Francisco Blanco.-
Parpadee y seguíamos allí, con ese calor pastoso de 11 de la mañana y ese fastidio furioso de miércoles en el colegio, la profesora hablaba de no me importa que, mientras seguíamos como todos los días, Fonsi, Raúl, Pinto, el Toca y yo, en la misma fila pegada a la ventana del salón, hablando tonterías, y alterando en un silencio absurdo la clase. Todo era igual.
Una vergí¼enza profunda me entra por los pies y un sentimiento de pudor sin fin me abraza con un frío terrible, sentía que todos al segundo se darían cuenta… me vi los pies y no tenía zapatos, me vi la manos y son las que tengo ahora, era yo de 32 años encajado en una memoria de mis 16 años, tal fue la pena que me vieran los del salón en medias y sin zapatos que me desperté.
Julia llora con un maullido de gatico hambriento, el cuarto es esa luz tenue que Ori tiene en su mesita de noche y que se niega a apagar, hace ya ese calor de Caracas. Las veo a las dos muy despiertas y listas para la rutina de comida de media noche, le busco un vaso con agua a Ori me tiendo del lado de la cama más cercano a la puerta (como es mi costumbre) y cierro los ojos.
Parpadee y estoy fuera de casa, es la tarde agradable de esos días, y veo a mi izquierda la calle que baja la loma y a mi derecha la calle que sube la pequeña pendiente hasta la casa de la Sra. Raquel, está la alcantarilla al medio, el parque que siempre está cerrado, la brisa, el sol… desolado, soy el único hombre del mundo, en esa calle estoy yo y de pronto, un baúl.
Un baúl robusto marrón oscuro, puesto allí para que yo lo abra, veo dentro y hay cientos de miles de ábacos de madera oscura y pequeñas maracas, todo suena con ese siseo alarmante, bajo la tapa y la vibración hace que se bamboleé el baúl, era tanto el miedo que dio esa maraca sonando sola que me desperté.
Julia ya comió y está lista para que le saque los gases, luego me siento en esa mecedora que tenemos en el cuarto que suena como todas esas puertas en el castillo de la bruja e intento dormirla, veo como absorta de la realidad se queda dormida, totalmente divorciada de lo terrible, que hermoso es ver los ojos de la inocencia, la calma de una persona que tiene todo por delante.
Creo que está dormida y me paro para acostarla, al levantarme suena la mecedora, Julia abre un ojo y pierdo todo el trabajo, ya no vale de nada la explicación poética del sueño de un bebé que intenté 3 líneas atrás, ahora es una sinvergí¼enza que sabe que la tengo cargada y que duerme más sabroso cuando la abraza alguien que sola en la cuna, finalmente se duerme, le conecto el chupón y la acuesto, la arropo como tantas veces ya Ori me ha repetido y me acuesto.
Parpadee y seguía en la cama, con el mismo short de roles de sushi, con la misma franela roída de I Love Chicago, en ese cuarto de luz tenue, seguí siendo yo, seguía estando ahí, con esa vida recién recibida, siendo el mismo, teniendo el mismo deseo de siempre, el mismo de todos los días, deseando soñar siempre y sobre todo ver en la realidad la realización de mis sueños.
Julia se despertó.
*Francisco Blanco es profesor de la Universidad Monteávila