Mercedes González de Augello.-
Hace varias semanas escuché un foro en el programa del periodista César Miguel Rondón titulado Ser niño en Venezuela. Fue un espacio en el que se analizó con gran profundidad y crudeza la realidad de lo que significa formar la vida de los pequeños en el contexto político, económico y social de nuestro país en los últimos años. La conclusión dejaba la sensibilidad de quienes lo oían afectada: somos una sociedad que ha fracasado para nuestros niños.
La violencia, la pobreza y el deterioro generalizado del desarrollo social han marcado la vida de las familias en el país. Vivimos con incertidumbre y con la mente en la posibilidad de garantizar las condiciones mínimas de existencia: comida, vivienda y educación. La diversión, el esparcimiento y el juego se han reducido por culpa de la criminalidad, que nos ha obligado a encerrarnos en nuestras casas. En definitiva, el miedo se ha apoderado de nuestra existencia y es el sentimiento que se antepone en cualquier circunstancia.
En esta situación debemos fortalecer aun más la vida familiar para poder proteger el desarrollo emocional de los pequeños de la casa y sobre todo para inculcar en ellos los modelos de comportamiento y valores que deseamos para el país por el que todos luchamos día a día. Es en el ámbito familiar donde vamos a enseñar a nuestros niños que la felicidad no depende de las circunstancias buenas o adversas que nos ha tocado vivir, sino de un estado de tranquilidad interior que me permite sacar alegría y esperanza en las dificultades.
Es en la intimidad familiar donde los niños viven su primer ensayo de lo que es vivir en sociedad y es nuestra responsabilidad que este ensayo sea el mejor ejemplo de la realidad que tanto anhelamos. En este sentido comparto con ustedes palabras del Papa Francisco plasmadas en su exhortación apostólica Amoris Laetitia: “La familia es el ámbito de la socialización primaria, porque es el primer lugar donde se aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir. La tarea educativa tiene que despertar el sentimiento del mundo y de la sociedad como hogar, es una educación para saber «habitar», más allá de los límites de la propia casa. En el contexto familiar se enseña a recuperar la vecindad, el cuidado, el saludo. Allí se rompe el primer cerco del mortal egoísmo para reconocer que vivimos junto a otros, con otros, que son dignos de nuestra atención, de nuestra amabilidad, de nuestro afecto. No hay lazo social sin esta primera dimensión cotidiana, casi microscópica: el estar juntos en la vecindad, cruzándonos en distintos momentos del día, preocupándonos por lo que a todos nos afecta, socorriéndonos mutuamente en las pequeñas cosas cotidianas. La familia tiene que inventar todos los días nuevas formas de promover el reconocimiento mutuo”.
Los momentos difíciles y duros pueden ser muy educativos y hacen crecer la fuerza de los vínculos familiares. Aprovechemos la adversidad de nuestro país, para reforzar la formación moral de los niños y seamos ejemplo de solidaridad y convivencia ciudadana. Fortalezcamos nuestro hogar y ayudemos a mejorar las condiciones de familias que carecen de lo más básico, seamos ejemplo de amor y solidaridad.
* Mercedes González de Augello es directora de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.