Alicia ílamo Bartolomé.-
La niña de cabezota y melena negra, creada por Quino, como típica de la clase media argentina, apenas estuvo en tira cómica menos de 9 años (septiembre de 1964 a junio de 1973) y sin embargo se hizo inmortal. El genio de su creador puso en su boca frases inolvidables de una filosofía plena de sentido común y de humor, verdaderas sentencias de vida. Por eso, Mafalda traspasó las fronteras de su patria y se convirtió en ciudadana del mundo. Ella habló así una vez: Paren el mundo que me quiero bajar.
Amiguita Mafalda, ese deseo tuyo se ha cumplido unos 50 años después.
Supongo que ya bajaste, sesentona como estás. Nosotros, en cambio, tus lectores de siempre, no te podemos seguir. Confinados estamos, de Polo Norte al Polo Sur y a todo el círculo del Ecuador, dentro de  una cuarentena por pandemia. Sí, el mundo se paró.
Y es tiempo de reflexionar. El número de muertos provocado por la Segunda Guerra Mundial se calcula más o menos en 60 millones; del Holocausto, obra del nazismo, en 11 millones; del comunismo en el mundo, en 120 millones; de los abortos quirúrgicos desde los años 60 del siglo pasado hasta hoy, en 2.000 millones. Solamente en Estados Unidos se practican 60 millones de abortos anuales, una cifra igual a la de 4 años de guerra mundial. Ante este dantesco asesinato de niños no nacidos en el vientre de sus madres, cuya cifra supera en mucho la suma de todas las anteriores, sólo nos queda llorar en silencio. En silencio, sí, porque el mundo no sólo calla ante el monstruoso crimen, sino que lo aúpa y ahí están los países fomentando el exterminio de seres no nacidos, pero que desde su concepción son personas humanas, con dignidad propia, a través de leyes para despenalizar el aborto que merece la más justa de las penas legales. Es el frío homicidio de las víctimas más inocentes, que no pueden defenderse.
Unas señoras histéricas se desnudan en la calle, se meten en los templos, pintan y gritan consignas obscenas. Son feministas, dicen ellas, y resultan que son unas acomplejadas rindiendo culto al machismo. Creen que las actividades y procederes masculinos son los que valen la pena, desprecian los quehaceres femeninos. Luchan por un igualitarismo imposible. Física, psíquica y espiritualmente hombre y mujer somos diferentes. Como diría un diputado francés cuando en una acalorada discusión en la cámara sobre el feminismo alguien dijo que, después de todo, entre los dos sexos solo había una pequeña diferencia: Vive la différence! Por supuesto, diferentes y complementarios para llevar adelante en armonía y paz los planes de Dios. Feministas auténticas son las que han luchado y luchan por las igualdades ciudadanas.
Desde que el mundo es mundo, existen el robo, el crimen, la enfermedad, pero no por eso los vamos a declarar normales. Son males que tratamos de remediar con leyes y medicinas. No siempre tienen cura y entonces aceptamos a las personas que los padecen con comprensión y caridad, ayudando cuando se puede y cabe ayudar. En el mismo caso está la homosexualidad, ¿normal? No, Dios nos creó hombre y mujer, el tercer sexo es una anormalidad, ¿qué merece desprecio e irrespeto? ¡En absoluto! Todo lo contrario, pero tampoco elogios con bombos y platillos, como ahora se pretende. Nunca se ha hecho eso en toda la historia, ni con ladrones, criminales ni enfermos. ¿Qué los homosexuales quieren darle un carácter como de matrimonio a su unión? Muy bien, luchen por eso, con la frente altiva busquen una legislación propia, no colarse acomplejados en la que, civil y religiosamente está hecha, para hombre y mujer. Querer igualarse a los heterosexuales, ¿no es para ellos una degradación?
Mafalda: ¿tú no crees que ante esta enumeración de las barbaridades humanas que he destacado, entre otras que callo por no alargarme, la pandemia paralizadora del mundo es un alerta de Dios? Tú te bajaste, pero sospecho que cuando comencemos a girar de nuevo, volverás. Eres de la poca gente pensante de este planeta, nos haces falta, por eso te digo: hasta luego.
*Alicia ílamo de Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila