Crónica de un tiburonero despechado que al final de una noche terminó sonriendo y recordando a Juan Luis Guerra
Luis Manuel Escalante.-
Me despierto con las alegres palabras de mi madre:
Te tengo una noticia: ¡Vamos a ver la final de la Serie del Caribe!
Pero el sueño es más fuerte que yo, así que simplemente levanto los brazos y me vuelvo a tumbar en la cama.
En ese momento se me vino a la mente el recuerdo de aquel batazo del 11mo inning y la tristeza que sentí después, que vino acompañado del clásico chalequeo durante varios días.
Nunca he sido un gran seguidor del béisbol, lo admito, soy más de fútbol, pero hay una cosa que siempre me ha molestado cuando de deporte se habla: que se burlen de mi equipo.
Se puede perder, eso uno lo entiende, pero ya luego burlarse y faltarle el respeto a una institución no lo comparto.
El día va pasando y ya casi es hora de ir al estadio, no tengo uniforme de los Tiburones, así que me pongo lo primero que encuentro en el closet.
Ve practicando: “leo, leo, leo, leo”.
Decía mi madre en una mezcla de alegría que camuflaba una clara burla. Me ofrecieron una camisa con el león, pero claramente la rechacé, pese a todo, tengo orgullo.
- Si te vas a poner así no vayas.
¿Y qué quieren que haga? ¿Que apoye de un día a otro al equipo que me ganó en una final? ¿En qué cabeza es eso posible?
- ¿Por qué no los apoyas si son Venezuela?
“Si son de Venezuela”, me digo. Si son de Venezuela ¿por qué se escuchan rugidos por los parlantes? ¿Por qué al anunciar al equipo lo hacen como los Leones del Caracas? Aunque el uniforme diga “Venezuela”, el casco tiene un león.
Un estadio monumental
Ya desde muy lejos se podía ver la magnitud de un estadio que tanto dio de qué hablar durante la Serie del Caribe. “Ya no estamos en el Universitario”, me digo cuando veo la fachada del recinto en La Rinconada.
Ahora bien, los mejores momentos en el estadio fueron al llegar cuando aún se estaba jugando el juego entre los colombianos y mexicanos.
No había casi gente, llegamos unas tres horas antes, pasamos rápido y aunque nos tuvimos que tragar un pan y un termo de agua que nos quitaron hasta la séptima alcabala de seguridad (sí, porque habían siete) lo único que nos retrasó fueron las famosas escaleras.
Empezó el juego de pelota y me extrañaba ver que el estadio no estaba ni cerca de estar a su máxima capacidad, luego me enteré que se debía a la pésima organización de logística.
Debo confesar que tuve que ver cinco entradas desde una televisión porque estaba esperando por unas pizzas para cenar y seguramente dirás: “Qué idiota ¿cómo va a pedir unas pizzas en un juego de pelota? Cómete unos perros, son más baratos y salen más rápido”.
Eso también pensé yo, querido lector, pero déjeme decirle que no pude comprar en los pocos puestos de comida que había porque al momento en el que fui ya no tenían punto de venta (y dólares no cargo, tengo el presupuesto de un estudiante universitario, entiéndeme).
Entonces, poniendo todo en una balanza, ¿qué preferiría usted? ¿viajar más lejos, subir unas escaleras eternas -“¿otra vez con las escaleras?”, sí, otra vez con las escaleras -, aguantar siete alcabalas, no tener punto de venta en los puestos de comida y pasar frío todo por un baño limpio?
Yo lo tengo claro, prefiero poder comer unos perritos calientes y quejarme del baño a quejarme por no comer y orinar cómodo. Hay prioridades. O, en tal caso, ir a La Guaira.
Intrusos en la selva
Luego de esperar medio juego por unas pizzas, como mencioné antes, regresé, como se podrá imaginar, a mi asiento con el mejor de los ánimos.
En un momento, llego a tener simpatía por una mujer ubicada unas cuantas filas delante de mí, era dominicana y sacaba su bandera cada vez que su equipo hacía un hit o una buena jugada a la defensiva, luego la volvía a guardar.
Me doy cuenta que el ambiente está tenso, con cada lanzamiento, batazo y atrapada los caraquistas se desesperan más al ver que pueden perder. Yo no siento nada de eso.
Aunque, luego entendí todo, al igual que esa mujer, también soy un intruso en esta selva repleta de leones.
Aún no se termina la última entrada y ya varios quieren huir del estadio, incluyendo a mis acompañantes que se quedaron hasta el final porque me rehusé a irme hasta ver el último out.
El juego se acabó, Dominicana campeón. Siento la necesidad de dirigirme hacía aquella mujer y darle la mano, pero me fue imposible.
Aún así, sé que esa mujer y yo tenemos algo en común en ese momento, ambos estaremos bailando un buen merengue de camino a casa.
“¿Yo? de los Tigres de Licey desde chiquito”, me atrevería a decir.
- Perdió tu país.
Sí, pero no ganaron los leones y como dice la canción “somos guairistas anti-caraquistas”.
No pude ver la premiación, pero sí la cara desalentadora de aquellos que se burlaron de mí, de mi equipo. Puede que eso no me haga campeón ni corte la racha de 36 años de sequía, pero sí me dio una alegría grande.
Nos pusieron nuestra samba en contra, ahora déjenme bailar un buen merengue o una buena bachata. Hasta que la samba vuelva a sonar o hasta que el mar se seque.
*Luis Manuel Escalante es estudiante de la Universidad Montéavila