Economí­a para la gente | Lo visible vs. lo invisible (VIII)

Rafael J. ívila D.-

La inflación resta valor a la moneda. Foto: Cortesí­a

En el artí­culo anterior, y luego de haber culminado la revisión de las consecuencias causadas por las formas en que el gobierno trata de resolver la inflación -un corregir errores con errores-, lo que podemos llamar efectos colaterales de la inflación, y que no son muy evidentes; comenzamos a hacer algunas reflexiones en cuanto al tema inflacionario. En este artí­culo, y en los sucesivos, continuaremos reflexionando.

Ya reflexionamos sobre que la inflación es un impuesto sin representación, inconsulto, y que no discrimina, y sobre si los bancos centrales aprueban o no el examen, si hacen o no la función que de ellos la sociedad espera.

Sigamos ahora con otras reflexiones sobre la inflación, sus causas y sus muy nefastas consecuencias. Recordemos que para resolver el problema inflacionario, los gobiernos acuden a controles de precios, con el argumento que si la inflación es el alza de los precios, entonces la solución es sencilla: controla el precio. Y ya hemos reflexionado en artí­culos anteriores, que esa terapia no sólo no resuelve el problema de fondo, sino que además empeora la situación con terribles consecuencias.

Cuando los «buenos» son los «malos»,

pero la sociedad clama a los «buenos» que la rescate…

Otra curiosidad que vale la pena resaltar es que como sociedad pedimos al gobierno que nos rescate de los desmanes económicos, pero lo paradójico es que, como hemos visto, es el responsable de la inflación, que a su vez está en la raí­z de una gran parte de los problemas económicos que padecemos. Qué paradójico pedir que venga en nuestro rescate aquel que originó el problema.

También hemos visto que todas las soluciones que el gobierno usualmente propone a los problemas que listamos terminan resultando superficiales, no corrigen el problema de fondo, tal vez postergan el desenlace. Y la pregunta es si no ir a la raí­z del problema sea una decisión discrecional o si es fortuito. Cualquiera podrí­a pensar que se trata de una decisión deliberada que toma el gobierno, porque le conviene que siga la inflación y porque de ir a la causa primera, se verí­a reflejado en un espejo.

También se ve mucha hipocresí­a en el tema de la inflación. Se ve un nacionalismo exacerbado, y que es hipócrita, porque los gobiernos alardean de la «defensa» que hacen de «nuestra moneda», defensa de la patria contra intereses «imperialistas», hablan de la fortaleza de ella, cuando realmente la debilitan más y más con sus polí­ticas inflacionarias. Porque la fortaleza de la moneda no está en el número de ceros que tenga un billete de una denominación determinada, sino en la capacidad de compra que este tenga, es decir, que pueda ser canjeado por más bienes o servicios.

Libertad de elegir

En la medida en que los ciudadanos tenemos menos opciones entre las cuales elegir, estamos más obligados a escoger una opción, y por ende disfrutamos de menos libertad. En el caso de la moneda pasa algo similar: los ciudadanos deberí­amos gozar de la posibilidad de poder escoger la moneda en la que queramos que nos paguen, y en la que queramos pagar; es decir, libertad de escoger la moneda empleada en una contratación. Si esto fuera así­, ¿qué moneda cree usted que terminarí­a prefiriendo el ciudadano? Pues, acertó…

Serí­a aquella en la que el ciudadano sienta mayor protección para el fruto de su esfuerzo; en otras palabras, aquella que sufra de una inflación más baja, la que pierda menos valor con el tiempo, la más fuerte. Si esa moneda, la que se escogerí­a, no es la del paí­s en el que usted vive, si no se escoge la doméstica, probablemente se consiga con que el gobierno de su paí­s no le permitirá disfrutar de esa libertad de elección, obligando a toda la población a contratar y a usar la moneda nacional.

Crecimiento con inflación… ¿Sí­? ¿Así­ es la cosa?

También hay que comentar que nuestros paí­ses sufren de la influencia de las ideas keynesianas. Un hacedor de polí­ticas económicas formado y creyente en la doctrina propugnada por John Maynard Keynes ve la inflación como un válido recurso para impulsar, motorizar, estimular el crecimiento económico. Tal vez esto tenga cierto impacto positivo a corto plazo, y en los sectores beneficiados directamente y primeros en recibir la nueva cantidad de moneda emitida, y tal vez caiga el desempleo, como anunciarí­a la Curva de Phillips, pero de mantenerse la polí­tica inflacionaria, no sólo se perjudica principalmente a los sectores de la sociedad más desprotegidos, a quienes frecuentemente se les cataloga como los primeros defendidos por los gobiernos, sino que además llega un momento en que no se puede engañar más a las personas y la medida deja de tener el resultado esperado, cayéndose en lo peor de los dos mundos: desempleo con inflación, es decir, estanflación.

No hay almuerzos gratis

Creo que uno de los errores que cometemos frecuentemente como sociedad es creer que los almuerzos gratis existen, es decir, creer que es posible producir, crear y beneficiar a otros con cosas gratuitas. Y la realidad es que alguien siempre lo financia, lo paga, pone el dinero de su bolsillo, voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente. Considero que una de las fallas de la corriente keynesiana de economí­a está justamente en olvidarse de este principio o fundamento básico: no hay creación mágica de cosas, alguien siempre está poniendo los recursos. Y así­ de lógico ocurre cuando se pretende crecer con inflación, o “estimular” la economí­a con la inyección de nueva moneda: alguien paga las cuentas, se benefician unos pocos a cuenta de muchos. La razón está en que inflar la moneda, para financiar el gasto público o cubrir los déficits presupuestarios del gobierno, tiene el mismo efecto que querer gastar más pero cobrándole más impuestos a las personas, familias y empresas: el posible estí­mulo que tendrí­a el aumento del gasto, es compensado, revertido, por el incremento en los impuestos; es decir, ante el dicho estí­mulo, el paciente no reacciona. O el mismo efecto que tendrí­a querer gastar más pero emitiendo deuda: ninguno. Porque es como sacar de un bolsillo para meter en el otro: en términos netos sigues en la misma situación. De igual manera ocurre con la inflación, que es un impuesto invisible y sin representación: con ella le quitas a unos para darle a otros; perjudicas a unos para beneficiar a otros. Así­ como no hay tal cosa como un almuerzo gratis, al parecer tampoco hay tal cosa como el efecto multiplicador del gasto público.

Entender la economí­a polí­tica de los controles, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué es difí­cil cambiar el statu quo.

Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. En el próximo artí­culo seguiremos reflexionando sobre la inflación, lo que se ve y lo que no se ve, sus ganadores y sus perdedores.

Rafael J. ívila D. es decano de la Facultad de Ciencias Administrativas y Económicas de la Universidad Monteávila.

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