Ana Carolina De Jesús.-Â
Juan Escoto Erígena dejó en sus escritos una estructura de la manifestación de la teofanía del Dios cristiano. Me concentraré en una: la naturaleza que crea y es creada.
“La misma difusión de la naturaleza divina en todas las cosas que están en ella y de ella proceden, se dice que es amor, no porque se difunda en modo alguno lo que carece de todo movimiento y lo llena todo, sino porque difunde a través de las cosas la mirada de la mente racional (…) para que busque y encuentre y, en lo posible, entienda a aquel que llena todas las cosas para que existan y con el pacífico abrazo del universal amor que une a todas las cosas en una unidad inseparable, que es lo que es Él mismo, y los retiene inseparables entre sí” (Juan Escoto Eriúgena, Pheriphyseon. Sobre la división de la naturaleza, 28).
Podemos calificar a Dios con los mejores atributos pero ninguna palabra llegará a acercarse a lo que es Él; por tanto, hay que despojar a Dios de cualquier significado. Pero si no puede ser definido ni comprendido, ¿cómo puede Dios ser creado en sus criaturas si Él las trasciende? Esta idea debe ser analizada como una metáfora: la creación es un espejo del mismo Dios. Bajo esta mirada, todo aquello que Dios ha hecho participa de sí mismo.
El artista pinta un cuadro. El cuadro expresa sus pensamientos, estados de ánimo y técnica de dibujo sin que el artista sea el lienzo terminado. El mismo ejemplo se traslada a Dios. La multiplicidad de la creación está contenida en el íšnico principio que le da vida. Es pues que, al contemplarse en ese espejo, cada miembro de la creación, en una jerarquía estipulada por el mismo Creador, refleja su ser, su absoluta perfección. Este reflejo no es otra cosa que teofanía.
Cuando Moisés va al encuentro de Yahvé para que le entregue las tablas de la ley, Moisés expresó su deseo de verlo. Yahvé contestó que haría pasar su bondad para que Moisés la contemplara “pero mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida” (Éxodo 33, 20.). Dios no oculta su rostro completamente porque se revela por medio de teofanías o apariciones divinas. En el coloquio Face de Dieu et Thí¨ophanies de 1985, Jean-Claude Foussard refirió a la teofanía como un signo con un sentido.Â
Teofanía y el signo. Una espiral que conduce a la semiótica. Y desde esa referencia, el signo es un estímulo que implica un significante (lo que denota, lo que muestra), un significado (el contenido) y un modo de significación (la relación de estas dos que reviste el acto de comunicación). Un signo comunica. La teofanía, como bien lo indica Jean Claude, comunica sobre Aquel que no aparece pero está en las cosas. El significante es la misma teofanía, su forma. El significado es Dios que se manifiesta en ellas. Pero ¿para quién Dios se manifiesta? La respuesta está en el modo de significación. La aparición es para un testigo enamorado.
El testigo es su más preciada obra de la creación, aquel hijo pródigo que marchó de la casa del padre. Un testigo que es capaz de ver el signo y descubrir la presencia de Dios. El amor perfecto, para Escoto Erígena, que atrae a sí todas las cosas con su belleza y que las criaturas entienden que Él es verdaderamente bueno.
*Ana Carolina De Jesús es profesora de la Universidad Monteávila.