El que no venció a la tercera: El pasajero de Truman

Kelvin Brito.-

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Escalante fue embajador en Estados Unidos. Foto: Cortesí­a

En la historia venezolana –al igual que en la de otros paí­ses– existen lideres natos que han tenido la dicha de alcanzar la primera magistratura. Los mismos, por lo general, supieron desenvolverse en sus coyunturas, en sus tiempos y espacios, elementos todos que posibilitaron su ascenso al poder por medio de revoluciones o de procesos electorales.

Partiendo de estas aseveraciones es natural que existan personas de las más diversas épocas que no pudieron ocupar la silla presidencial, hombres que estuvieron cerca de labrarse un lugar prominente y destacado sobre otros jefes de Estado. Nombres como Manuel Piar, Ezequiel Zamora, José Manuel “El Mocho” Hernández, Jóvito Villalba, Gonzalo Barrios y Arturo Uslar Pietri, entre otros, pueden ser clasificados en este grupo.  Ellos debieron conformarse, en definitiva, con un lugar en el gabinete o a la sombra del presidente de turno, en el mejor de los casos, y si no fueron victimas de fraudes electorales (como ocurrió con Hernández y Villalba).

Dentro de esta categorí­a se encuentra alguien que aspiró tres veces al más alto cargo público de nuestro paí­s, cuya historia será esbozada en los párrafos siguientes. Este curioso individuo se llama Diógenes Escalante, personaje principal de la novela El Pasajero de Truman, de Francisco Suniaga.

Escalante en la Historia de Venezuela

El apellido Escalante aparece en los libros de historia que abarcan el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945. En efecto, está í­ntimamente vinculado a los antecedentes de la coalición formada por Acción Democrática y la Unión Patriótica Militar para desalojar al general Isaí­as Medina Angarita, lo cual dio fin a la “Hegemoní­a Andina” (1899-1945) e inició el denominado “Trienio Adeco” (1945-1948).

Si se indaga lo suficiente encontraremos -en los textos que se dedican al estudio de estos sucesos- una especie de semblanza de Escalante y por supuesto los hechos que posteriormente desencadenaron la intentona.

Escalante era natural de Queniquea, estado Táchira, y nació el 24 de octubre de 1879. Desde muy joven estuvo vinculado a la polí­tica, dado que su padre estaba relacionado con el Partido Liberal Amarillo. Hay que destacar también el papel que jugó su mentor, el caudillo Espiritu Santo Morales, quien se perfilaba como lí­der en la región de los Andes, en esa época donde –y en palabras del historiador Manuel Caballero– Venezuela no se habí­a bajado del caballo.

Es durante la administración de Cipriano Castro que comienza su carrera burocrática, al ser enviado al exterior para representar a ese gobierno. Años después, ya consolidada la dictadura gomecista, Escalante vuelve al paí­s y funda el periódico El Nuevo Diario, para al poco tiempo marcharse a Europa y retomar su carrera diplomática en el viejo continente. Graduado en Ciencias Polí­ticas en Parí­s, amplió sus conocimientos en polí­tica internacional, lo que le hizo ser ministro plenipotenciario en Inglaterra, cargo que ostentó durante aproximadamente quince años. También le correspondió, en 1934, defender en Ginebra los lí­mites de Venezuela frente a Colombia.

Como se puede ver, estuvo vinculado al gomecismo pero, al igual que su paisano, el general Eleazar López Contreras, no se manchó las manos con torturas carcelarias o como apologista del régimen. Es, en suma, un servidor del régimen de bajo perfil.

En 1931 se le presenta su primera posibilidad de ser presidente. Fue ante la renuncia de Juan Bautista Pérez cuando salió a relucir su nombre para ocupar la primera magistratura, pero, por circunstancias desconocidas, se rechazó su candidatura y fue el propio Gómez quien se consagró una vez mas como jefe de gobierno.

A la muerte del Benemérito es llamado a fungir como colaborador en la administración de López Contreras, ocupando los cargos de ministro de Relaciones Exteriores y secretario de la Presidencia a principios de 1936. Al poco tiempo es enviado otra vez al extranjero para ejercer cargos diplomáticos.

En 1941 es propuesto nuevamente como presidente, oportunidad que no prospera puesto que el bastión gomecista del Congreso, mayorí­a de ese cuerpo, demandaba que el nuevo jefe de Estado debí­a ser andino y militar. Con lo primero Escalante cumplí­a, no así­ con el segundo requerimiento. Así­ las cosas es nombrado primer magistrado el general Isaí­as Medina Angarita y, una vez mas, las aspiraciones de Escalante son frustradas.

En el gobierno de Medina Angarita fue nombrado como embajador ante Estados Unidos, donde defiende los intereses de Venezuela durante los tumultuosos tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Ya hay conversaciones con él a principios de 1945 como candidato de consenso para la Presidencia de la República, ofrecimiento que rechaza de entrada.

Ocurrí­a que los sectores de la sociedad civil venezolana demandaban cambios profundos que posibilitaran finalmente la democracia. Acción Democrática, portavoz de las consignas que propugnaban la votación universal, directa y secreta, presionó a Medina para que diera ese primer paso. Tras su negativa, alegando que el paí­s no estaba preparado para esas transformaciones, y luego de algunas reuniones, salió a relucir el nombre de Escalante, quien conjugaba los calificativos de civil y tachirense que dejaban satisfechos a la cúpula polí­tica dominante de Venezuela.

Dada la reticencia del posible candidato, Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, altos jerarcas de Acción Democrática, son enviados a Washington para convencerle. La labor es culminada satisfactoriamente y Escalante finalmente accede al requerimiento.

Entre los meses de agosto y septiembre de 1945 retorna a Venezuela y organiza una pequeña gira para darse a conocer. Después de todo es un desconocido en estas tierras,  ha pasado demasiado tiempo afuera y le hace falta acostumbrarse a nuestro ritmo de vida.

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La Junta Revolucionaria tomó el poder tras caí­da de Medina Angarita. Foto: Cortesí­a

Pero ocurre la tragedia: los primeros dí­as de septiembre, y luego de una escena que protagonizara en el Hotel ívila –donde se hospedaba- le es diagnosticado una arteriosclerosis y la perdida de la razón, lo que imposibilita su candidatura formal. Se dice que el diplomático proferí­a frases sin sentido y expresaba que sus camisas no estaban en el armario, que su chequera habí­a sido robada y que todo era culpa de los comunistas.

Le suple como aspirante el abogado íngel Biaggini, hombre con el cual AD no está satisfecho. Es así­ como el partido se alí­a con los militares y dan el consabido golpe de Estado.

Luego de su imposibilidad mental a Escalante se le pierde la pista en la mayorí­a de los libros de historia. Se sabe, no obstante, que falleció en Miami el 13 de noviembre de 1964.

Afortunadamente la Biblioteca Biográfica Venezolana le dedica el volumen 58 al estudio de su vida en una biografí­a hecha por Maye Primera Garcés.

 El Pasajero de Truman

La novela de Francisco Suniaga es de muy fácil lectura: apenas se empieza a leer se desea devorarla hasta su fin. De poco mas de veinte capí­tulos –por lo general de extensión variable cada uno-, narra las conversaciones de dos ancianos que rondan los 90 años, de nombres Román Velandia y Humberto Ordoñez –quienes en realidad son Ramón J. Velásquez y Hugo Orozco, respectivamente-. Ambos aportan sus perspectivas vividas como testigos y actores a la vez de la situación de Escalante: Velandia como su secretario de campaña y Ordoñez como su secretario privado.

También se nota el contraste de las dos longevas vidas: Velandia, quien fuera historiador, periodista y ex presidente, vio impulsada su carrera profesional después del incidente del Hotel ívila, la cual ha narrado infinidad de veces. Todo esto en detrimento de su interlocutor, cuya carrera polí­tica feneció tras el desmoronamiento de Escalante, viviendo bajo perfil en el exterior como representante de Venezuela hasta los años setenta, y cuya versión de los hechos ha permanecido oculta hasta el encuentro de los ancianos.

El titulo de la novela alude al hecho de que, tras la enfermedad de Escalante, su amigo y presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, enviase el avión presidencial “Holy Cow” a Venezuela para buscarlo y regresarlo a Norteamérica.

A lo largo de las páginas Suniaga revela una amplia variedad de pensamientos: ora propios, ora que obtuvo de las entrevistas con Velásquez y Orozco. Los esbozos de la Caracas de aquella época, la personalidad de Castro y Gómez, la vida personal y amorosa de Escalante, sus amistades en los diversos paí­ses, así­ como otros episodios no menos importantes, se perfilan como los más destacados de la novela. La controversial figura de Rómulo Betancourt es discutida en un capitulo completo, que incluye referencias a fuentes de primera mano.

El autor alterna capí­tulos entre la tertulia de Velandia y Ordoñez con una conversación que mantuvo este último junto a Escalante, elemento que aporta datos interesantes y tornan mas amena y nostálgica la lectura.

¿Qué hubiera pasado de concretarse la candidatura y ascensión al poder de Escalante? Es la tí­pica reflexión que se hacen los historiadores y los lectores al finalizar la novela, de la cual solo pueden hacerse conjeturas.

Acaso la opinión mas aceptada sea la que arroja el penalista Tulio Chiossone, testigo y actor de la época, quien aseguraba que el inminente golpe de Estado se concretarí­a, solo que no hubiese contado con la participación de Acción Democrática.

* Kelvin Brito es estudiante de Derecho.

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