íngel Fernández.-
1964, el año en el que se estrena un clásico de comedia negra de la mano de un genio como Stanley Kubrick: Dr. Strangelove: Or how I learned to stop worrying and love the bomb, una película sobre las decisiones que no siempre están en manos de los más indicados, como el futuro de una nación y la caída de una bomba, o incluso el estallido de una guerra, dependiendo todo de un debate entre sanguinarios y cuerdos en una mesa redonda de la comisión de defensa. Después de 51 años Gavin Hood trae a la gran pantalla las decisiones en el campo de batalla a partir de una perspectiva diferente en lo que respecta al ingenio del mítico director, una pieza llena de drama y escenas que despertarán la tensión y hará sudar de nervios a más de uno: Eye in the sky.
Al-Hady y Susan Helen Danford encabezan una lista de los más buscados para la coronel Katherine Powell (Helen Mirren), quien junto al teniente general Frank Benson (Alan Rickman) lleva a cabo una operación de seguimiento y captura de los dos terroristas dentro del continente africano. Tras una carrera sin lograr identificar con claridad a Danford, el equipo que ejecuta la misión entenderá que están participando en algo más complicado que una simple operación de captura.
Antes de su fallecimiento Rickman interpreta para esta película a un interesante personaje, el teniente general Frank Benson, un viejo militar retirado de la zona de combate para embarcarse en esta misión a distancia junto a la coronel Powell, la búsqueda de dos peligrosos terroristas del movimiento Al Shabab que se desplazarían escoltados sobre ruedas hacia una casa llena de sorpresas desagradables.
Entre las actuaciones destacadas de Rickman se recuerdan con cariño aquella del profesor Snape durante toda la saga mágica de Harry Potter, o el legendario antagonista de Die Hard, el temible terrorista alemán que azotó el Nakatomi Plaza, Hans Gruber.
 ¿Apocalipsis ahora?
Francis Ford Coppola, el afamado director de El Padrino, elaboró una pieza bélica llamada Apocalypse Now. La presentación del protagonista (Martin Sheen) recuerda mucho a la forma en la que se introduce en Eye in the sky a Steve Watts (Aaron Paul), en aquella habitación de estética cálida y el ventilador que cuelga del techo. ¿Hay tributo al clásico de 1979?
 Fuego del infierno cayendo del cielo
La interesante ironía se relaciona al misil Hellfire, ese que va a destruir dos blancos importantes del terrorismo internacional, sumándose al radio de explosión personas inocentes, pues el infierno arrastra consigo a todo el que se atraviese. Se entiende al ojo en el cielo como una metáfora de la ley divina, donde el inframundo es el destino de quienes hacen el mal en el planeta.
La cúspide del drama tiene un nombre: Alia
El guionista Guy Hibbert presume de un ingenio espectacular: una casa que será demolida por una bomba de magnitud bastante letal queda en veremos por la presencia de una pequeña que vende pan justo al lado del blanco en cuestión. Mientras Alia vende pan comienza un debate sobre si su vida vale o no la pena frente a la muerte de muchos más inocentes a manos de un bombardeo suicida que preparan Al-Hady y demás secuaces.
 La política y la milicia: ¿amigos o enemigos?
Un conflicto de importancia que se lleva a cabo dentro del largometraje es el que existe entre los que defienden ganar “la guerra propagandística” evitando muertes innecesarias, los políticos; y por otro lado aquellos que piensan fríamente que la vida de una niña vale menos que la de cientos de inocentes, los militares.
 Tensión, emoción… y más tensión
La cinta se basa sobre un registro emocional digno de un buen drama, se crea con efectividad esa conexión que pone los sentimientos a flor de piel. El espectador se compenetra con un personaje como el de Ringo o el de Alia, al punto de temer por la vida de ambos, la del primero por la brillante persecución en lo que compete al juego de cámaras, o pensando en la niña y la situación del Hellfire que azotaría la casa a su lado y la llevaría a una situación crítica que arranca lágrimas en el cine.
Adiós de Rickman
Y se retira como un jefe Alan Rickman, como un veterano de guerra calla a íngela, una miembro del gabinete británico que tacha de despiadado al teniente general por tomar la decisión de disparar. “Nunca le diga a un soldado que no conoce el precio de la guerra”, responde.
 Pesimismo y realidad
La escena que abre la historia define al mundo: una niña que juega en el patio de su casa mientras pasan jeeps terroristas armados de artillería pesada que azotan a un pueblo que se acostumbró a la guerra. Así es como nosotros nos acostumbramos, convertimos la guerra en parte de nuestra cotidianidad, no podemos ignorar esa otra realidad que azota el medio oriente, o incluso, al otro lado de nuestra calle aunque hagamos el esfuerzo.
Vemos esa imagen de Alia con un hula hoop como la inocencia que perdió la humanidad, pues así la perdemos a ella y la vemos con culpa en el desenlace de la cinta. Entendemos además que vivir es una cuestión de tomar difíciles decisiones, y que a veces dependemos de las decisiones de los menos indicados. Caminamos por la vida sin saber cuándo entraremos en la debacle de tener que escoger el mejor entre dos males.
El público entiende, gracias al espectáculo fatal que genera esta historia, que este es un mundo regido por humanos, no por máquinas que no sienten culpa o no sufren por la toma de una difícil decisión, somos personas que en la posibilidad de elegir sentimos un profundo arrepentimiento, eso que llama Frank Benson “el precio de la guerra”.
* íngel Fernández es estudiante de Comunicación Social.