Francisco Blanco.-
Este es un hecho de la vida real.
María Eugenia era una mujer de tez tostada. Pero no era como un bronceado de playa de esos que tienen los que por fortuna de la vida, pasan temporadas completas de vacaciones en cualquier costa del caribe meridional. No era tampoco ese trigueño apretado de piel gruesa y cabello muy ensortijado, ella en cambio, tenía esa piel como de chocolate tostado a punto de ser derretido con leche en un baño maría.
María Eugenia tenía una voz muy dulce. Pero no como ese dulce que hace la repostera de carretera del llano, que en medio de esas rectas casi infinitas hace un “melao” con papelón y lechosa, los vende a cualquier precio y terminas todo empalagado anhelando un vaso de agua. Ella en cambio, tenía la voz tan dulce como esa milhoja perfectamente cocinada que se te deshace en la boca.
María Eugenia tenía un puesto entre sus ocho hermanos. Era liberal para los estándares de conservadores y moderna según los estándares de la posmodernidad, es decir, fue la primera que se fue de casa, fue la primera en tener un hijo, la primera en divorciarse, la primera en ser madre soltera.
María Eugenia tenía un apartamento moderno. Pero no como esos que son minimalistas con los muebles bajos y cuadrados, con fotografías de gran formato y tonos tierra claros muy claros. El de ella era un apartamento moderno de los años 80, todo era rojo y negro, en lugar de matas tenía ecosistemas encerrados en pequeños prismas de vidrio.
María Eugenia enfermó. Pero no de esas enfermedades que te dan cuando fumas desde los 17, o caminas demasiado y se te atrofian los meniscos, o incluso esas en donde por viejo se te olvidan las cosas o no puedes dejar de moverte. A ella le dio esa enfermedad misteriosa, tan misteriosa como su vida, tan azarosa como el amor, tan dura como la verdad, tan inexplicable como el gusto que tenemos por esas cosas que nos hacen nosotros. A María Eugenia le dio lupus.
María Eugenia tenía un hijo, que le puso el nombre de su hermano menor, al que por cosas de la vida la acompañó a morir, Miguel íngel. Tuvo cuatro nietos, Santiago, Samuel, Sebastián y Salvador. Santiago es un genio, juega golf muy bien, drena su estrés de niño genio jugando al fútbol y fue campeón del circuito 1 de su categoría en karting. Samuel y Sebastián mueren por los legos y los animales, ambos hablan inglés y le dicen a su abuela “Bu-Bu”, al pequeño Salvador le cuestan un poco más las cosas, porque la vida le ha dado demasiado mundo interior y poco mundo exterior
María Eugenia era un misterio. No se guardaba nada, pero sabía callar, tenía una inteligencia especial para los números, salió en algún momento de su juventud con un músico y él le compuso una canción que se llama “La dama de la ciudad”, vivía entre papeles y carpetas, comía chocolate a toda hora, en cada momento, en cada lugar y bajo cualquier pretexto.
Un día, María Eugenia se acostó a dormir. Se despertó con dolor y dejó de existir.
Ella era mi tía Maru… descansa en paz.
*Francisco J. Blanco es director de la Escuela de Esducación de la Universidad Monteávila