Alicia ílamo Bartolomé.-
El título de este artículo es un lugar común que esconde la resignación apelando a la memoria de lo bueno, pero eso no quiere decir que no exprese una gran verdad: también de recuerdos se vive y se alimenta la esperanza. Las cosas pueden cambiar y la memoria es un buen acicate para el cambio: si ellas fueron, ¿por qué no pueden volver a ser? Es verdad que el paso del tiempo varía los modos y las circunstancias, nada vuelve a ser exactamente lo mismo. ¿Alguien quiere que así sea? Tal vez un ultraconservador, pero aquí no estamos en ese caso, ni siquiera hay conservadores. Este es un país sin memoria, todo lo destruimos: eliminamos de en un manotazo joyas de la cultura, tal, programas de TV, como Valores humanos de Arturo íšslar Pietri, borraron una gran cantidad de las entregas y absolutamente todas las de Las cosas más sencillas de Aquiles Nazoa, ¡para aprovechar las cintas y grabar encima! Borrón y cuenta nueva, pues.
Para corroborar lo de quién me quita lo bailado, tan popular consuelo para nosotros en este régimen, que ya nos quita hasta el bailar, tengo un par de cuentos ajenos a la política, gracias a Dios.
Alguien me hizo llegar en estos días la resolución de hace pocos años de una fundación para la protección del patrimonio cultural urbano –no sé si se trata de una municipal o de otra privada- donde declaran patrimonio cultural el edificio La Cinta en la calle del mismo nombre en la urbanización Las Mercedes. Éste es un híbrido: de un lado es de una sola planta compuesto de apartamentos como casas pegadas, cada una con entrada propia y su estilo arquitectónico es vasco, destaca la declaración. Adosada por el fondo, está otra mitad también de casas pegadas pero de planta baja y dos pisos, lo que se llama townhouses, quizás las primeras que hubo en Caracas. Son de estilo más contemporáneo.
Aunque todas datan de los años 50 del siglo pasado, es evidente que las partes no se construyeron al mismo tiempo ni tuvieron el mismo autor. Quiero destacar que en la resolución de patrimonio cultural se dice “autor desconocido”. Conozco muy bien al de esa “novedosa” segunda parte, pero presiento que no se puede probar su autoría porque, aunque existan los planos en la oficina correspondiente en la Alcaldía de Baruta, deben estar firmados por el ingeniero constructor y no por el arquitecto. Sin embargo, éste gozó mucho proyectando esa innovación, ¿y quién le quita lo bailado? ¿Alguien quiere saber su identidad? Muy simple: ¡soy yo!
He descubierto sin pudor este lance personal y voy a contar otro que sí se trata de baile. París, invierno de 1964-65: una profesora, mis compañeros y yo, de un curso de francés en la Alianza Francesa, fuimos de ronda. Después de cenar entramos a un night-club. De pronto empezaron a tocar un merengue y sorpresivamente me sacó a bailar un joven condiscípulo de Uganda, mucho menor que yo. Era muy esbelto y elegante con su holgada blusa africana de exóticos dibujos y colores. Un gran bailarín, me hizo bailar a mí, que siempre fui muy mala en estos menesteres. Intuyó que, siendo caribeña, compartía conmigo las raíces y los ritmos africanos. Tuvo razón: nos dejaron solos en el centro de la pista en medio de una rueda de silentes, estáticos y admirados bailarines. Fue mi noche triunfal. De eso hace más de 50 años, no volví a bailar más nunca, pero… ¿quién me quita lo bailado?
* Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.