Palabras del rector | Asómbrate

Francisco Febres-Cordero Carrillo.-

Foto: UMA/Cortesí­a

En un hermoso relato, mezcla de literatura e historia, antiguos escritores cuentan que los frigios necesitaron nombrar a un rey; y para hacerlo consultaron al oráculo. Este profetizó que el futuro rey de Frigia vendrí­a por la Puerta del Este, acompañado de un cuervo que se posarí­a en su carro. El rey resultó ser un campesino de Gordión, llamado Gordias, que llevaba sus bueyes atados al yugo con unas cuerdas anudadas de un modo tan complicado que era imposible desatarlas. Cuando lo eligieron rey, fundó la ciudad de Gordio y, en señal de agradecimiento, ofreció al templo de Zeus su carro, atando la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondí­an en el interior, tan complicado que, según cuenta la leyenda,  nadie lo podí­a soltar; quien consiguiese desatar el nudo conquistarí­a toda Asia. Cuando Alejandro Magno se dirigí­a a conquistar el Imperio Persa, en el año 333 A.C., tras cruzar el Helesponto, conquistó Frigia. Allí­, Alejandro enfrentó el reto de desatar el famoso nudo gordiano. Solucionó el problema cortando el nudo con su espada. Esa noche hubo una tormenta de rayos, simbolizando, según el mismo Alejandro, que Zeus estaba de acuerdo con la solución, y dijo: «es lo mismo cortarlo que desatarlo». Alejandro se coronó rey de Frigia, y de allí­ partió a conquistar a Oriente, llegando a ser uno de los hombres más poderosos que haya visto la historia.

Pasado el tiempo, el relato se tornó en leyenda;  hoy queda en la memoria de Occidente plasmado en la frase “tan difí­cil como desatar un nudo gordiano”. En español la expresión se utiliza para referirse a una situación o hecho de difí­cil solución o desenlace, en especial cuando esta situación sólo admite soluciones creativas. También en español, nudo gordiano, se suele utilizar para referirse a la esencia de una cuestión, de por sí­ de difí­cil comprensión, de tal manera que, desatando el nudo, es decir, descubriendo la esencia del problema, podremos revelar todas sus implicaciones.

Al terminar sus estudios universitarios se colocan en el umbral de una nueva etapa de sus vidas; y bien nos podrí­amos preguntar cuál es el nudo gordiano que a cada de uno de ustedes les tocará desatar ahora que salen de la Universidad. Es fácil advertir que no es un solo nudo, sino que serán varios los nudos que tendrán que deshacer;  y según sea la forma reflexiva, pausada, prudente y creativa con que encaren cada una de las situaciones que se les presenten, tendrán asegurado el éxito o el fracaso de las múltiples dimensiones de sus vida. No pretendo aquí­ hacer una enumeración de los retos que tendrán que enfrentar, porque serí­a harto difí­cil y fastidioso hacerlo; quiero solo compartir unas breví­simas reflexiones de algunos asuntos que considero de vital importancia en este tiempo que nos está tocando vivir.

Pudiera parecer obvio que les hable aquí­ de la graví­sima crisis moral, institucional, social, polí­tica y económica que estamos padeciendo en Venezuela. Enfrentamos momentos aciagos para la patria, que nos colocan en estado de angustia y preocupación permanente. No obstante, les invito a elevar por un momento la mirada y que centremos nuestra atención en un horizonte superior que nos permita otear con esperanza la realidad que nos envuelve.

Concretamente les quiero hablar sobre el asombro; sobre la capacidad de admiración que como hombres tenemos. Capacidad que estamos en riesgo de perder debido a la vertiginosa velocidad del mundo digital; a la alta cantidad de información no procesada que recibimos a diario a través del internet; al oscurecimiento del paisaje producido por  el cemento, el asfalto y el smog; al olvido del cultivo de nuestra propia intimidad.

