Felipe González Roa.-
La sociedad venezolana está aquejada por una diversidad de flagelos pero sin dudas uno de los que ha afectado más a los ciudadanos ha sido el de la corrupción. Este problema no es exclusivo de nuestro país pero lamentablemente acá ha encontrado un fértil suelo para infiltrarse en casi todas las estructuras de la administración pública.
La corrupción es un tema complejo que difícilmente podrá ser abordado en toda su amplitud en las líneas de este artículo. Dentro del contexto venezolano, desde los inicios de la historia republicana, esta conducta aberrante ha sido comúnmente achacada a la dirigencia política, especialmente a la élite gobernante.
Ya en 1858 el depuesto presidente José Tadeo Monagas fue acusado de malos manejos de los fondos públicos, cuestionamientos que se repitieron una y otra vez a lo largo de los años: Juan Crisóstomo Falcón fue señalado de haberse favorecido con la renegociación de la deuda externa; Joaquín Crespo de haber usado dinero del Estado para construirse el Palacio de Miraflores como residencia particular, sin olvidar aquellos periódicos que publicaban como gran titular “el último robo del general Crespo”, a lo que el caudillo guariqueño respondía con sorna “quién les habrá dicho que era el último”.
El paso de Antonio Guzmán Blanco por el solio presidencial no solo marcó una época política sino que permitió a él y a su familia garantizar su futuro por generaciones, incluyendo la posibilidad de alcanzar posiciones sociales que les permitieron hacer migas con la nobleza europea.
La llegada de los caudillos andinos al poder también profundizó la corrupción. Famosos son los cuentos que afirman que doña Zoila buscaba consuelo en los fondos públicos para poder soportar los devaneos galantes de su esposo, el general Cipriano Castro; o la inmensa fortuna que llegó a amasar el benemérito Juan Vicente Gómez, quien supo explotar para su beneficio los jugosos contratos petroleros extendidos a compañías extranjeras.
La lista es interminable: en la madrugada del 23 de enero de 1958 Marcos Pérez Jiménez huyó del país y dejó olvidadas dos maletas con dinero y títulos de valores, evidencia que permitió su extradición desde Estados Unidos, y su enjuiciamiento y condena por corrupción, hecho inédito en la historia de Venezuela.
Desde chistes populares, como las manos vendadas de Rómulo Betancourt, consecuencia del atentado en Los Próceres, pocos días después de supuestamente haber pedido que se le quemaran las manos si había tocado fondos del erario público, pasando por particulares calificativos, como el infame Chinito de Recadi; hasta llegar a presidentes en funciones enjuiciados, como Carlos Andrés Pérez en 1993, acusado de haber malversado el dinero de la partida secreta de seguridad y defensa de la nación. La corrupción se ha adentrado en el pensamiento del venezolano y se ha convertido en parte de la cotidianidad.
Existe en Venezuela una cultura de la corrupción, cotidiana, expresada en la popular frase “yo no pido que me den sino que me pongan donde haiga (sic)”. El sistema propicia la corrupción en prácticamente todos los niveles y quien se aparte de estos esquemas es execrado y minimizado, apartado. Pero no es descabellado pensar que en nuestro país existe también una ideología de la corrupción; es decir, un forma de pensar sistematizada que imbuye a prácticamente todos los ciudadanos y les impide ver más allá de su beneficio propio.
Con el pasar del tiempo los escándalos de corrupción no han disminuido. Por el contrario, se han incrementado, tanto en intensidad como en frecuencia. A pesar que la lucha contra este flagelo fue una las promesas que en 1998 hizo el actual presidente Hugo Chávez para llegar al gobierno, repetidamente se han presentado casos que han sacudido incluso las esferas más altas del poder.
Casi 20 años después del arribo de la “revolución bolivariana” los escándalos de corrupción se multiplican, muchas veces salpicando a altísimos personeros del chavismo y, sobre todo, del madurismo.
“Enchufados”, “boliburgueses”. Proliferan los calificativos que hacen referencia al entorno, corruptamente enriquecido, que se codea con las esferas del poder revolucionarios. Hoy, prácticamente en todos los niveles, hay síntomas de corrupción, la cual lentamente consume todos los valores de una sociedad.
Al momento de reconstruir a Venezuela habrá muchas cosas que necesitarán ser replanteadas y revisadas, pero, probablemente, ninguna tan urgente e importante como arrancar, para siempre, la cruel raíz de la ideología de la corrupción.
 *Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila