Señales de ellas | El mito

Francisco J. Blanco.-

La vida feliz no es un mito. Reproducción: Francisco J. Blanco

En las navidades del 2015 en la facultad jugamos al amigo secreto y yo decidí­ ir a la feria del Ateneo a comprar el regalo final. En un puesto de discos estaba una caja de zapatos llena de postales. Yo me sumergí­ en esas imágenes de nadie como si no hubiese mañana, compré algunas para tenerlas en mi corcho y se ha convertido en una rutina semanal, así­ como mi incesante búsqueda por las señales de ellas.

Édouard Boubat fue un joven parisino que nació en las escalinatas del mágico Montmatre. Luego de la Segunda Guerra Mundial comenzó a trabajar como reportero gráfico. Su ojo sensibilizado, quién sabe por qué o por quién, hizo que Boubat sea considerado como todo un precursor de la fotografí­a humanista.

Recorriendo el mundo con su cámara ganó múltiples premios y participó en distintas exposiciones colectivas en los principales museos del mundo. Su estilo es sin duda particular al captar ese detalle que te deja pensando, como si le quitaras un momento a la vida y eso existiera solo para ti.

De regreso a su paí­s, en 1968 se sumergió en esa nueva ola de cultura francesa que comienza con el suspiro de Godard y termina con la sublevación estudiantil que marca una suerte de hito moderno en las rebeliones de calle.

En pleno Mayo Francés tomó la foto de un grafiti que decí­a Plutí´t la vie” (Mejor la vida), el nombre del poema del más que controversial André Breton. Esa imagen se convirtió en postal, esa postal viajó de alguna forma a Caracas y en las navidades del 2016, en esa caja de zapatos de aquel puesto de discos, yo la vi y esta semana me acompañó en mi corcho.

En este nuevo año heredado igual de mal que el anterior, donde todo apunta a un gris porvenir, que en teorí­a es inaguantable, nosotros estamos en el medio, en una suerte de sala de espera con ansiedad de no saber, con la intensidad de la desesperanza, y, lo peor de todo, sin ánimos, en una diapsalmata que parece interminable.

Ante este panorama, filosóficamente hablando, tenemos diversas opciones que yo siempre reduzco a dos. La primera es entregarse a lo terrible, vivir una vida desesperanzada y probar el sin sabor de la inconformidad sistemática, sin tener nunca lo que quiero, asumiendo que el tener y la satisfacción solo se sacia con lo material.

La segunda es darse cuenta que este Mundo Patente es incontrovertible e inamovible, pero, es camino para el Mundo Latente, aquel donde está la realidad de los sueños, donde está el resultado del sacrificio, ahí­ donde el mañana es hoy… ese, es el Mundo de la vida.

Este mundo no es un mito, por ello debemos darnos cuenta de su existencia concreta, de que es nuestro y al tomar riendas de nuestra propia vida soltamos falsas pasiones que terminan en calles ciegas, y nos preocupamos por el mañana, enfrentados a la realidad natural de lo trascendente, al hecho espiritual, a Dios.

 “Mejor la vida con sus salas de espera

Cuando sabemos que nunca se nos hará entrar

Mejor la vida que esos establecimientos termales

Cuyo servicio es asegurado por collares

Mejor la vida desfavorable y larga

Aún cuando los libros se cerrasen aquí­ en los estantes menos suaves

Y cuando allá hiciese mejor tiempo que el mejor de todos hiciese un tiempo libre sí­

Mejor la vida”

Por ello en realidad no importa lo terrible, porque como dice Breton, mejor la vida. Una vida bien vivida, una vida de estudio, de reflexión, de amigos, de sano disfrute, de cultura y de hobbies. La vida feliz, la vida de lo posible, la vida de los sueños no es un mito. Es precisamente eso: la vida.

* Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila.

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