Emilio Spósito Contreras.-Â
Ante la finalización del período presidencial 1953-1958, Marcos Pérez Jiménez (1914-2001) decidió la sustitución de las elecciones por un plebiscito que justificara su continuación en el poder. A pesar de la falta de libertades civiles y el temor que inspiraba un régimen militar, el evidente fraude constitucional conmovió a la sociedad venezolana.
El periplo del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, que tuvo como hito el 23 de enero de 1958, comenzó el 21 de noviembre del año anterior, cuando estudiantes de la Universidad Central de Venezuela se manifestaron contra la tiranía en la puerta de la Ciudad Universitaria de Caracas conocida como Tamanaco.
Para garantizar la realización del plebiscito, el gobierno necesitaba mantener la apariencia de control de la situación y normalidad institucional. De manera que, jóvenes protestando en los alrededores de Plaza Venezuela, con la consiguiente perturbación de la sosegada vida del país de entonces, resultaba inaceptable.
Ante la imposibilidad de contener la rebeldía de los estudiantes y en resguardo de su seguridad, el entonces rector Emilio Spósito Jiménez (1920-2011), a su propio riesgo, decidió suspender las clases, dando una temprana alarma del descontento social. Esta es la razón por la cual el 21 de noviembre se celebra el día del estudiante universitario.
En contra de la opinión pública, el 15 de diciembre de 1957 el régimen celebró el plebiscito, resultando ganador el “sí” con un 86% de los votos, banal razón por la cual Pérez Jiménez se creyó habilitado para el período 1958-1963. Para su sorpresa, el año 1958 comenzó con un levantamiento militar comandado por el coronel Hugo Trejo (1922-1998).
El día 21 de enero de 1958 la Junta Patriótica, conformada en la clandestinidad por los principales partidos políticos, convocó a una huelga general; el día 22 se formó una Junta Militar de Gobierno; y en la madrugada del día 23, los caraqueños se despertaron con el sobrevuelo del avión que facilitó la huída del usurpador.
Sucintamente, al sustituir el Estado –como señalaba Rousseau–, las tiranías dejan de tener contacto con la realidad circundante, dejan de percibir las señales del pueblo indispensables para cualquier gobierno, porque al subyugarlo lo convierten en enemigo. Paradójicamente, la pérdida de percepción y la paranoia son frecuentes entre los opresores.
Un acontecimiento tan importante como el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, se debió a la unidad de criterios de los múltiples sectores de la sociedad: jóvenes estudiantes, trabajadores, políticos y hasta antiguos seguidores del régimen como funcionaros y militares.
Ya el 1° de mayo de 1957, el Arzobispo de Caracas, monseñor Arias Blanco (1906-1959), leyó una carta pastoral en la cual advertía los errores del régimen. Como respuesta, sus esbirros respondieron de la única manera que podían hacerlo: encarcelando al rector Pedro Pablo Barnola, S.J. (1908-1986), o expulsando a monseñor Jesús María Pellín (1892-1969).
La historia de los antiguos romanos está llena de referencias a su lucha por la igualdad y la libertad, que encontraron solución en la síntesis entre lo civil y lo militar. También la historia de Venezuela está repleta de encrucijadas que ameritaron de la unión cívico-militar para salvar la república.
Para consuelo de los pueblos, inevitablemente los déspotas se aíslan y se debilitan progresivamente con el tiempo, pero para librarse de su mando y no caer bajo el poder de uno igual o peor, resulta indispensable que los ciudadanos tomen conciencia de su ser colectivo y actúen como tal. Esta es la fórmula del éxito de los pueblos libres del mundo.
*Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila