Mariana Yánez.-
Los atentados terroristas han aumentado exponencialmente desde inicios de siglo, siendo los más famosos y recordados el del 11 de septiembre de 2001, en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, cuando dos aviones secuestrados impactaron contra las torres gemelas del World Trade Center, causando su desplome, la muerte de unas 3.000 personas y miles de millones en daños.
En este saldo trágico también se deben recordar los ataques en los metros de Londres, en el año 2005, que tuvo un saldo de 56 muertos y 700 heridos; y en Madrid, llevado a cabo el 11 de marzo de 2004, que le costó la vida a 192 personas y causó 2.057 lesionados.
Todos estos atentados por células terroristas de tipo yihadista, vinculados a la organización Al Qaeda.
En Europa solo en 2017 ya van al menos 17 atentados que han dejado decenas de muertos y cientos de heridos, en total. Hasta ahora se cuentan 388 ataques alrededor del mundo, en 52 países diferentes.
La responsabilidad por la mayoría de estas arremetidas fue tomada por el Estado Islámico, también conocido como Daesh o Isis, el cual es un grupo terrorista insurgente de naturaleza fundamentalista yihadista wahabita, formado por radicales fieles a Abu Bakr al-Baghdadi, que en 2014 autoproclamó el califato desde la ciudad iraquí de Mosul, pidiendo lealtad a todos los musulmanes del mundo.
La ciudad de Mosul, bastión del estado islámico, fue recientemente liberada por las tropas del ejército iraquí, victoria que significó un fuerte valor simbólico. El ISISÂ traslado su “capital” a la ciudad de Tal Afar, al noroeste de Irak.
A pesar de los esfuerzos militares por erradicar la amenaza terrorista, todavía estos ataques sacuden algunos puntos del planeta, como por ejemplo se ha podido constatar recientemente en Inglaterra, Francia y Suecia.
Al analizar las causas del terrorismo se suele atribuir este flagelo a la pobreza y falta de oportunidades de algunos sectores de la población, pero no se puede obviar la relación que este tiene con la yihad, el nombre árabe para referirse a la guerra santa, llevada a cabo contra el mundo occidental.
Muchos yihadistas fueron educados en Occidente y forman parte de la segunda o tercera generación de inmigrantes islámicos en naciones europeas, por ejemplo Francia o Bélgica, países que fallaron en integrar a estas comunidades y los empujaron a guetos fácilmente reconocibles por su violencia y hostilidad.
No todos los atentados terroristas que ocurren tienen sus bases en el islam radical, pero hay que resaltar que en el 89% de los casos ese es el motivo precursor. Tampoco se debe dejar de lado que la gran mayoría de los atentados se llevan a cabo en países musulmanes, siendo la mayoría efectuados en Irak, Siria, Afganistán, Somalia y Pakistán.
En Estados Unidos, Europa y gran parte del mundo occidental, los líderes políticos han sido «ciegos, sordos y mudos» ante la amenaza de los yihadistas, dándole primordial importancia a la regulación y censura de las redes sociales, como en el caso de la primer ministro británica, Theresa May.
Parte del problema, que lleva directamente al actual conflicto en Siria, es el apoyo que Estados Unidos da a los rebeldes sirios, supuestos aliados del Estado Islámico para derrotar al presidente Bashar Al Assad, cuando es el ejército sirio oficial, leales a Assad, los que luchan contra los radicales. La política de Washington hacia Arabia Saudita, país musulmán fundamentalista que emprendió una guerra contra su vecino Yemen y supuesto gran financiador del terrorismo, ha sido totalmente permisiva y de cooperación tonto política como económica.
Hay que acotar que a Turquía, país que mantiene tensas relaciones con la Unión Europea, también se le acusa de ser un financiador de organizaciones radicales.
Rusia, por su parte, ha mantenido una política de apoyo al presidente sirio y se muestra en contra de la coalición formada por Estados Unidos y sus aliados.
* Mariana Yánez es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.