Emilio Spósito Contreras.-
La fuerza no es el fundamento del poder
Cada cierto tiempo, sobre todo en momentos difíciles, los hombres se preguntan para qué el Derecho, si aparentemente la astucia y la fuerza bastan para alcanzar y mantener el poder. Al respecto, la historia nos enseña que las tiranías no están hechas para durar, pues a decir de Juan Jacobo Rousseau en su Contrato social (1762): “…nadie es suficientemente fuerte para dominar siempre, si no muda la fuerza en Derecho y la obediencia en obligación” (Libro I, Capítulo III).
El gobernante que sustenta su poder en la fuerza, debe temer constantemente que otro circunstancialmente más astuto o fuerte le arrebate la preeminencia. Así, la paranoia se convierte en política y aparece el Estado policial, en el cual cada vez más debe contarse con mayores y más refinadas dosis de fuerza.
Sólo el Derecho puede justificar el ejercicio del poder
En la antigí¼edad el gran emperador Justiniano, al presentarse a los estudiantes de Derecho en las Institutas (533), señalaba que el poder debe apoyarse en el Derecho, “…para que el príncipe, rechazando en los combates las agresiones de sus enemigos, y ante la justicia los ataques de los hombres inicuos, pueda mostrarse tan religioso en la observancia del Derecho como grande en los triunfos” (Inst., Preámbulo).
Sin desdeñar la importancia del uso legítimo de la fuerza, el artífice del Corpus Iuris Civilis trae a colación la importancia del Derecho, en el sentido que le dieron los romanos, como sistema de lo “bueno” y lo “justo”, categorías éticas que, como tales, deben ser compartidas por toda la sociedad. Tan acertada es la posición de Justiniano, que su Derecho ha trascendido hasta nosotros.
El uso de la fuerza y el poder deben estar sometidos al Derecho
En la modernidad, el inesperado vacío dejado por la ruina del mundo medieval, así como el acelerado desarrollo de los pueblos, permitió el surgimiento de experimentos sociales que llevaron a la humanidad al borde del abismo: la Alemania de Hitler o la Unión Soviética de Stalin, son dolorosos ejemplos de ello.
Después de la Segunda Guerra Mundial, buena parte del mundo llegó a un consenso sobre fórmulas como el “Estado de Derecho”, el “Estado social de Derecho” o hasta el “Estado social de Derecho y de justicia”. No obstante, para los habitantes de países como Bolivia, Nicaragua o Venezuela, tales fórmulas no parecen suficientes, cuando el Derecho resulta incapaz de controlar al poder, como Hércules venció a la Hidra.
La tentación de la tiranía resulta cada vez más difícil de sostener
Para el influyente analista Moisés Naím, en su obra El fin del poder (2013): “Las libertades, los derechos humanos y la transparencia económica son valores cada vez más apreciados, y ahora existen muchos más activistas, expertos, seguidores y plataformas capaces de promoverlos. Lo que quiero decir no es que la coacción ya no sea posible –basta recordar las masacres de Siria–, sino que se ha vuelto más cara y más difícil de sostener a largo plazo” (p. 116).
No obstante, las dificultades evidenciadas por Naím están referidas al exterior del Estado en un mundo globalizado: a los derechos humanos o a la lucha contra el terrorismo; pero en países como Siria, Sudán o Yemen, salvo que neguemos su naturaleza de Estado o apelemos a una entidad jurídica supraestatal con competencia universal, sigue necesitándose reconstruir sus ordenamientos jurídicos, sus derechos estatales.
El sometimiento del uso de la fuerza y del poder al Derecho es garantía de paz
En una conferencia pronunciada el 19 de enero de 2004 en la Academia Católica de Baviera, Joseph Ratzinger, antes de ser Benedicto XVI, advertía: “El recelo contra el Derecho y la rebelión contra él reaparecerán si se percibe que el Derecho es un producto del arbitrio, un criterio establecido por los que tienen el poder y no la expresión de una justicia al servicio de todos”.
Un gobierno basado en la fuerza, extiende en el tiempo el estado de guerra. Pero el Estado, en general, existe para ofrecer a los hombres un espacio de paz que permita su desarrollo. Para ello, nuevamente, resulta indispensable que el gobierno se encuentre sometido al Derecho, por lo que, para consuelo de abogados, profesores y estudiantes de tan noble disciplina, su estudio y práctica resultan indispensables para la estabilización, la unidad y el bienestar de cualquier país.
*Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila