Ideas en palabras | Cine vs. Teatro en Rodolfo Santana

Estefaní­a Maqueo A.-

El cine suele definirse como el arte de la imagen en movimiento. Foto: photopin (license)

La influencia de la literatura en otras artes se ha visto reflejada a través de los años a partir de las manifestaciones artí­sticas de distintas corrientes, tal como es el caso de la pintura, la fotografí­a y música. En el caso del cine se puede constatar que la relación entre ambas ha sido estrecha puesto que, en su evolución, mutuamente se han alimentado de tal forma que las historias que se escriben, se cuentan y se muestran tienden a ser, en ocasiones, referencia a una de las dos.

La Literatura ha hechizado al Cine –o éste se ha dejado hechizar por aquella- porque ambas tienen una similitud mucho más profunda que la evidente desemejanza formal (la una trabaja con palabras: es decir, con lo abstracto; y la otra con imágenes: es decir, con lo sensible). En sí­ntesis, nos encontramos con dos artes temporales, he ahí­ la cuestión. Dos artes que, junto con el tiempo, manejan necesariamente las nociones de relato, ritmo y división secuencial (ya sea en forma de escena-lugar, como en el cine o el teatro, o en forma de capí­tulo-acción, como en la novela). Dos artes, en definitiva, cuya misma esencia temporal las ha convertido en instancias narrativas, en fuentes inagotables de relatos.

Alfonso Méndiz. El arte de la adaptación. Cómo convertir hechos y ficción en pelí­culas.

El cine, que suele definirse como el arte de la imagen en movimiento, tiende a considerarse más narrativo que visual, de ahí­ su semejanza con la literatura. No obstante, hay que tener en cuenta que si bien la novela está estructurada para leer a ratos, de forma fragmentada y con tiempo suficiente que va acorde con el ritmo del lector, en el caso del cine se presenta como una experiencia unitaria que debe ser contemplado en un momento determinado, es decir, con dos horas en promedio. Así­, se hace necesaria una reducción de la trama en busca de la acción y el conflicto, además de un argumento que posea más peso y una unidad de acción más definida, que contrasta con las propuestas estéticas literarias.

Una de los temas que más se cuestionan al momento de realizar una adaptación fí­lmica es el grado de fidelidad que se mantiene al texto literario, tema que ha sido objeto de debate por muchos años y que, en ocasiones, tiende a ser el acierto o no de una adaptación tanto por parte de la crí­tica como del público. No obstante, en ocasiones se olvida que el cineasta posee también un ámbito creativo que va de la mano con el análisis del material para saber si puede, o no, ser convertido en una historia que se cuenta a partir de imágenes.

Inclusive, al momento de analizar un material, debe tenerse en cuenta el sentido de la reinterpretación que lleva implí­cita toda adaptación al cine (en especial la mirada del guionista que, en ocasiones difiere de la del autor y/o el director) y la actualización que puede realizarse de dicha obra (particularmente cuando el material a adaptar proviene de una novela u obra teatral antigua) a su versión más moderna. Ejemplo de ello son las grandes obras cinematográficas que siguen siendo objeto de estudio y culto puesto que sus guionistas, directores y productores supieron darle una mirada diferente sin dejar a un lado la esencia de la novela u obra teatral en cuestión, tal como es el caso de El halcón maltés de Dashiell Hammett adaptada a su homónima por el director John Huston (1941) y que es considerada como una obra maestra para el cine negro que ha marcado a una generación de cineastas gracias a que no se alteró la estructura, ni los personajes ni los diálogos.

Los estudios que se han realizado sobre las adaptaciones fí­lmicas y literarias han sido extensas y variadas internacionalmente. Sin embargo, al momento de estudiar las realizaciones en Venezuela, se observa que los estudios son muy pocos o casi inexistentes, y esto radica en la visión que se tiene sobre el cine venezolano, el cual, en ocasiones, tiende a ser poco apreciado tanto por la crí­tica como por el público. Inclusive hasta este momento grandes adaptaciones cinematográficas de obras como Ifigenia (1924) de Teresa de la Parra por el director Iván Feo (1987) y Los platos del diablo (1993) de Thaelman Urgelles, basada sobre la novela homónima (1985) de Eduardo Liendo, son poco conocidas puesto que, en Venezuela, instituciones como el CNAC han perdido las versiones fí­lmicas originales.

Rodolfo Santana es un ejemplo de estos casos mencionados con anterioridad. Su obra teatral, extensa y variada con connotaciones sociales y polí­ticas interesantes, tiende a ser conocida por la crí­tica y los estudiantes de teatro y literatura, mientras que su producción cinematográfica ha sido olvidada en el transcurrir de los años. Ejemplo de ello es una de sus obras más importante y aclamada, La empresa perdona un momento de locura (1974), cuya adaptación fue realizada por el director Mauricio Wallerstein en el año 1976.

La empresa perdona un momento de locura (1974) ha sido estudiada desde el punto de vista sociológico, polí­tico y psicológico debido a la relación existente entre las clases sociales tan diferenciadas, la lucha entre el rico y el pobre, partir de la relación entre la psicóloga y su paciente (Orlando) hasta el punto de que sus roles se intercambian en un momento de la historia. Sin embargo, al estudiar la propuesta estética que la adaptación fí­lmica propone a partir de su reinterpretación, se encuentra un abordaje completamente diferente por parte del director, puesto que si bien conserva la estética planteada por Santana, se modifica en cuanto a que el abordaje social se da a partir de las situaciones que padecen personajes que se agregan a la pelí­cula (como es el cura o los malandros del barrio, por ejemplo), y no a uno único, como es el caso de Orlando. Así­, tanto la obra teatral como su versión cinematográfica se relacionan entre sí­ al mostrar una problemática común pero cuyos enfoques difieren en cuanto a la mirada que se le otorga a los personajes y a la historia que se plantea.

* Estefaní­a Maqueo A. es profesora de la Universidad Monteávila.

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