Alicia ílamo Bartolomé.-Â
El 13 de abril, Jueves Santo de este 2017, a las 7.20 pm, cayó el árbol inclinado frente a mi casa. Yo estaba en la terraza haciendo mi oración vespertina, lo sentí y vi caer. Quiso que yo lo supiera, hacerme testigo de su adiós. ¡Qué árbol tan discreto y oportuno hasta el final! En esos días de lluvia, marchas y violencia en Caracas, a esa hora no había nadie en la acera ni en la calle, ni personas ni automóviles. Murió sin hacer daño, se tendió sobre la acera y el Sábado Santo vinieron los obreros de la alcaldía, lo aserraron y se marchó para siempre. Con él se me fue un mundo de recuerdos y añoranzas. Tengo un nudo en la garganta.
Hace poco más de dos años escribí para la revista Kerigma de la Acción Católica un artículo titulado “El árbol inclinado” a propósito de éste. Empezaba así:
«Veo desde la terraza ese árbol, un poco apabullado entre los otros. Hace un tiempo vinieron unos taladores. Pensé con dolor que lo tumbarían, pero no, se limitaron a cortarle unas ramas y ahí siguió, desafiando la gravedad.
Durante la sequía pierde todas sus hojas. Sus oscuras ramas desnudas son un esqueleto, acaso una red de nervios. A veces me parecen manos nudosas suplicantes hacia el cielo. Vuelven las lluvias y la vida verde esplende. No se rinde el árbol inclinado. Acaso es una metáfora de nuestro país humillado pero no vencido».
Y después de una serie de reflexiones sobre el mal comportamiento cívico de nuestro pueblo, frente al bueno de otros países, terminaba de esta manera:
«Sin conciencia ciudadana, aunque enseñen a cantar el himno y honrar la bandera y el escudo, no se construye un país. Si no se forma en el respeto al otro y sus derechos, en los deberes cívicos para vivir en armonía, para escoger a los gobernantes por su valor, su capacidad y no por simpatías o pálpitos del corazón ante figuras mesiánicas, nuestro patria seguirá de rodillas, avasallada por gobiernos ilegítimos y malos. Quiera Dios que no caiga, que renazca siempre, como ese árbol inclinado frente a mi terraza».
Al fin cayó. No quiero tomarlo ahora como metáfora de un país vencido, más bien apoyarme en la sentencia popular, si bien un tanto supersticiosa, no exenta de esa sabiduría innata del pueblo: una sentencia que se revoca.
Es decir, había un adiós a algo y no lo hubo, el árbol asumió la decisión negativa. Quiero más que ésta se devuelva y recaiga en el potencial victimario: un régimen corrupto durante 18 años.
Sin embargo, no hacemos nada si seguimos en lo mismo, lo que describo al final de aquel artículo. Es obligación nuestra renacer ahora cambiando paradigmas: de perezosos a diligentes; de descuidados con los deberes y derechos cívicos, a preocupados por ejercer éstos; de apego y devoción a falsos mesías, a reflexión e inteligencia para elegir a nuestros gobernantes.
Si no maduramos como ciudadanos no tendremos derecho a serlo de un país libre. Toda recuperación de Venezuela depende de la responsabilidad de sus hijos. No podemos contentarnos con sólo emitir un voto, sino también respaldarlo con nuestra actuación cívica de respeto a la libertad de los demás, a sus derechos de vivencia, propiedad, trabajo, educación y descanso.
No seremos jamás una nación democrática y próspera si nos enquistamos en el rencor, la mezquindad, el deseo de venganza amparado en una falsa justicia. Recordemos que la justicia sin la misericordia está incompleta y aprendamos a perdonar. Ensanchemos el corazón para vivir a fondo la solidaridad.
Quiera Dios que mi amado árbol inclinado no haya caído en vano.
* Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.