El pensador español José Julio Perlado dice que  “la sorpresa parece haber sido devorada por la costumbre. Ese asombro en la mirada de un niño, el asombro ante lo creado, ante el brillo humedecido de una hoja, el asombro ante el rocí­o, ante los movimientos de un animal, ante el contraste de los colores, parece que desapareciera bajo el traqueteo de los dí­as iguales, el paso de tren de las estaciones iguales, el ciclo de las circunferencias idénticas, los fines de semana monótonos, el ruido encadenado de tazas entre bostezos y escaleras, pasos y autobuses en procesión hacia despachos, ojos resbalando por pantallas, cafés, informes, idas y venidas de colegios rutinarios, idas y venidas de veraneos similares, entradas por autopistas a la gran capital, entradas por pasillos a los nuevos cursos, vueltas al colegio, vuelta a las navidades, vuelta a las cuestas de enero, vueltas a las primaveras, vueltas y revueltas del estí­o, luces del verano, sombras aparentes de otoños idénticos.”

Debemos hacer un esfuerzo por cultivar nuestra vida interior, para no perdernos en las degradaciones grises de una realidad monótona, aburrida, triste y desesperanzada. Debemos hacer el esfuerzo de abrir los ojos del alma para saber mirar lo esencial; para saber mirar las causas invisibles que nos impulsen a la acción, y que nos den optimismo, alegrí­a y esperanza.

Según el filósofo español Leonardo Polo, los frutos de la admiración son sabrosos ya que gracias a ella encontramos el camino que conduce al ser, a la verdad, a la belleza y a la unidad; y nos topamos, con lo que él mismo llama, con los trascendentales personales, es decir, con nuestra libertad, con nuestra intimidad, con el entender y con el amar. Al admirarse, la persona descubre lo que no es mordido por el tiempo, con lo estable, con lo permanente en el tiempo, y con la eternidad. Frente al asombro se descubre, en el hondón del alma, las energí­as humanas del espí­ritu. Y descubrimos, aprendemos y aceptamos que la realidad –nuestra propia vida- es verdadera, buena y bella.

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Foto: UMA/Cortesí­a

Alguna vez he dado clases de filosofí­a. Al comenzar el curso animo a mis alumnos a desconectarse del mundo digital y a tener experiencias de silencio que los ayuden a observar, a indagar, a preguntar, a descubrir, a reflexionar. Actividades que los lleven a asombrarse de la realidad que los circunda. A toparse con la belleza. A enfrentarse con la verdad.

Les pregunto: ¿ustedes alguna vez han experimentado el asombro? ¿Han sabido asombrarse ante una puesta de sol, ante la majestuosidad de una montaña, o ante la caricia fresca de la brisa mañanera? ¿Han sabido apreciar la belleza de un niño recién nacido, o la de un anciano cargado de arrugas y experiencias? ¿No se han deslumbrado con la fuerza de la palabra verdadera, o con la belleza de la palabra que canta? ¿No se emocionan ante la palabra que revela al amor? ¿Han llorado en silencio ante la inexplicable muerte de la persona amada? ¿No se inquietan ante el misterio de la existencia de un ser divino que trasciende la realidad y la domina, y que les sostiene en el ser? Les animo pues a que se desconecten y a que tengan sus propias experiencias de silencio para que se conozcan en su más profunda intimidad, y desde ese conocimiento penetren en la compleja grandeza de la realidad y se pasmen ante la belleza de la Verdad Divina.

Esta experiencia les llevará a abrirse a los demás. La profesión –la carrera que ahora comienzan a ejercer- se convertirá en servicio amable y desinteresado. Sabrán mirar en las personas que encuentren a lo largo de sus vidas, su propia dignidad, su propia belleza, su propia verdad. Descubrirán que el otro no es un peldaño que les sirve para escalar posiciones de prestigio social o enriquecimiento económico. Las personas serán parte del entramado de la narración de su existencia: de la historia de sus propias vidas. Narración e historia que transcenderá si se dedican a construir el bien, a expresar la verdad, a revelar la belleza de la existencia propia y ajena, terrenal y divina.

Quiero terminar estas palabras de salutación y júbilo con el poema apócrifo atribuido a Walt Whitman titulado “No te detengas”. Son versos que resaltan el sentido épico de nuestras luchas, de nuestras caí­das, de nuestras derrotas, de nuestros triunfos. Son versos que revelan la hermosa metáfora del ardoroso trajinar de nuestras vidas:

No dejes que termine el dí­a sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesí­as
sí­ pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayorí­a vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
“Emito mis alaridos por los techos de este mundo”,
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesí­a sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Ví­vela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros “poetas muertos”,
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los “poetas vivos”.
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas …

* Discurso del rector de la UMA, Francisco Febres-Cordero Carrillo, en actos de firma de grado y de posgrado. Julio 2016.

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