Estefanía Maqueo A.-
La poesía venezolana ha evolucionado a través de los años de acuerdo con las influencias políticas, sociales y culturales de la nación. Hoy en día no se puede concebir el arte literario venezolano sin la presencia del elemento social y político del país, puesto que en los últimos tiempos se ha convertido en un factor predominante en la vida del ciudadano. De esta manera, el poeta ha tomado el papel de la voz del otro para expresar las inquietudes, pensamientos y deseos y conectar al hombre común dentro del mundo poético.
Esta tendencia ha ido gestándose desde el siglo anterior. En los años ochenta grupos como Tráfico y Gí¼aire intentaron trasladar a la poesía más allá del mundo literario (“venimos desde la noche y hacia la calle vamos”) y escribir en sus versos el mundo cotidiano a través del transcribir del habla coloquial. Así, los poetas representativos de ambos grupos intentaron conectarse con sus orígenes más remotos y, aunque el grupo no perduró, sí continuó la esencia de su poesía.
En los años siguientes la poesía venezolana adquirió nuevas tendencias conforme a las influencias anteriores. Según Gina Saraceni en En-obra, los poetas venezolanos de estos últimos tiempos se han caracterizado por darle a sus obras un tono de orfandad y desencanto “como formas de habitar el mundo y de enfrentarse al hecho poético” (p.28), cuyas referencias a la cotidianidad y el afuera son espacios de introspección (p.29) que han adquirido un tono nostálgico que evoca hacia el regreso de las raíces a través del recorrer de espacios y tiempos diversos. Igualmente la voz de la mujer ha adquirido un papel esencial dentro de la construcción de la escritura femenina, la cual transmite el discurso de la joven, la esposa, la amante y la madre según el tema de interés de cada una (el amor, lo erótico, las labores del hogar, la familia, etc.). El lenguaje es también un factor esencial dentro de las variaciones poéticas, puesto que se ha convertido para los poetas en un “órgano de experimentación y motivo de interrogación y duda para el poeta, quien se distancia de la palabra para hacerse consciente de sus límites, sus posibilidades, sus proliferantes idiomas” (p. 40).
Una de las poetas más representativas dentro de la literatura venezolana, cuyas obras se inscriben dentro de estas características planteadas por Saraceni, es Teresa Casique. Nacida en Caracas en 1960 y graduada como Licenciada en Comunicación Social (1987) y en Letras (2005), su poesía se ha visto influenciada por su participación en los diversos talleres literarios dirigidos por Armando Rojas Guardia, de quien ha tomado su santidad, pureza e inocencia tal cual explica en su libro Poesía y verdad. Mínima meditación (p. 85-86):
Esta ética de la compasión y la confraternidad encarna en una mística del amor generoso, desinteresado y atento al Otro, un amor que se vive no solamente como un sentimiento sino acaso y sobre todo como un compromiso genuino con el Otro, hermano y compañero que es el prójimo
En su primer poemario, Casas de Polvo (2000), Casique “construye un escenario apocalíptico y espectral donde el sentimiento de lo irreparable domina al yo poético consciente de que no hay regreso después de las batallas del amor” (Saraceni: 33). En este sentido su poemario revela relaciones familiares tormentosas, culpa, memoria y olvido cuya metáfora será el derrumbe de la casa que ha sido sofocada por el polvo cuyo escenario será de paisajes helados (Saraceni: 77):
El daño que hemos procurado
se inclinará una vez más
sobre su fuente.
Reaparecerá
en tiempos de algún amor alto
cuando llenos de fe nos creamos
de todos, los más inocentes.
**
Estoy sembrando la tierra en un gesto que no es de
adoración
Es lo que queda: arar y enterrar lo vivo.
**
Una pequeña dosis de odio no hace daño. Puede,
como el fuego, purificar.
La últimos tres versos revelan la pasión del odio como una forma de purificación, es decir, más allá del concepto occidental-religioso a veces el odio en una “pequeña dosis” puede borrar todo lo que no se desea y enterrar aquello que puede causar daño y frustración al hombre. El polvo es de esta manera la acumulación de lo viejo, de aquello que no sirve y que solo evoca recuerdos del pasado que quieren ser eliminados. Sin embargo, las acciones que se cometieron seguirán presentes aun cuando sean ignoradas y reaparecerán una vez más en el momento en que, en palabras de la autora, nos creamos los más inocentes.
