En tono menor | Un goce universal

Alicia ílamo Bartolomé.-

La escuela debe enseñar a los niños a razonar y a expresarse. Foto: photopin (license)

Cada dí­a me enamoro más de las palabras, de la frase bien escrita, de la pureza en la expresión, de la capacidad de comunicar con claridad y sencillez en un párrafo, sin artificios y, ¿por qué no?, con interna y externa poesí­a. Para hablar y redactar así­ hay que tener una sólida formación en el idioma, hay que dominar la técnica de decir y escribir. No se improvisa el lenguaje correcto y hermoso. Ningún arte es improvisación, primero hay que dominar los elementos que lo integran, manejar los instrumentos de su realización, así­ se trate de artes plásticas, música, literatura o matemáticas. Después… ¡se pueden romper las reglas!

Ya sé, te asombraste cuando incluí­ entre las artes las matemáticas. ¿Acaso no son más bien una ciencia? Cierto, pero no dejan de ser arte, como la arquitectura, que es un arte, pero no deja de ser ciencia, es más, para mí­, más ciencia que arte, ciencia social, pero eso serí­a tema de otro artí­culo. ¿Adónde voy con estas proposiciones, tesis o reflexiones? Asómbrate aún más: a plantear unas ideas muy personales, aunque no es exclusivas –las tienen también otros- para la educación.

La escuela no deberí­a tener más que dos materias obligatorias: matemáticas y lenguaje, lo demás es secundario, optativo y vendrá por sí­ solo una vez que el estudiante domine las matemáticas y el idioma.

Las matemáticas enseñan el razonamiento. Desde su tierna edad el niño debe ser inducido a razonar, formarse en el conocimiento de lo verdadero y de lo falso, de lo exacto y lo dudoso, en definitiva, enseñarlo a pensar. Deben figurar en el horario escolar diariamente y a primera hora, cuando el cerebro está fresco, nunca al final de la jornada.

¿Pero de qué sirve el pensamiento sin la capacidad de expresarlo? Aquí­ aparece la necesidad de la capacitación en el lenguaje. Cuando el ser humano razona y domina las armas de su lengua -gramática, ortografí­a, sintaxis, redacción, etc.- está listo para la vida. A través de este desarrollo intelectual se va dando cuenta de que desea saber más de su propia existencia, su ubicación y razón de ser en el mundo, de la naturaleza, de su relación con los otros seres y ahí­ están a su alcance, en un currí­culo abierto, las materias que van a satisfacer su  curiosidad y que podemos englobar en dos grandes categorí­as: humanidades y ciencias.

Muchas personas creen que no sirven para las matemáticas y, además, no gustan de ellas. Falso, cualquier inteligencia media es capaz para éstas, al menos  en la educación básica de primaria y secundaria. Lo que pasa es que han sido ví­ctimas de una mala enseñanza y tienen lagunas en su aprendizaje. En matemáticas esto no debe suceder, no puede haber solución de continuidad, desde que aprendemos en aritmética 1+1= 2, de allí­ en adelante todo es un paso que lleva al otro. Si se rompe esta cadena, se deja de comprender, el individuo psí­quicamente se defiende y dice: no me gustan, ¡y pierde para siempre el placer artí­stico de las matemáticas! Que es exactitud, medida, proporción, cálculo, relación, teorema, deducción, problema, fórmula…

Desgraciadamente, también sucede, aunque menos, que el matemático se cierra ante las humanidades, acaso porque no le enseñaron a profundizar en la belleza de la poesí­a, de las artes y recibió una educación superficial y rutinaria en este campo.

Por eso es tan importante la solidez primaria de la formación en matemáticas y lenguaje, porque lleva a la abertura para curiosear, entender y gozar todas las maravillas del universo que Dios nos entregó.

* Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.

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