Felipe González Roa.-
 Cada madrugada, al despertar, miles de venezolanos se levantan para trabajar, para ganar el sustento diario…. Pero qué difícil es lograrlo en un país que mantiene a los honestos sumidos en la miseria, consumidos por una galopante hiperinflación que no respeta tesón y esfuerzo alguno, azotados por la delincuencia que intimida y encierra.
Otros, tal vez cientos o decenas, despiertan en mansiones, en Venezuela o en alguna otra tierra, con la difícil elección de decidir qué tipo de café beber o qué color de camisa de seda vestir… Qué fácil es vivir sabiéndose protegido por un sistema que no solo premia a los poderosos, sino que los mantiene arriba a costa del sufrimiento ajeno.
Porque estos que hoy ríen (algunos con obscenas carcajadas) no cuentan su dinero como fruto del esfuerzo propio, sino por simplemente saberse poseedores de todos los privilegios. Son aquellos que controlan el acceso a billetes extranjeros, que manejan a discreción la distribución y la entrega de alimentos, que deciden quién puede tener un repuesto para el auto o quiénes pueden contar con las medicinas para la vida.
En definitiva en la cúpula (si queremos podemos llamarla la nomenclatura) los lujos y riquezas solo son posibles por el trabajo de los oprimidos, quienes cada vez se ven más hundidos por el insoportable peso de mantener a una casta revolucionaria, cada vez más onerosa y ambiciosa.
Esto se llama esclavitud.
La esclavitud es un sistema de dominación, con propósitos económicos, políticos y sociales, en el cual un ser humano pasa a ser propiedad de otro, quien, por lo tanto, tiene la potestad de hacer uso de su posesión como juzgue conveniente.
La esclavitud se basa sobre una visión de superioridad de unos sobre otros. El esclavista, el amo, nunca ve al esclavo, su posesión, como alguien igual. Le dispensa un tratamiento incluso menor que el de los animales: lo observa como un mero objeto.
Históricamente la esclavitud ha encontrado sustento en una serie de consideraciones políticas, sociales y hasta raciales. Hay sociedades que consideraban esclavos a todos aquellos individuos pertenecientes a determinado estamento social; otras, a los derrotados en las guerras, a los pueblos subyugados en alguna invasión militar; mientras que muchas sometían a la esclavitud a seres humanos solo por su apariencia física y su origen étnico.
Esta tercera acepción, la racial, es la que hoy comúnmente se asocia con la idea de esclavitud, sobre todo al recordar las trágicas memorias del sur de los Estados Unidos o las fincas de los ricos terratenientes que se afincaron en las colonias iberoamericanas.
Pero no hay que perder de vista que el sustento de la esclavitud parte de una premisa sencilla: ver al otro como un ser inferior, a quien, por lo tanto, puedo explotar para beneficio propio o provecho del grupo al cual pertenece el “amo”.
En el pasado Venezuela ya experimentó la esclavitud, la cual fue una cruel institución de su economía. Heredada de la colonia, el país rompió con este esquema recién en 1854, cuando el presidente José Gregorio Monagas decretó su abolición.
164 años han pasado…. ¿Pero quién hoy en Venezuela puede asegurar que no está sometido a un yugo esclavista?
Hoy los “nuevos amos” tratan como objetos a millones de venezolanos, a quienes explotan y utilizan para poder seguir disfrutando de delicias y exquisiteces. Por eso solo quieren mantener un país sumido en la miseria, sometido, temeroso.
Esclavizado.
 *Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.