Hugo Bravo.-
La felicidad no es simplemente la ausencia de tristeza o desesperación, sino que es un estado afirmativo en el cual nuestras vidas tienen tanto significado como placer. Por esta razón, ante el desánimo, la depresión o la apatía la medicación rara vez será suficiente.
En línea con lo anterior, es importante destacar que lo común de las personas es que hablen de lo que quieren, de lo que pretenden hacer. Sueños y deseos que tienen poco valor para cambiar su estado de ánimo sino pasan a la acción. Y esto es así porque los seres humanos no somos lo que pensamos o lo que decimos, ni cómo nos sentimos. Al final de cuentas, somos lo que hacemos.
Lo mismo ocurre al juzgar a otras personas. Debemos prestar atención no a lo que prometen sino a cómo se comportan. Esta simple regla puede evitar gran parte de la insatisfacción e incomprensión que afecta a muchas de las relaciones humanas.
En líneas generales, las personas se ahogan en palabras, muchas de las cuales resultan ser “mentiras” que se dicen a sí mismas o a otras personas. De no ser así, cómo explicar: ¿cuántas veces tenemos que sentirnos traicionados y sorprendidos por la desconexión entre las palabras de las personas y, sus acciones, antes de que aprendamos a prestarle más atención a lo que hacen? Eso pasa en todos los ámbitos de las relaciones humanas; de ahí que la mayor parte de las frustraciones y angustias que contiene la vida, sean consecuencia de ignorar la realidad: el comportamiento pasado es el predictor más confiable del comportamiento futuro.
Por esta razón, además de responsabilidad, demostramos coraje al cumplir con nuestras obligaciones diarias y al intentar alcanzar cosas nuevas: metas, proyectos, hábitos, etc. que pueden mejorar nuestras vidas. De la misma manera, debemos tener presente que muchos temen al riesgo y de ahí que prefieran lo insulso, lo predecible, lo repetitivo. Lo que también explica la abrumadora sensación de aburrimiento, característica de nuestra época. Y partiendo de ahí, que los intentos frenéticos de superar este aburrimiento tomen la forma de una sed incesante de entretenimiento y estimulación que, por lo general, carecen de significado, por lo que nunca se puede saciar.
Debido a esto, la respuesta a la pregunta “¿por qué?” es la que más pesa sobre nuestra existencia. ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué elegimos las vidas que hacemos? ¿Por qué molestarse o esforzarse? La respuesta -subrepticiamente- desesperada a esta pregunta está contenida en frases cada vez más comunes del tipo: “Da lo mismo, lo que sea”, “lo importante es disfrutar la vida, aquí y ahora; vivir el presente”, “lo importante es acumular experiencias”, etc. Razones por las cuales muchos obtienen, no lo que merecen sino lo que están dispuestos a esperar, que por lo general es poco.
Por lo que, retomando nuestro planteamiento inicial, debemos tener presente que los tres componentes de la felicidad son: algo que hacer, alguien a quien amar y algo que esperar. Y es que, pensándolo bien; es difícil ser infeliz, si tenemos un trabajo útil, mantenemos relaciones sanas y la promesa de placer. Por cierto, vale la pena aclarar que el término «trabajo» abarca cualquier actividad remunerada o no que, en primera instancia, nos dé una sensación de importancia personal y; además, por lo general, nos transcienda, afecte positivamente a otros. Por lo tanto, si tenemos una vocación apremiante que da sentido a nuestra vida, ese es nuestro trabajo.
Adicionalmente, vale la pena destacar la supuesta dificultad para definir lo que es el «amor». Y esto se debe a que la base de ese sentimiento en sí misma es misteriosa (por ejemplo: ¿por qué realmente amo a esta persona y no a otra?). Se supone que las palabras no pueden abarcar lo que significa amar a otra persona. No obstante, se podría definir así: amamos a alguien cuando la importancia de sus necesidades y sus deseos se eleva al nivel de los nuestros. De ahí que, en el mejor de los casos, nuestra preocupación por el bienestar de otro excede, o se vuelve indistinguible de lo que queremos para nosotros mismos.
Esto lo podemos constatar fácilmente, si consideramos que la cantidad de personas por las que daríamos nuestra vida es muy limitada: nuestros hijos, con seguridad; otro ser querido, tal vez. Por lo general, los sentimientos de amor o la falta de él se notan en todas las formas en que demostramos que alguien nos importa; especialmente en la cantidad y calidad del tiempo que estamos dispuestos a darles.
El punto clave, en todo caso, es que el amor se demuestra mediante actos, depende de nuestra conducta. Y en este sentido, definimos quiénes somos, quién y qué nos importa, no por lo que prometemos, sino por lo que hacemos. Por lo que, tenemos derecho a recibir solo lo que estamos dispuestos a dar. Por lo tanto, hay una gran verdad en el dicho de que todos tenemos las relaciones personales que merecemos y, porqué la mayoría de nuestras insatisfacciones con los demás reflejan limitaciones en nosotros mismos.
*Hugo Bravo es profesor de la Universidad Monteávila