Andrea Fermín Facendo.-
A menudo China ha sido blanco de las críticas del nuevo presidente estadounidense Donald Trump. Durante la campaña electoral el magnate acusó a Pekín de la pérdida de empleos en el país norteamericano y ofreció subir los aranceles de las importaciones chinas hasta 45%.
Según el periódico español ABC, las exportaciones en los Estados Unidos ascendieron a 2,2 billones de dólares en 2015, pero con un saldo comercial negativo que rondó los 700.000 millones de dólares.
Frente a los 116.000 millones de dólares que exportó EE.UU. a China en 2015, las importaciones desde el país asiático ascendieron a 482.000 millones de dólares.
China es precisamente el principal origen de los bienes y servicios que entran en EE.UU. Por esa misma razón Trump acusa a Pekín por los males que afectan a los Estados Unidos.
Más allá de rivalidades económicas, la relación entre ambas potencias también puede sufrir un deterioro político, sobre todo por las posiciones de Trump frente a Taiwán, lo que ha generado gran inquietud en Pekín.
China tiene en sus manos cerca de un 7% de la deuda estadounidense, un argumento común para quienes hablan de los riesgos en un desacuerdo bilateral.
Trump ha aclarado que el estatus de Taiwán podía ser objeto de negociación, lo cual sería una ruptura con una política de larga data, ya que Washington tiene vínculos formales con Pekín en lugar que con Taiwán, que es considerada por el gobierno chino como una “provincia rebelde”.
En una entrevista con la cadena Fox News, el presidente norteamericano dijo «no saber por qué tenemos que estar confinados por la política de una sola China, a no ser que consigamos un pacto con China en otros asuntos, como el comercio». Esta opinión ha generado una inmediata reacción del Ministerio de Exteriores de la República Popular China, que advirtió que está «seriamente preocupado» por este tipo de manifestaciones.
Las relaciones entre Pekín y Washington se basan sobre la declaración de Shanghai de 1972, que marcó la reactivación de los contactos entre ambos estados gracias a la histórica visita del presidente Richard Nixon a ese país.
Dicho texto indica que Washington asumía que «sólo hay un gobierno legal de China»Â y «reconocía» la posición de Pekín «de que sólo hay una China y Taiwán es parte de China», un enunciado que para el gobierno chino solo tiene un significado pero que permite a Washington una cierta flexibilidad a la hora de interpretar ese principio.
Washington rompió los lazos formales con Taiwán en 1979 y dio su reconocimiento a China, iniciando un fortalecimiento de relaciones. Sin embargo, Estados Unidos continuó manteniendo vínculos informales con Taiwán.
La decisión de Trump de, a principios de diciembre, recibir una llamada telefónica de la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, fue una ruptura con la tradición diplomática de ambos países, provocando una protesta formal de Pekín..
Durante décadas ningún presidente estadounidense había hablado directamente con un líder taiwanés.
La prensa oficial china advirtió que si el gobierno del presidente Donald Trump sigue desafiando a China, en especial respecto del Mar de la China Meridional, tanto Pekín como Washington «deberían pensar en prepararse para un enfrentamiento militar».
Este inédito panorama hace que el internacionalista Eduardo Díaz hable de un replanteamiento entre las relaciones de Estados Unidos y China.
“Trump no es un político clásico, es un empresario y por eso verá las cosas desde esa perspectiva. Sí podría haber enfrentamientos verbales y políticos, no comerciales, porque con las guerras comerciales no gana nadie», comenta.
El especialista sostiene que en caso de una posible guerra económica, Estados Unidos saldría con ventaja, porque China depende del mercado norteamericano para sus exportaciones y no se puede permitir perder ingresos adicionales provenientes de Norteamérica.
* Andrea Fermín Facendo es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.