Mirada al mundo | Daniel J. Boorstin, la advertencia ignorada y Donald Trump

Morela Scull.-

27715493972_39f72cee3b_bLa polis paralela es la circunstancia donde se encuentra el hombre masa contemporáneo, es el ámbito donde se funde la realidad objetiva e inmediata con esa realidad que proviene de los contenidos y espacios de encuentro (muchas veces desencuentro) que se derivan de la estructura de las tecnologí­as de información y comunicación (TIC’s). Esta nueva circunstancia, basada sobre esta “narcotización voluntaria”, afecta a la articulación del  proyecto vital en tanto que impide responder al para qué se está, ya que las personas están menos conscientes de quiénes son y más de cómo están siendo percibidas por los demás, lo cual a su vez implica que se dificulte el pensar en los demás.

Muchas veces las relaciones se instrumentalizan. La eficiencia que la tecnologí­a brinda a lo laboral pasa ahora a caracterizar a las relaciones interpersonales, empobreciéndolas como describe Sherry Turkle en su libro Alone Together (2011). Las TIC’s configuran un entorno en el cuál todo es auto-referencial (lo que se pensaba serí­a un plus, puesto que permitirí­an que todo estuviese “personalizado”) y han causado un desencuentro con lo real, con el otro, con lo común y con lo público.

El cuarto poder, el de la opinión pública, se basa sobre la creencia en la capacidad crí­tica de los ciudadanos, o al menos en el esfuerzo para que los ciudadanos fuesen crí­ticos, según los cánones del liberalismo clásico. En consecuencia esta muralla que se ha levantado entre la persona y la realidad, empezando por hacer obsoleta incluso la comunicación cara a cara, no solo empobrece a la sociedad en su conjunto, sino que inhabilita a las personas para ejercer la ciudadaní­a, teniendo un impacto nocivo sobre la salud democrática. ¿Quién puede ser “perro guardián” una vez instalado en la polis paralela?

Esta involución, que ya caracteriza a occidente, se ve especialmente en la sociedad estadounidense, donde las personas cada vez más solas han establecido una relación muy estrecha con la tecnologí­a como modo y sitio de estar (robots, inteligencia artificial) y cuya relación con los contenidos se basa sobre consumir aquello que ha generado más “hits”, más “likes” (ya lo real/verdadero es irrelevante).

Se pensó que el surgimiento de las TIC’s permitirí­a fortalecer a  la ciudadaní­a, porque ahora el ciudadano tendrí­a la posibilidad de contrastar fuentes noticiosas, tener acceso a la verdad (si es que existiese), por lo menos el acceso a lo “real”, tener una tribuna propia. Era el final de la Agenda Setting, el final de la Espiral del Silencio, el final de los Gatekeepers. Ahora todos estarí­an empoderados.

El info-entretenimiento en forma de “pseudo-eventos”, eventos pre-fabricados y divulgados por personas con intereses concretos no manifiestos, ruidosos, intencionalmente ambiguos, se convirtieron en lugar común. La fijación de la agenda se ve materializada en cada campaña de mercadeo y ha ampliado su rango de acción (ya se da en el ámbito de lo polí­tico, de bienes y servicios, de la farándula), la personalización mediática agudizada, los géneros periodí­sticos se han vuelto irrelevantes, la Espiral del Silencio más viva que nunca, ahora más poderosa por el alcance de las TIC’s (ver por ejemplo el libro de The Silencing, del 2015, en el que Kristen Powers, demócrata, hace una elocuente explicación del nacimiento del “illiberalleft”, que acribillaa quienes presenten su desacuerdo con temas vinculados con el la homosexualidad). Es la tragedia de la imposición del “correct thinking”, que se da en el escenario y en toda la estructura de la polis paralela.

Daniel J. Boorstin, historiador estadounidense, ya profetizaba al respecto de lo que hoy llamamos la polis paralela. No creí­a en el “displacive fallacy”, que una tecnologí­a desplazaba a otra. Siempre que pudo Boorstin utilizó a la televisión por ejemplo como medio para promover la lectura, elogiaba que el texto pudiese existir en plataformas tecnológicas, creí­a en que la “República de la Tecnologí­a” romperí­a las barreras de la injusticia. Pero al pasar de los años el autor comienza a entender que no todo marchaba bien. Con respecto a la “República de la Tecnologí­a” advierte sobre el “new convergence” (la homogenización de la experiencia), y el “new obsolescence”, (el que lo bueno sólo se equipara con lo nuevo).

En TheImage: A Guide toPseudo- Events in America (1961), Boorstin denuncia la fabricación y propagación de los pseudo-eventos, término que él acuñó. Dice que el pseudo-evento ya inundaba, para el año 1961, el ámbito de lo público en Estados Unidos. Era más importante conocer el pseudo-evento que la realidad. Denuncia como consecuencia el vicio del “newsmaking”, fabricar noticias en vez de recogerlas. Denuncia la sustitución de los héroes por parte de las celebridades, el nacimiento del turista y la muerte del viajero. Denuncia la propagación del alliteracy (el poder de leer y no querer hacerlo) cómo hábito in crescendo. Denuncia al info-entretenimiento, y sobre todo el “self-hypnosis”, la narcotización voluntaria. Denuncia la falta de la sociedad estadounidense de conocer su propia realidad, y sobre todo la realidad padecida por el resto del mundo. Denuncia el hecho que la creación de tecnologí­as habí­a hecho sentir a los estadounidenses cómo todopoderosos, haciéndoles olvidar el sentido común, lo que él llamaba “a decline of commonsense, and their relevance of the rules of thumb that had governed man since the beginning of history”, quizás una manera poco valiente de decir los universales.

Boorstin le dedicó su vida a defender y justificar todo lo “americano”. Sobre todo a la sencillez de sus ciudadanos, la fuerza de las comunidades, su incesante poder innovador, su espí­ritu de conquista, su pragmatismo, sus instituciones consolidadas, del “genio de su polí­tica”, su asombroso desarrollo tecnológico. Sentí­a pasión por su paí­s, el paí­s donde todo era posible, el paí­s que según él reinventó una nueva civilización. Por lo tanto veí­a con mucha claridad el modo en que aquello se iba desarticulando, lo que implicaba la sustitución del “american dream” por el “american illusion”. Y no es que sus profecí­as dictaminen obligatoriamente el porvenir, aunque la candidatura de Donald Trump o de Hillary Clinton ya son muestra palpable de este sub-desarrollo, pero mucho se hubiese ahorrado el mundo  si su advertencia no hubiese sido ignorada.

* Morela Scull es profesora de la Universidad Monteávila.

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