Francisco Blanco.-Â
La idea es eternamente nueva. Yo mis ideas y la hoja en blanco de mi laptop, cual portal a lo que imaginé serían dimensiones fantásticas, mundos desconocidos, imaginación sin límite, posibilidades expresivas tan abiertas como la existencia misma.
La idea era que pudiera mostrar en palabras mis fobias y filias, abrir el chorro de mi unicidad y drenarlo todo en el papel digital.
La idea era tomar una idea del Syntopicon (El libro de las 103 ideas que cambiaron el Mundo de Mortimer Adler), escoger una y sobre esa una, desarrollar un discurso. La idea era que yo tenía la lista, al azar veía una y escribía lo primero que se me viniera a la mente, forzándome a escribir, obligando a que la inspiración esté siempre conmigo.
La idea era salir de un coma profundo. La idea era escribir la canción más hermosa del mundo… la idea era… hacer la misma tarea que mis alumnos.
El proceso no se obedeció a la idea.
Escribir no es fácil. La inspiración es más que un animal salvaje, hay que tener mucho temple para domesticarla, mucha práctica, mucha pluma, mucha historia y mucha lectura. Escribir la primera vez es embriagante, las ideas fluyen solas, las manos saben dónde están las teclas, no hay necesidad de desconectarte y engancharte en el celular, todo está en una sincronía divina, tus ideas, tus manos y el documento en blanco, lentamente llenándose de palabras… ufff… como para que no se acabe nunca.
El proceso es complicado porque eso solo pasa pocas veces. Cuando lo divino no está hay que traerlo, ahí lo complejo del oficio.
El proceso era que yo quería escribir. El proceso fue que yo escribí, escribí intentando hacerle guiños de estilos experimentales, siendo alternativo, gonzo, colaborativo, surreal, confuso, lo que sea… el proceso era que la idea caminara sola y que yo estaba ahí para verla pasar.
No siempre fue así… pero tuvimos nuestros momentos.
La superestructura se construía con ideas de Adler dadas, con las mías puestas, con un racimo de recuerdos, con las canciones de mi vida, con la obligación de cumplir un compromiso y sobre todo con mis ganas de honrarlo.
La superestructura fue para mí tan grata como abrir una caja llena de estrellas, pero, el universo tiende al equilibrio, lo que una vez comenzó, debe terminar.
La superestructura termina hoy.
Gracias.
*Francisco J Blanco es profesor de la Universidad Monteávila