Mercedes González de Augello.-
En el año 1997 el profesor italiano Giovanni Sartori publicaba su libro Homo Videns: la sociedad teledirigida, en el que exponía, con su particular estilo crítico, su tesis de que el hombre había empobrecido su capacidad de conocimiento abstracto por la influencia directa que la televisión había ejercido sobre las personas. Básicamente planteaba que el ser humano había desarrollado su capacidad cognoscitiva gracias al lenguaje verbal y la escritura, pero con la exposición continua a las imágenes televisivas se había atrofiado la capacidad de abstracción y entendimiento en el hombre.
No importa si es un programa educativo o cultural, el solo hecho de aprender, informarnos o entretenernos a través de las imágenes anula el desarrollo de nuestras potencialidades de razonamiento. Para Sartori la revolución teleinformática está cambiando la evolución del ser humano, por lo que estamos migrando de Homo sapiens a Homo videns.
Por supuesto, en este planteamiento los niños tienen un papel fundamental, pues ellos son quienes primariamente se exponen a los medios audiovisuales, ahora no solo a la TV, sino computadoras, la gran variedad de consolas de video juegos, teléfonos inteligentes y acceso constante a Internet, lo que permite estar conectados a una pantalla sin límites de tiempo y lugar.
Estos Video niños, como los llama Sartori, aprenden viendo mucho antes de leer o escribir. Se saben los números, los colores y los planetas porque lo vieron en Peppa la cerdita, Barney el dinosaurio o los personajes de la casa de Mickey Mouse. De hecho, la mayoría dice mochila, pastel, automóvil o emparedado, palabras que no son del uso común en nuestra identidad venezolana, lo que nos evidencia con mucha claridad la influencia directa de los medios audiovisuales en la socialización de los niños.
Planteado así los medios audiovisuales son un “dolor de cabeza” para la formación de los pequeños y la solución de Sartori es radical: no exponer a los niños a la TV antes de que sepan leer y escribir, lo que parece imposible en el mundo del multimedia. Plantearnos que los nativos digitales no vean contenidos a través de una pantalla antes de la edad de la lectoescritura es una tarea titánica para los padres, pero lo que no está bien es rendirnos ante las maravillas que puede ofrecer la famosa caja mágica, y mucho menos ahora que podemos llevarla con nosotros todo el tiempo.
Si seguimos la idea del autor, el problema no es si los contenidos son buenos y educativos o que incentiven la formación de valores como lo hacen muchas de las comiquitas actuales; el problema es que la constante -y me atrevería a decir única- exposición de los niños a las imágenes no permite que desarrollen la capacidad de abstracción y la formación de conceptos que son esenciales para el razonamiento. Simplemente se acostumbran al ver, sin ejercitar las potencialidades propias del conocimiento humano: abstracción, formación de juicios y razonamiento.
Por esto es importante que controlemos y regulemos la cantidad de tiempo que nuestros hijos están frente a una pantalla y lograr que disfruten otras actividades como oír cuentos, armar rompecabezas, jugar con una pelota, hacer torres con bloques, correr en el parque, dibujar, hablar con sus amigos, vestir a las muñecas, imaginar mundos fantásticos y una larga lista de actividades infantiles. Claro, esto implica mayor dedicación por parte de los adultos que los cuidan, porque siempre será más fácil prender la televisión o darles nuestro teléfono para que podamos seguir con nuestras actividades.
Personalmente creo en la gran potencialidad que tienen los medios audiovisuales y multimedia en la educación de los niños, pero hay dos cosas fundamentales para garantizar que su uso sea para bien: no creer que son niñeras portátiles y no sustituir la maravillosa experiencia de la lectura por su engañoso poder hipnotizante.
* Mercedes González de Augello es directora de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.