Alicia ílamo Bartolomé.-
Como yo escribo “en tono menor” me atrevo a tratar cualquier tema, si no como experta, como aficionada… con buena dosis de osadía. Entonces, hablemos de ópera. En estos días el mundo lírico ha estado revuelto con la noticia de que un director de ópera en Italia ha presentado la conocida ópera Carmen, del francés George Bizet, con un final diferente: en lugar  de que el desengañado Don José mate a Carmen, ésta lo mata a él.
La alteración es debida al feminismo asumido por el director que ha visto en el fin de la obra eso que llaman ahora violencia de género, algo execrable que hay que combatir así sea con un golpe bajo a la creación artística. A propósito, no me resisto a citar un trozo del artículo Carmen indultada, publicado recientemente en Libertad Digital, del erudito venezolano residenciado en Madrid Xavier Reyes Matheus:
“Parece que al ver el nuevo desenlace la sorpresa de los espectadores fue mayúscula; pero yo creo que la más sorprendida tenía que haber sido la propia Carmen, que, si nos atenemos a la letra del libreto, no albergaba la menor duda de que pagaría con la vida el talante liberal de sus pasiones amorosas. Así lo deja claro en la famosa escena de las cartas, y así se lo escupe en la cara al propio Don José poco antes de que brille la hoja del puñal en el escenario: “Je sais bien que c’est l’heure, je sais bien que tu me tueras…”. Tal convicción fatalista se debe a que Carmen es, digamos, de etnia gitana, como supongo yo que preferirían calificarla los artífices de la producción florentina. Suerte para el señor Chiarot que le quedaban pocos compases de música después de hacerle añicos a la heroína su supersticiosa fe en el destino, porque si hubiese contado con más actos por delante habría tenido que someter su corrección política a la disyuntiva de no aculturar a Carmen o de emanciparla de su raza convenciéndola de ir a la universidad y de cambiar la baraja por las ciencias sociales”.
Yo, personalmente, me sentiría completamente defraudada si me ponen este exótico final, porque cada vez que veo esta ópera de bellísima música, espero con impaciencia ver a Don José rematando a la odiosa devoradora de hombres. Créanme que lo gozo intensamente.
Por otra parte, considero un error artístico sacar una obra fuera de contexto. Estoy de acuerdo en un argumento basado en la idea de otro y hacer una recreación, pero nunca una traslación. Vi en digital El Trovador de Verdi con exactitud de música y libreto, pero ambientado contemporáneamente en una refinería petrolera y la protagonista llegando al lugar en traje de noche dentro de una limosina. Grotesco. ¿Cómo puede cantar un trovador medieval en semejante escenario y que metan en la hoguera a la bruja Azucena sin que se incendie la refinería entera?
Una vez montaron en Caracas Deseo bajo los olmos, del dramaturgo estadounidense Eugene O’Neil, con un excelente elenco de actores negros encabezado por el inolvidable Tomás Henríquez y ambientado en Barlovento. Muy buenas tanto la dirección como la actuación y; sin embargo, había algo que no iba, que no convencía. Caí en la cuenta: la esencia de la obra es la raigambre a la propiedad de la tierra, el afán de poseerla, característica del mundo campesino de Norteamérica. La que no tenemos los venezolanos y mucho menos los negros que nunca han poseído nada. Dejar la tierra para venirse a la ciudad ha sido lo nuestro.
La obra artística fuera de su contexto natural, donde la concibió su creador en espacio y tiempo, no puede funcionar, siempre se le notará un desafinamiento, a menos que sea la recreación de un drama humano y universal, dentro de un nuevo ambiente con lenguaje propio. Ejemplos hay, por cierto, con la misma legendaria Carmen, porque mujeres así, desgraciadamente, han existido en todas partes. Tenemos uno muy bueno: Carmen la que contaba 16 años, filme de Román Chalbaud.
*Alicia ílamo es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación en Información de la Universidad Monteávila