La presencia del hogar y la familia es un tema presente dentro de la estética de Casique. Así, muchos de sus poemas evocan recuerdos familiares o acontecimientos cotidianos vinculados a la vida íntima de la autora que permiten una identificación por parte del lector. En un poema titulado Para aprender (de Ejercicios poéticos, 1989), relata según la visión de madre la ingenuidad y crueldad de su hijo a través de la inocencia de la infancia:
Dice mi niño que los grillos gimen pi-dí, pi-dí, pi-dí.
He intentado explicarlo, con risas en los ojos
que lo grillos no gimen, que nunca supieron sufrir
o que gemir en fin no es el verbo.
(…)
Sin pronunciar palabra
da un golpe de aplauso
letal
espera un momento
y engreído, sentencia:
“¿Escuchaste, mamá, cómo el grillo paró de llorar?”
En su libro Poesía y verdad. Mínima meditación (2007), Casique explica las características de la poesía, del poeta y la verdad que hay en ella. Explica que el poeta es el inspirado mientras trabaje con disciplina devocional, pero no puede considerarse como un ser escogido, inspirado o adivino puesto que sobre él se cierne la humanidad que es la magia que inspira la verdad del poema (p.5). De esta manera se afirma que el poeta ha venido al mundo para servir de brújula y decir su verdad:
La verdad que el poema habrá de producir se parece más a una corriente subterránea y eléctrica, a la energía profunda que emana de la maduración de la técnica poética (…) y a la demorada ejecución de eso que se intenta comunicar apegándolo a una forma. Cuando la verdad no emerge en la lectura del texto (o en su recitación) es porque no hay nada dentro de él, es un texto vacío que es como si no existiera (p.37)
La fidelidad a la verdad es la fidelidad del poeta a sí mismo tanto de forma intelectual, espiritual, escrituraria e imaginal (p.41). Sin embargo, no debe dejarse politizar o llevar por las influencias externas que puedan generar un cambio dentro de la percepción del individuo, puesto que el poeta debe conservar sus principios e ideales para así transmitir la verdad que intenta demostrar en sus escritos.
La obligación del poeta va más allá de las palabras y se dirige hacia la responsabilidad de afianzar todas las herramientas que recibió de su patria literaria. De esta forma el poeta siempre está comprometido con su poesía, con lo que eligió ser, estableciendo un vínculo irrompible aun cuando se vea afectado por lo que ocurre a su alrededor:
«En mi opinión, dijo Giuseppe Ungaretti en un programa de radio, un escritor, un poeta, siempre está engagé: comprometido en hacer rencontrar al hombre las fuentes de la vida moral que las estructuras sociales, de cualquier clase que sean, tienden siempre a corromper y a disecar» (p.62-63)
La poesía de Teresa Casique, en la revisión bibliográfica que se ha realizado de esta autora, demuestra su compromiso con la verdad que la poeta desea expresar en sus obras. Las expresiones, temas, tono e inclusive los sentimientos plasmados en sus poemas muestran la pasión, el enamoramiento hacia la poesía que debe estar en todos los autores. La voz femenina se manifiesta de forma ensordecedora, la cual desea mostrar la vida desde su visión cotidiana, familiar o intelectual. La influencia de Armando Rojas Guardia como maestro y mentor se muestra ante la búsqueda de la libertad de expresión del poema, más allá de la opinión de los otros. De esta manera la poesía de Casique es un compromiso fiel a su persona, a su pensamiento y a sus ideales (Saraceni: 75-76):
Un pájaro cojea sobre una colina de mi corazón.
Mira nervioso a un lado, al otro
se inclina, hunde su pico, rasga
y engulle con voracidad.
Es un animal herido el que me sorbe.
Lo consuelo dándome a beber
gota por gota.
No pierde hilo. Su pecho enrojece
de mi savia. No puede más.
Ya se asoma
al aire
con su pata insana
para caer pesado.
¿Qué sangre podía devolverle al viento?
No la mía.
* Estefanía Maqueo A. es profesora de la Universidad Monteávila.