Rafael J. Avila D.-
Es muy común escuchar que el salario no nos alcanza para vivir… y es cierto: no nos alcanza para cubrir nuestras básicas necesidades y menos para ahorrar persiguiendo alguna meta familiar o de negocio.
Entonces, ¿cómo lo resolvemos? ¿Qué garantiza que la remuneración que percibimos por nuestro diario esfuerzo nos alcance para cubrir nuestras metas personales y familiares?
Podría pensarse que una forma, muy sencilla además, de resolver el problema que nuestro salario sea insuficiente es que el gobierno decrete un aumento salarial en el mismo porcentaje en que el costo de la vida suba. Es decir, por ejemplo, si la inflación de un período determinado fuese 100%, entonces el gobierno con simplemente decretar un aumento salarial del 100%, para el mismo período, haría que mantuviéramos nuestra capacidad de compra. Ilustrémoslo con unos sencillos cálculos:
Supongamos que sólo compramos un único producto, cuyo precio sea 10 bolívares cada unidad, y que nuestro salario inicialmente equivale a Bs. 1.000 mensualmente. Con estos datos nuestra capacidad de compra mensual se traduce en 100 unidades de este producto. Dicho de otra manera, mi salario sólo me permite adquirir 100 unidades al mes de dicho producto.
Ahora imaginemos que el precio del producto pasa de Bs. 10 a Bs. 20 en un período determinado, es decir, se da una inflación de precios del 100%, se duplicó el precio. Esto hace que nuestra capacidad de compra se reduzca a la mitad: ahora sólo puedo adquirir 50 unidades del producto al mes. Por lo tanto, para mantener mi capacidad de compra sólo haría falta que el gobierno decretara un aumento del 100% de nuestro salario, pasando este de Bs. 1.000 a Bs. 2.000 mensual, duplicándolo, haciendo que nuestra capacidad de compra retorne a su posición inicial de permitirme adquirir 100 unidades del producto.
A simple vista se ha resuelto el problema, sencillamente. Pero es eso: a simple vista y a cortísimo plazo.
Hagamos algunas consideraciones a ver si realmente se ha resuelto el problema, ya que es muy común escuchar esta propuesta entre nuestros amigos, familiares y conocidos.
Lo primero es que realmente el índice de inflación, o de variación de precios, que emite la autoridad monetaria de cualquier país (por ejemplo un banco central) es una inflación que es de todos y de nadie a la vez, es decir, se trata de la variación de un precio promedio ponderado de una cesta de productos a los que se le sigue el comportamiento, pero, como es de imaginarse, esa cesta de productos lo más probable es que no coincida con la cesta de productos de cada uno de nosotros, con nuestra individual o familiar cesta de consumo. Esto pasa con los promedios, que son de todos y de nadie a la vez.
Por lo tanto, si el gobierno aumenta el salario según ese índice de inflación, algunos estarán satisfechos y otros no; a algunos su capacidad de compra más que se les repondrá, y a otros no les alcanzará el nuevo salario.
Pero obviemos esta realidad, sobre todo porque argumentaríamos que eso, el promedio, es mejor que nada.
Pero lo fundamental es que esa muy sencilla propuesta no soluciona el problema realmente, sólo en un cortísimo plazo, si acaso. Y la razón es porque el salario ahora más alto, a su vez representa mayores costos para las empresas, es decir, se ha encarecido el trabajo, por lo que las empresas tenderán lógicamente a trasladar esos mayores costos a los precios de los productos que venden, causando un alza en los precios, es decir, se materializa la inflación, se encarece la vida.
Otro efecto pernicioso de esto es que al encarecerse el trabajo y las empresas no poder aumentar sus precios para mantener rentabilidad, estas pierden estímulo a contratar más personas y al contrario, tal vez tendrían que cargar con más trabajo a los empleados, en busca de eficiencia, o peor, reducir personal materializándose el desempleo.
El aumento del salario por decreto muy probablemente termina causando desempleo y desestimulando la contratación; o, en el mejor de los casos, no hay despidos pero se alienta la exigencia a los ya empleados.
Pero uno pudiera decir que para evitar los despidos el gobierno reacciona decretando la inamovilidad laboral, o sencillamente que no se pueda despedir a nadie. Esta decisión encarece aún más al trabajo, desestimulando la contratación.
Como se ve, en el proceso a corto plazo hay ganadores y perdedores: ganan los que ya están empleados, porque son beneficiados y protegidos, pero pierden los que están buscando trabajo, los ya desempleados. Ganan los ya empleados porque el gobierno obliga legalmente a que las empresas les paguen más, pero pierden los que salen cada día a buscar trabajo, pierden las empresas, y los que pretenden emprender y generar empleo, son desincentivados. A largo plazo, perdemos todos.
