Rafael Rodríguez.-
Siempre se tiende a llenar silencios en medio de tertulias futbolísticas con miras a lo mismo, a lo cotidiano, a lo de siempre. ¿Qué equipo es mejor que este? ¿Cuál equipo le pisa los talones al Madrid en la Champions? ¿Cuál fue el último equipo que goleó el Barí§a a los primeros 45 minutos? Estas son preguntas, clásicas, que abren cualquier foro superfluo de discusión sobre el balompié y que hacen quedar como un conocedor del mismo a cualquiera, sin necesidad de haber visto el juego de ayer o haber revisado la tabla de una de las cinco ligas clave de Europa.
Sin duda esto puede sacar de apuros a cualquiera porque es de lo que todo el mundo habla. ¿Pero qué pasa cuando se habla de algo insólito? Algo fuera de lo común en la historia que día a día se escribe en las páginas del libro sagrado del deporte rey que guarda sus más grandes recuerdos y memorias, como si se tratase de un recordatorio, de su infancia, adolescencia y madurez… sus raíces. Pasa que sorprende, que trasciende. Pasa que crece y que prohíbe, bajo toda costa, olvidar hechos, hitos que escriben una página nueva en ese libreto. El 2016 dejó tres capítulos indispensables e imborrables, esos que brindaron un fútbol inolvidable y que vivirán para siempre.
No cabe duda que la selección chilena se lleva sus buenos gritos de celebración, su reconocimiento y sus merecidos aplausos por su bicampeonato en la Copa América Centenario, que se celebró en Estados Unidos.
Chile demostró todas aquellas cualidades que ha venido trabajando desde hace años. Dueña del mejor repertorio de futbolistas de su historia, la Roja convirtió en convicciones aquellas dudas de enfrentarse ante la misma Argentina. Se mostró como un equipo maduro, sólido, que sabe a qué juega a pesar de que su técnico Juan Antonio Pizzi llevaba apenas cuatro meses en cargo. Demostró con hechos que el fútbol no es de un hombre, es de, en efecto, once.
La escuadra austral se enfrentó en la final a una selección albiceleste con todas las posibilidades de triunfo dentro de los noventa minutos de juego en cancha. Repitió la misma historia que en su casa, aquella vez en el 2015, con el mismo desenlace cuando sonó el silbatazo final y el resultado era todavía el mismo con el que habían empezado el encuentro. Finalizó la insoportable prórroga con dos goles botados por Higuaín (sumándole otras dos ocasiones más dentro de los 90’), y llegaron los penaltis.
Pasó lo que se temía que pasara y por lo que los chilenos tanto rezaban desde las tribunas. El resultado fue 4-2, la Roja celebró de nuevo, como en Santiago aquella noche sabatina: aquel encuentro había quedado casi que igual a este, 4-1, con Higuaín fallado un penal en esa primera oportunidad; mientras que en Estados Unidos erraría Messi.
Si se habla del mejor equipo de Suramérica, en este momento, ese reconocimiento es para Chile. Aunque al decirlo sea relativo pues cómo se explica que el “mejor equipo de América” no lidere la clasificación suramericana. Pero no hay nada que discutirle a la generación de oro de Chile, bicampeón de América. La Roja esperó noventa y nueve años para lograr su primer título, pero tardó menos de uno en obtener el segundo.
Desde el Maracanazo no hay nada que tema más un brasileño que perder un juego en casa, sea cual sea. Esa maldición quedó por siempre marcada en cada infancia, en cada vida entera. Desde que empezaron los Juegos Olímpicos Río 2016 la selección verdeamarela tenía más que un compromiso con su país, una obligación, que ahora recaía en ellos después de tantos años: llegar a la final de fútbol masculino y, por supuesto, ganar la medalla de oro, el único título importante que no engalanaba las vitrinas del scratch. Si bien no es la misma sensación que levantar la Copa del Mundo, al menos se parece en que es el mismo juego, la misma casa. Y lo lograron, triunfaron y consiguieron la ansiada presea dorada.
La final por el oro no significó un triunfo cualquiera: el rival fue nada más que la mismísima selección de Alemania, la misma que los había goleado 7-1 y los sacó de su propio Mundial en el 2014. Tras un empate a un gol en el tiempo reglamentario, con una prórroga que no varió el marcador, el lanzamiento de penaltis nuevamente definió la gloria. El gol de la victoria lo marcó Neymar, quien tuvo bajo su responsabilidad disparar el último tiro, justo cuando Nils Petersen acababa de fallar el suyo. Había sido Neymar quien en el minuto 27 abrió el marcador para Brasil al cobrar un tiro libre que puso a dormir el balón y a cantar a toda una tribuna en el Maracaná. Alemania logró empatar en el minuto 59, gracias a un gol de su capitán Max Meyer. Sin duda, un peso menos de encima para Brasil, y una nueva página para su historia.
Hoy el vigente campeón de la Premier League está en declive, sufriendo una sangría de puntos, pero eso no borrará el éxtasis que alcanzaron en el 2016. La historia se empezó a escribir a principios de la temporada 2015/2016, cuando  fue despedido sorpresivamente su director técnico para el momento, Nigel Pearson, y contratado de inmediato a Claudio Ranieri, quien modificó casi toda la plantilla oficial y la reacomodó a su manera. Empezaba entonces el despegue al éxito del Leicester, que inició el recorrido con el pie derecho al golear 4-2 al Sunderland en casa, con goles de Jamie Vardy, Marc Albrighton y Riyad Mahrez, en dos ocasiones.
Pero no fue tanto su buen comienzo lo que llamó la atención, sino su pronta recuperación. En el 2007/2008 había descendido a la League One, la segunda división de Inglaterra. El equipo pasó por varias manos, uno que otro dueño, hasta ser finalmente financiado y dirigido por la compañía Tailandesa King Power. En su temporada de ensueño logró alzar el título con un plantel muy modesto en comparación con la élite de la Premier. El Leicester celebró su triunfo en una fiesta inolvidable.
* Rafael Rodríguez es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.