En tono menor | Acaban de partir

Alicia ílamo Bartolomé.-

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Ali destacó por su dignidad humana y fidelidad a su oficio. Foto: photopin (license)

De tres mundos diferentes, pero todos de relevancia mundial. Hemos visto desaparecer en estos dí­as a tres personalidades. En el mundo del deporte a Muhammad Ali, en el del arte a Marisol Escobar y en el de la belleza a Susana Duijm. Muy diferentes entre sí­ por el ámbito de sus actividades, en primer lugar, como por su origen y condición social, pero con un algo en común: dignidad humana y fidelidad a su oficio.

Quienes vivimos la era de Muhammad Ali  y nos deleitamos con su ballet ante el adversario para agotarlo y luego liquidarlo con su puño de hierro, no lo admiramos menos por su actitud vital: desafió a los Estados Unidos, primera potencia mundial, y se negó a ir a la guerra por objeción de conciencia. Para él era inmoral ir a un lugar extraño a matar gente que no conocí­a, no le habí­an hecho nada a él ni a su paí­s; hacer la guerra, no por defensa propia, sino por agresión impropia. Lo declararon desertor, lo despojaron de sus tí­tulos de campeón, sufrió prisión y desprecio, no le permitieron pelear en su patria, pero no claudicó. Finalmente la Corte Federal aceptó su objeción de conciencia y lo reivindicó. El receso le hizo daño a su carrera, pero volvió con honor. En el proceso cambió su nombre -Cassius Clay, heredado de sus antepasados esclavos- por uno musulmán, acorde con la nueva religión que eligió. Un desafí­o más al orden establecido. Era un bocazas, pero digno, lleno de amor por la humanidad.

Marisol Escobar, artista plástica venezolana, escultora, muy desconocida en nuestro paí­s, nació en Parí­s de padres venezolanos. Tuvo la desgracia de presenciar el suicidio de su madre: se lanzó por el balcón de su residencia en la Ciudad Luz. Marisol tení­a 11 años y quedó marcada para el resto de su vida. Se decí­a que por eso no hablaba. No era cierto, pero lo hací­a muy poco, se encerraba en sí­ misma. Se residenció en Nueva York y allí­ desarrolló su carrera artí­stica al lado de grandes artistas, como Andy Warhol, pero no se dejó influenciar por ninguno. Aunque se le señaló como pionera femenina del pop art, no todos los crí­ticos están de acuerdo con calificarla dentro de  ese molde: Marisol fue única.  Reconocida y admirada en el mundo del arte internacional, se caracteriza por el volumen recio de sus esculturas que a menudo tienen una presencia animal como su sello. En Venezuela hizo el monumento a Carlos Gardel en Caño Amarillo, pero, según parece, fue desmantelado. Tomo de un artí­culo de Carlos Egaña en Prodavinci, sobre un texto de José Ramón Medina referente a Marisol: “Haciendo unión de lo celebratorio y lo satí­rico, de sus traumas y sus éxitos, en su obra hay denuncia, imprecación y grito, forjados en la fragua intensa de la soledad personal”.

Susan Duijm llegó antes de tiempo para representar a Venezuela en el concurso de Miss Mundo 1955. Habí­a participado en el Miss Universo:  por primera vez una venezolano figuró entre las 15 finalista y sin retoques quirúrgicos. Nadie la esperaba en Londres, se sentó sobre su maleta y lloró. Un periodista le dio ayuda. A los pocos dí­as la muchacha de origen humilde, con un aspecto tropical exótico, poco pulida, fue coronada como reina del mundo. Abrió el camino para el triunfo de las venezolanas en los certámenes universales de belleza. Susana creció en glamour, elegancia y personalidad, se fue tallando a sí­ misma como un diamante. Trece años después visitó el Canal 5, donde se grababa una miniserie basada sobre La casa de los íbila de J. R. Pocaterra, donde yo participaba. Se aprovechó su presencia para ponerla en escena en un palco de teatro. Tení­a en mi vestuario un chal de gasa azul turquesa y lo presté para que se lo pusieran a ella a manera de manto: mágica aparición de la bellí­sima madonna de algún pintor renacentista.

* Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la UMA.

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