Péndulo | Teofaní­a (4)

Ana Carolina De Jesús.-

El hombre está listo para buscar a Dios. Foto: Humanidad Krí­stica

En esta última entrega sobre Escoto Erí­gena sobre la teofaní­a nos concentraremos en la naturaleza que es creada y no crea, que es una realidad sagrada: las criaturas. Las causas primeras, habitadas en el Verbo, son distribuidas de acuerdo con un orden estipulado por el Creador. Sus efectos son visibles e invisibles. Son la última huella sensible que experimenta la naturaleza divina.

Aquí­ se presenta la duda: ¿hay creación a partir de la nada? San Agustí­n no puede llamar nada a la creación que es algo. Así­ como Shakespeare, a través de su personaje Hamlet, expresa el dilema entre el ser y no ser; lo mismo hace Escoto Erí­gena con las criaturas. Dios las trasciende, siempre ha existido; por ende, éstas no son. Y ellas son gracias a estos genes compartidos por medio del Verbo.

“Así­, toda criatura es teofaní­a, aparición de Dios, pero Dios no es semejante a ninguna de sus teofaní­as” (Pheriphyseon. Sobre la división de la naturaleza, 36).

Escoto Erí­gena plantea que con las criaturas se detiene la obra creadora. No crea porque Dios mismo se ha detenido en ella. Se ha detenido porque se revela en el mundo. ¿Para qué? Para el retorno. Aquí­ la historia bí­blica: Dios sabí­a de antemano la fragilidad del hombre y por eso  lo revistió  de materia.

Al pecar, llevó al conjunto de la creación a esta mutabilidad. Y por eso, sabiendo todo de antemano, Dios se esconde y se muestra en “la magia del mundo de los cuerpos para que encontremos hasta en lo sensible algo por medio de lo cual podamos volver a Él” (Étienne Gilson, La filosofí­a en la Edad Media, 204).

Dios espera en su teofaní­a, espera en Sí­ mismo a aquel que proviene de Él, para culminar lo que estaba pautado: ser una imagen gloriosa de Dios –la deidificación del hombre–. El retorno ya lo inició el Verbo encarnado: Cristo. La Verdad habitó el signo para llamar a los testigos. El mismo Verbo, la cuna de la creación, clama y reclama la vuelta de la obra nómada y amada.  Y para que la creación vuelva, necesita del hombre. A cada uno. Y cuando ocurra el retorno, por medio de la resurrección, cada uno hará brillar un rostro diferente de Dios.

Siendo la frontera de estos dos mundos, el inmaterial y el material, el hombre está llamado a volver y traer consigo a la creación. El hombre manifiesta también una trinidad, herencia de su Creador; reflexión que toma Escoto de San Agustí­n. Teniendo esencia, potencia y acto, el alma humana estará orientada naturalmente hacia Dios.

A través de esta alma racional, lo hará comprender las semejanzas que tiene con su creador, empezando con su propia alma: si puede conocer que Dios existe pero no lo qué es; a la vez, conocerá su alma pero no lo qué ella es.

Esta afinidad de Dios y alma, esta correspondencia, lo identifica con una teofaní­a, con la naturaleza creada y no crea. El mundo está para despertar en el hombre el intelecto y la teofaní­a será el objeto de estudio que facilitará el retorno. El hombre no perderá su individualidad, volverá al Verbo para ser lo que debió ser antes de la caí­da: perfecto. La perfecta eudaimoní­a. El hombre está listo para buscar a Dios.

* Ana Carolina De Jesús es profesora de la Universidad Monteávila

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