Carlos Balladares Castillo.-
¿Por qué tendemos a ser indiferentes ante los pequeños o grandes problemas de la humanidad (de cada persona cercana o no)? Es la pregunta que me hago ante la grave crisis que padece mi país, en especial desde que se inició este nuevo ciclo de protestas pacíficas en contra de la “ruptura del orden constitucional” (fiscal general de la República dixit) que generó el Tribunal Supremo de Justicia en  alianza con Maduro y todo el Estado-partido PSUV. Me abruma que ante tanto mal (inseguridad, destrucción de la economía y las libertades en especial la electoral, hambre de la mayor parte de la población, represión desmedida generando: muertos, heridos y presos) muchos sigan como si nada, y ante la necesaria participación política te digan: “si no trabajo no como”. No entienden que este régimen ha hecho que el trabajo no te baste para comer ni siquiera teniendo varios empleos. ¿Y dónde quedan las palabras de Jesús: “no solo de pan vive el hombre”?.
La ciudad en cuestión de pocas cuadras puede mostrar dos mundos diametralmente opuestos: en un lado bombas lacrimógenas y perdigones contra manifestantes y en la otra gente caminando como si nada. ¿Es que no les importa que en el país se termine de imponer por medio de una falsa constituyente un “sistema totalitario, militarista, policial, violento y represor, que ha originado los males que hoy padece nuestro país” (Comunicado de la Presidencia de la Conferencia Episcopal de Venezuela: No reformar la Constitución sino cumplirla, 05-05-2017)? Es una pregunta que nuestra conciencia no puede demorar en responder.
Es posible que al evaluar nuestra participación política algunos sean dominados más por el temor que por el miedo. Son muchos los que dependen del Estado para comer, y otros tanto con fundamento teme por su vida y la de los suyos. Se dice fácil, lo sé, pero cada quien deberá luchar con sus angustias y reconocer el hecho que los males que nos ofrece una “ideología del mal” (Juan Pablo II dixit) en su consolidación son mucho peores que los que hoy padecemos. Porque la meta final de dichas doctrinas son la esclavitud de cada gobernado.
Toda organización privada, todo ámbito íntimo desaparece ante la avasalladora presencia del Estado que al final se reduce al gran líder iluminado. La verdad se relativiza ante el poder. Nuestra indiferencia no nos salvará. Son palabras duras pero la historia – en especial la del siglo XX – está llena de ejemplos aleccionadores. No dejemos de escuchar sus advertencias y actuar para prevenir el mal.
Otro argumento muy repetido para no “poner el hombro” es pensar “¿qué puedo aportar yo? Es imposible cambiar la historia con mi pequeñez, desde mi soledad y mi falta de poder. Uno más en una marcha, un voto más, una opinión más en medio de tantos. Si me quedo en casa nadie notará mi ausencia”. Si todos pensaran así los grandes cambios nunca se habrían logrado. ¡La verdad es que sí podemos hacer y mucho! La dignidad de la persona humana, su originalidad hace que cada aporte valga, incluso en los movimientos de masas. Pero me atrevería a decir una sinvergí¼enzura: en algunas momentos de la historia a veces nos toca solo “hacer bulto”, ser repetidores de una consigna, correr la voz, animar a los demás. Pero si algo te impide no estar allí, se puede hacer muchas cosas para apoyar la meta y hoy las redes sociales lo facilitan mucho más. Todos podemos y debemos aportar algo por pequeño que sea para el triunfo del bien.
Y finalmente no podemos olvidar que de algún modo cada uno se percibe como el centro del universo, en realidad es uno muy pequeño: el que gira alrededor de nuestro día a día pero para nosotros tiene una gran importancia. Si nos valoramos tanto, ¿cómo podemos desvalorizar nuestro papel en la historia de nuestra familia, nuestros amigos e instituciones donde desarrollamos el trabajo y el estudio, nuestra ciudad y país? ¿Cómo no pensaremos en el lugar que ocuparemos en la historia? ¿Cómo nos recordarán? Cuando pienso en el futuro y me veo – con el favor de Dios – contándole a mis seres queridos (en especial los que hoy son niños o todavía no han nacido) estos tiempos terribles que vivimos, yo no quiero tener que decirles que fui indiferente o peor aún: que estuve del lado de los opresores. Que digan de nosotros lo que relata San Mateo en torno a las palabras de San Pedro: “aunque todos te abandonen Señor, yo nunca lo haré”, que es lo mismo que decir que ante el mal nosotros preferimos decir ¡no!
* Carlos Balladares Castillo es profesor de la Universidad Monteávila.
* Rubén Sevilla Brand es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.