Suelen verse los beneficios de los que resultan favorecidos, pero son más difíciles de ver las consecuencias a mediano y largo plazo.
Entonces, ¿no hay salida? ¿Viviremos eternamente en ese círculo vicioso inflación-caída del poder adquisitivo-demanda de mejores condiciones salariales-aumento de salario-inflación? La respuesta rápida es que no se puede vivir eternamente así: más rápido que tarde, en este juego repetido, se llega a una situación de cierre de empresas, elevado desempleo y muy alta inflación (esto se llama estanflación).
La realidad es que hay una noticia buena y una mala. La buena, es que sí hay salida, sí hay solución. La mala, es que no es mágica la solución, ni es de un día para otro, no es instantánea.
Lo primero es que se requiere entender que los gobiernos no deben aplicar políticas inflacionarias, porque no nos ayudan generándonos inflación por un lado y medio compensándonos por otro lado con insuficientes decretos de aumento salarial, que a la larga no resuelven el problema y son perniciosos como ya vimos. Una gran ayuda ya sería que no generaran inflación, que no nos tumbaran nuestro poder adquisitivo drásticamente afectando nuestra calidad de vida.
Pero esto requiere unas finanzas públicas sanas y equilibradas, no deficitarias. Requiere que el gobierno controle sus gastos, que no quiera gastar más de lo que le ingresa vía impuestos. Y que si quiere gastar más no cubra el déficit fiscal con impresión de dinero o inflación (monetización del déficit). Si lo cubre con deudas luego hay que pagarlas, por lo tanto tarde o temprano se ve en la encrucijada de controlar su gasto, aumentar impuestos o inflar la moneda. El camino sano sería controlar su gasto (y para ello es fundamental que se dedique a lo que debe ser, que economicistamente sería la provisión de bienes públicos, lo que reduciría su tamaño y su gasto) y aumentar sus ingresos por impuestos, pero no subiendo las tasas impositivas, pues eso lesiona la actividad económica y desestimula la creación de empresas y puestos de empleos, sino generando un entorno económico favorable al emprendimiento; es decir, no es aumentando la tasa impositiva sino la base: que los ciudadanos y empresas se hagan prósperos y con ello, a una misma tasa de impuesto, el gobierno reciba mayores ingresos.
Y allí tenemos otro dilema entre el corto y largo plazo: lo sencillo es financiar el gasto público con emisión monetaria, y lo pagamos todos con el impuesto inflación; lo sano es propiciar el crecimiento económico y por ende el bienestar del ciudadano de a pie, pero implica tiempo y muchos consensos.
Una vez recibida la gran ayuda que representa que los gobiernos no inflen la moneda, la tarea se completa propiciando que mucha gente quiera emprender, montar empresas. Es decir, que haya muchas empresas buscando trabajadores.
Un rasgo de las crisis es que hay pocos puestos de trabajo para muchas personas queriendo trabajar, situación que pone en desventaja al trabajador frente a la empresa, por lo que para que todos estemos empleados deberíamos estar dispuestos a aceptar un menor salario, y a soportar escasos beneficios laborales y hasta tratos no acordes con nuestra dignidad humana. Si ese salario al que todos estaríamos empleados es menor que el salario mínimo que legalmente se debe pagar, se genera una situación en la que muchos trabajadores ofrecen su trabajo y pocas empresas están dispuestas a contratar, es decir, más personas buscando trabajo que empleos disponibles. Esto se llama desempleo.
La verdadera solución y verdadera protección del trabajador en el tiempo no es vivir en crisis y obligar a las empresas a darles beneficios que nunca serán suficientes para paliar los embates de la inflación; la verdadera protección es que haya un entorno económico que propicie el crecimiento, la creación de muchos más puestos de trabajo, muchas empresas demandando personas para que trabajen en ellas, y en esa situación más ventajosa, los trabajadores exigiremos mejores beneficios y contrataremos con aquella empresa que mejor oferta nos haga.
Por lo menos estos rasgos debe tener un entorno económico que propicie el crecimiento: Estado de Derecho, respeto a la propiedad privada, seguridad jurídica y personal, y muy baja inflación. Esto es fundamental para que se incentive la instauración de empresas y creación de muchos puestos de trabajo, que es lo que al final todos los trabajadores necesitamos: no me generes inflación, que yo negocio mis beneficios.
* Rafael J. Avila D. es decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas y director del Centro de Estudios para la Innovación y el Emprendimiento de la UMA.