En tono menor | La muerte de un tirano

Alicia ílamo Bartolomé.-

Castro falleció el pasado 25 de noviembre. Foto: photo credit: televisione Fidel Castro e` morto, un po` di notizie via photopin (license)
Fidel Castro falleció el pasado 25 de noviembre. Foto: photopin (license)

Aprobar con alegrí­a la muerte del tirano es una reacción pagana. Podemos alegrarnos de la muerte del santo confiados en que nace a una eternidad feliz, estará viendo a Dios. La otra muerte debe entristecernos porque no sabemos si esa persona tuvo tiempo de arrepentirse de sus monstruosos pecados y adónde irá. No puede ser causa de regocijo que un alma caiga en el infierno. Y sin embargo…

Sí­, esta reacción gozosa ha sido de muchos ante el deceso del gran criminal cubano. Yo misma la tuve en el momento de recibir la noticia, pero enseguida me autocensuré, dije una oración y lamenté mi fragilidad humana. Por supuesto que a todos nos puede pasar lo mismo, tener una actitud inapropiada ante hechos que nos representan el fin de una pesadilla y esto no tiene nada de malo mientras no permanezcamos en esta actitud, mientras pensemos, como en esto caso, que la muerte del tirano es un alivio, pero no un motivo de fiesta.

También puede suceder lo contrario: grandes manifestaciones de pesadumbre y elegí­as inmerecidas para el difunto que dejó en su paso por la tierra más dolor que logros, más destrucción que obra fecunda. La mayorí­a de las veces estos duelos y lamentos son obligados por los deudos herederos y continuadores del horror, como sucede en esa espantosa sucesión de lí­deres siniestros en Corea del Norte y ocurrió en Haití­. Es la mezquina explotación del miedo para provecho personal que obliga a llorar sin sentir pena, sino terror ante el inminente y cruel castigo por no sumarse a la ficticia pesadumbre. ¡En qué mundo loco vivimos!

Con los tres párrafos precedentes no pretendo dar lecciones de moral, porque no me compete ni soy especialista, sino buscar caminos de reflexión para nuestro propio destino. No sabemos cuán cerca está un cambio polí­tico en este paí­s, tal vez aún lejos, para nuestra desesperanza, pero tarde o temprano vendrá. Mi inquebrantable optimismo me anuncia que más temprano que tarde. Quiera Dios. Sin embargo, más importante que el momento es lo que va a provocar. Debemos estar preparados para no caer en acciones absurdas que ensombrezcan una fecha gloriosa, como sucedió a la caí­da de Pérez Jiménez. Él y sus compañeros del gobierno se fueron del paí­s tranquilamente y quienes pagaron los platos rotos fueron los esbirros segundones de la Seguridad Nacional, los menos culpables porque recibí­an órdenes de arriba: fueron linchados por un pueblo enardecido.

Eso no debe suceder ahora. Fuera la venganza y la continuación de los desmanes que padecemos hoy. La violencia engendra violencia, así­ esta se perpetúa y destruye una nación. Aprendamos la magistral lección de Nelson Mandela. Si no hubiera tenido el tacto e inteligencia para contener la sed de venganza de sus hermanos del pueblo negro, oprimido y maltratado largos años por los colonizadores blancos, como él mismo lo fue en su prolongado e injusto encarcelamiento, Sudáfrica no serí­a el gran paí­s que es en la actualidad.

Aplicar la justicia debida es necesario porque sin justicia no hay paz, pero jamás desbordarla por la retaliación. Celebremos construyendo, jamás destruyendo.

* Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la UMA.

Un comentario sobre “En tono menor | La muerte de un tirano

  1. Confío en que somos un país de avanzada que sabrá adoptar una posición mesurada a pesar de actuar como se actúa en caos.

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