No sabe/no contesta (posiblemente tampoco lee)

Felipe González Roa.-

En 1997 internet ya lucí­a como el medio de comunicación del futuro, pero todaví­a se estaba lejos de suponer todos los recursos y ventajas que, algunos años después, ofrecerí­a la plataforma. Por supuesto, en ese momento era impensable plantearse la posibilidad de redes sociales, muchos menos de emplear un teléfono para conectarse a la llamada superautopista de la información.

En 1997 el medio de comunicación que más impacto generaba en la sociedad, y que concentraba la mayor parte de la atención (tanto positiva como negativa) era la televisión, la cual desde hace mucho tiempo formaba parte integral de prácticamente todos los hogares del planeta. Durante años la televisión fue el principal objeto de estudio de los teóricos de la comunicación y otros eruditos, que muchas veces advertí­an sobre sus potenciales peligros.

En 1997 el prolí­fico pensador italiano Giovanni Sartori publicó Homo videns, trabajo en el cual abordaba las caracterí­sticas de una sociedad contemporánea que, envuelta bajo la fundamental influencia de la televisión, estaba marcada por una clara inclinación hacia el consumo de mensajes visuales (y audiovisuales) sobre el interés a la lectura.

Homo videns ha sido un libro muy leí­do por profesionales pero, sobre todo, por estudiantes de Comunicación Social. Es bastante común que en las primeras clases de la carrera los profesores asignen a los alumnos el estudio de esta obra, la cual abre algunas importantes aristas que fomentan la reflexión y la crí­tica.

En este trabajo la tesis fundamental de Sartori era que las nuevas generaciones (y no se referí­a expresamente a los millennials ni a los centennials) habí­an abandonado el hábito de la lectura para sumergirse únicamente en el consumo de contenidos visuales. A su juicio, esta tendencia hací­a que cada vez los públicos respondieran menos a la profundidad del pensamiento sino que se entregan a la superficial reacción sensorial.

El argumento brindado por el autor italiano puede, en algunos puntos (con todo respeto), ser rebatido: no todo mensaje visual tiene que ser banal, y como ejemplo puede señalarse las grandes obras de arte. Una pintura de Picasso puede incitar a pensar y reflexionar, así­ como algunas lecturas pueden ser simples bodrios que únicamente conjugan algunos bonitos lugares comunes.

Sin embargo, la tesis central de Sartori no puede ser desechada: cada vez se cultiva menos la lectura, la cual, lejos de ser un placer, hoy es vista como un fastidioso momento, usualmente impuesto por tediosos señores viejos.

Si ya con la televisión (tal como advertí­a el autor de Homo videns) los libros enfrentaban una competencia desigual, la brecha se incrementa con internet, cuyos fascinantes e interactivos contenidos fácilmente pueden encantar a los públicos (que ahora llaman usuarios, ya no lectores).

Estas lí­neas no pretenden demonizar a internet, invento fundamental en la historia de la humanidad, el cual ha abierto ví­as de comunicación con carácter universal y ha acercado el contacto entre todos los seres humanos, permitiendo un (por momentos) esperanzador enriquecimiento de las culturas. Sin embargo, sí­ buscan advertir sobre la inconveniencia de abandonar el hábito de la lectura.

Cada vez se observan más resistencias, sobre todo entre los jóvenes y los más jóvenes, a leer. Cada vez son más los que desechan los libros (de papel o digital, da igual) por preferir ver pequeños ví­deos o algunas fotos (usualmente tan fugaces como banales) que van y vienen en internet.

Solo a través de la lectura se puede enriquecer el pensamiento. íšnicamente el que lee puede fomentar su imaginación, de la cual nace la capacidad de ser creativo, de donde surge la posibilidad de hallar soluciones a los problemas.

Además de ampliar el vocabulario y perfeccionar la escritura, leer incita el pensamiento crí­tico. Abre la posibilidad de mantener un diálogo í­ntimo, conversar con uno mismo, permite un espacio de profunda reflexión y encuentro.

El pensamiento crí­tico lleva al conocimiento, que, al final del dí­a, es lo único que, jamás, puede ser arrancado a ninguno de nosotros.

En momentos en los que brilla tanto la flama rebelde de la juventud, cuando muchos inflan el pecho y gritan al cielo sus deseos por cambiar el mundo, es cuando más se debe proteger la capacidad de reflexionar. Es decir, el deseo y el gusto por leer.

La comunicación permite crear y recrear el mundo. La lectura permite que cada uno recree y cree su propio mundo, que es el primer para paso para luego poder compartirlo.

*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma