El profesor de la pelí­cula

Francisco Blanco.

Esto es un hecho de la vida real.

Entré al salón a dar el repaso antes del examen final, todo corrí­a con normalidad, los que llegan tarde no podí­an faltar a su propósito de vida que es interrumpirme entrando siempre 5 minutos después. Los que se quejan del aire, si hay es porque es muy frí­o y si no hay es porque hace demasiado calor. Una clase normal.

Me paseé por todos los temas, escuchando lo que algunos tení­an en sus apuntes, recordando detalles importantes, haciendo cada tanto preguntas revelando pistas de las preguntas para el final, intentando hacer sí­ntesis de los temas y sobre todo, preparando el terreno para mi discurso final.

Yo soy fiel creyente de la norma no escrita en el mundo educativo que dice: “Las únicas clases en que los alumnos sí­ están escuchándote es en la primer clase y en la última”, por lo que me tomo muy en serio esas dos clases, pero esta última clase me tomó por sorpresa.

Termino el repaso, comienzo a dar mi mensaje final y de despedida del salón (porque aunque nos veamos en los pasillos, en la mesa de “Date Aquí­” o en la barra de “Las Chefas” ya no es el salón, ya no será esa adrenalina creativa de la clase, ya será otra cosa) me despido como es mi costumbre, y bajo la mirada para apagar mi laptop, escucho el bullicio de las mesas moviéndose y de pronto me llaman: “¡Fran!” alzo la mirada y veo lo increí­ble… Mis alumnos parados sobre las mesas y con el puño izquierdo diciendo en voz alta “Oh Capitán, mi Capitán”.

Entré en shock.

Me sentí­ como ese profesor de la pelí­cula.

Llegué al carro y me desplomé. Llegué a mi casa y me desplomé otra vez. Pasó la tarde y no lo podí­a creer, sentí­ una suerte de alivio, mi alma dejó de pesarme tanto, se me olvidó que en mi vida existí­an problemas, me contenté tanto conmigo que choqué los cinco con mi yo de hace 15 años. Estaba donde querí­a estar, trabajaba en lo que querí­a trabajar, viví­a lo que querí­a vivir, era lo que querí­a ser… y eso me pareció verdaderamente increí­ble.

Muchachos, ustedes… todos.

Gracias.

Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma