemérides de fin de año? ¡Por supuesto que sí­! Con todo su significado cristiano: la gran fiesta de la Encarnación de Cristo. Pero analicemos los matices no cristianos que las acompañan.

Ya desde pasado mañana, 6 de diciembre, dí­a de san Nicolás de Bari, empieza la deformación y la mentira. El santo obispo ha derivado en un personaje ficticio, que ya sólo llaman Santa, vestido de rojo, gordo y de blanca barba, que se desplaza por los cielos en un trineo tirado por renos para traer juguetes a los niños. En los centros comerciales lo representan en vivo con un señor panzudo disfrazado como tal, que se sienta a los niños en las piernas y escucha lo pedidos de ellos. También le escriben cartas con sus peticiones de juguetes; lo mismo al Niño Jesús, otra gran mentira.

Me molesta profundamente que, entre las primeras manifestaciones de cariño de los padres por sus hijos, una y principal, sea mentirles, ¡lección de vida! Personalmente fui afectada por esta falsedad. Desgraciadamente era una niña muy inocente -me faltó roce escolar, pisé por primera vez una escuela a los 10 años- y me enteré muy tarde de la realidad. Lloré mucho y me amargaron las navidades siguientes por muchos años. Prefiero, como decí­an mis amigas en San José de Costa Rica: De parte de mis padres el Niño Jesús me trajo tal cosa, de mi abuela tal otra, de mi tí­o…, es decir, sabí­an que sus parientes eran los que compraban los regalos a nombre del Niño Dios.

Tuve aquí­ un amigo judí­o -ya fallecido- que tení­a, con otros socios, tienda de variadas mercancí­as, pero sobre todo de juguetes en tiempos de Navidad. Estaba en contra de que se anunciaran éstos por televisión, decí­a: Antes los niños pedí­an al Niño Jesús un carrito o una muñeca sin marca y los padres compraban lo que podí­an, según sus posibilidades, hoy los niños piden el más sofisticado y caro juguete que ven por la pantalla chica, si los padres no tienen medios económicos para comprarlo, el niño sufrirá una gran frustración. Estaba en lo cierto y, a pesar de que la publicidad televisiva de juguetes convení­a mucho a su tienda, se afanaba hablando con diputados, polí­ticos, dueños de medios -a lo mejor cristianos- para que no permitieran ésta. Nadie le hizo caso. Es el judí­o más cristiano que he conocido. Todos los dí­as rezo por él.

Otra gran mentira son las francachelas que se organizan a propósito de la Navidad. La convierten en una fiesta del alcohol en lugar del amor. El Verbo encarnó para redimirnos en un acto supremos de amor: sufrir y morir por nosotros para abrirnos las puertas del cielo. Por supuesto que debemos celebrar estas bellas fiestas de fin de año con la pompa que permitan nuestros recursos y según las tradiciones de nuestro paí­s. Hoy, la situación económica nos constriñe, pero las amas de casa hacen lo imposible para que no falta la hallaca y los acostumbrados aderezos en nuestra mesa navideña. Fiesta entrañable de familia. Que no falte el vino y otro licor comprable para brindar, pero que su uso no sea abuso. Todo exceso empaña la sana alegrí­a de unos dí­as propicios para gozar plenamente de la convivencia familiar y hacer oración de alanzas, gracias e impetración ante la humilde cuna de pajas de un recién nacido, que es Dios.

*Alicia ílamo de Bartolomé es Decana fundadora de la Universidad Monteávila

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